CATÓLICO INSTRUIDO, NO SERÁ CONFUNDIDO
Hoy celebramos el Domingo de Ramos, también llamado de la "Pascua Florida" (por ser una anticipación de la Pascua de Resurrección). Este día celebramos la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, a donde ingresó montado en un burrito, mientras la multitud le aclamaba y tendía sus mantos por el camino, cortaban ramas de árboles para alfombrar su paso, tal como acostumbraban aclamar a un rey, y le decían: “Bendito el que viene como Rey, en el Nombre del Señor” (Mt 21, 1-9).
En recuerdo de dicho acontecimiento, el Domingo de Ramos acostumbramos llevar palmas al templo para que las bendigan y, luego de la Solemne Misa en la que se recordará la Pasión y Muerte de Jesucristo, volveremos a casa para colocar dichas palmas en un lugar de honor, pues éstas nos sirvieron para aclamar al Rey de Reyes, Señor de Señores: Jesucristo, y todo el año habrán de servirnos para recordar que es Él quien debe reinar en nuestro hogar y, por supuesto, en nuestro corazón. Las palmas benditas no constituyen, pues, ningún artículo de superstición, no son un amuleto ni un talismán o algo así, sino que son un símbolo de nuestro compromiso de vivir cristianamente nuestro día a día.
El Domingo de Ramos marca el inicio solemne de la Semana Santa, en la cual recordamos y revivimos acontecimientos trascendentales en nuestra vida cristiana; pues recordamos la dolorosa Pasión de Cristo, así como su Muerte, la cual no fue un rotundo fracaso, sino la más grande muestra del amor de Dios por la Humanidad; y celebramos con júbilo la Resurrección de Nuestro Salvador, es decir, su Pascua (que significa “paso” de la muerte a la vida), la cual no es simplemente una fiesta entre otras: es la “Fiesta de las fiestas”, “Solemnidad de las solemnidades”, de hecho el Año Litúrgico entero está lleno del resplandor del nuevo tiempo de la Resurrección, pues ésta es el centro y fundamento de nuestra fe, y es que, tal como San Pablo lo dijo a los Corintios: “Si Cristo no hubiera resucitado, inútil sería nuestra fe” (I Corintios 15,14).
El Papa Francisco nos pide que del mismo modo que entró Jesús en Jerusalén, dejemos que entre en nuestras ciudades y en nuestras vidas; así como dice el Evangelio que entró cabalgando sobre un simple burrito, ahora viene a nosotros humildemente, pero viene en el Nombre del Señor: con el poder de su amor divino perdona nuestros pecados y nos reconcilia con el Padre y con nosotros mismos. Que nada nos impida encontrar en Él la fuente de nuestra alegría, de la alegría auténtica, que permanece y da paz; porque sólo Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza. ¡Que así sea!
LUBIA ESPERANZA AMADOR.
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