sábado, 22 de abril de 2017

Ver, entender y creer

LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

Lectio Divina del I Domingo de Pascua (Ciclo A)

16 de abril de 2017

1. Oracional inicial

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado,
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la vida,
triunfante se levanta.

“¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?”.
A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa

2. Lectura (Lectio) ¿Qué dice la Palabra de Dios?

Del santo Evangelio según san Juan: 20, 1-9

El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.

En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Tomemos un momento de silencio meditativo)

Reflexión
La Resurrección de Jesús: Ver, entender y creer

El Tiempo Pascual

¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado! Con gran alegría comenzamos este tiempo de pascua. Damos gracias a nuestro Señor Jesucristo por pasarnos con su muerte y resurrección, del estado de muerte eterna a la vida que no tiene fin.
Durante cincuenta días, el Señor nos ira preparando a través de su Palabra, para recibir el Espíritu Santo, el Paráclito Divino. Es importante que en estos días pascuales, meditemos de manera particular los evangelios dominicales, nos irán mostrando los frutos que la Pascua del Señor nos ha ganado.

Hoy, el Evangelio, nos pone frente al sepulcro vacío de Jesús como signo de su resurrección, sin embargo, como iremos reflexionando, este pasaje es de una riqueza inmensa que no deja a dudas la resurrección de Jesús, pero lo más importante, nos llevará del ver al entender para finalmente llegar a creer.

Para el desarrollo de esta reflexión tomaré la obra de Vittorio Messori (2003), “Dicen que ha resucitado”, donde retoma las investigaciones del padre Antonio Persili, un anciano párroco de Tivoli, que conoce bien el griego del Nuevo Testamento y las técnicas, usos y costumbres funerarias del antiguo Israel.

Tres verbos graduales

Cuando leemos los evangelios, a menudo tenemos la impresión de que estamos leyendo el texto en su idioma original, sin embargo, hay que estar conscientes que las lenguas originales de los textos sagrados son el hebreo, arameo y griego; a nosotros nos llegan las traducciones autorizadas por la Iglesia.

La lengua original del evangelio de San Juan es el griego, por tanto, para intentar profundizar en la riqueza del evangelio que vamos a meditar, nos enfocaremos en tres verbos que, solo acudiendo al lenguaje original, nos revelaran la enseñanza que trató de transmitirnos el autor.

El evangelio de hoy, menciona el verbo “ver” cuatro veces (vv. 1.5.6.8). A simple vista se trata de un verbo sin mayor trascendencia para nosotros, pero no así para el evangelista.

1)   Blépei (vv. 1.5): El sentido de este “ver”, se entiende como constatar con perplejidad. Designa generalmente ante todo la facultad de ver, la percepción sensible, su significado es el de mirar, mirar hacia (Coenen, Beyreuther & Bietenhard, 1994, p. 328).
2)      Theórei (v. 6): El sentido es contemplar. Pero también experimentar, saber lo que es (Ídem).
3)      Eíden (v. 8): Su sentido es el ver plenamente, para así comprender y creer. En sentido figurado esas formas verbales significan advertir, traer a la memoria, comprobar, llegar a conocer y también contemplar espiritualmente, ver con el espíritu (Ídem).

De estos datos que se han proporcionado se puede deducir que los diferentes verbos tienen un sentido en orden gradual, de la vista que solo mira sin más, pasamos a la vista que contempla, busca un sentido a lo que ve; y así llegar a la vista que entiende lo que ve.

La piedra removida

Entendidas las diferentes acciones del verbo “ver”, podemos comprender ahora las diferentes actitudes que toman los tres protagonistas de nuestro relato (María Magdalena, Pedro y el discípulo amado) frente al mismo suceso.

El «primer día» después del sábado, en el contexto pascual, nos sugiere el inicio de un tiempo nuevo para el mundo (2 Cor 5, 17). San Juan añade que estaba todavía «oscuro», este dato propio de este evangelio. El evangelista asocia en su obra, la oscuridad como la carencia de Cristo. En relación con María Magdalena todo esto cobra un sentido teológico: María no ha llegado a la fe. María todavía tiene el alma en oscuridad: «Tiene afecto por Jesús, pero todavía carece de fe; va a buscar al vivo, pensando que está muerto» (Castro, 2008, p. 351).

Al llegar al sepulcro, María, «vio (blépei) removida la piedra que lo cerraba». El verbo «remover» o «quitar» es el mismo que los asistentes ejecutan para remover la piedra del sepulcro de Lázaro (Jn 11,39.41). La diferencia es clara, la piedra del sepulcro de Jesús no fue quitada por manos de hombres. En el plano simbólico, la piedra removida significa que ha sido vencida la fuerza del sheol. Para los judíos, el sepulcro no equivale a nuestro cementerio (lugar de reposo), sino que simboliza el sheol, adonde han bajado los muertos y de donde no pueden salir (León-Dufour, 1998, p. 167).

Como ya hemos comentado, por el verbo utilizado, María solo vio sin más detenimiento, solo sigue la lógica humana y deduce, al ver abierto el sepulcro, que se han robado el cadáver. Corre avisar a Pedro, el jefe de los Doce y al Discípulo amado. María no les dice que la piedra esta removida, sino que «se han llevado del sepulcro al Señor». Estas palabras muestran su gran afecto por Jesús, pero también su desconcierto.

Pedro y el Discípulo amado salen corriendo hacia el sepulcro (v.3), señal del afecto que tienen por Jesús. No obstante, el Discípulo amado corre más rápido que Pedro y llega primero al sepulcro (v. 4), mostrándonos simbólicamente que, él que le ama más, llega antes al sepulcro. La carrera al sepulcro se convierte en un proceso de fe y amor (Castro, 2008, p. 353).

Las pruebas de la resurrección: los lienzos y el sudario

El Discípulo amado «inclinándose, miró (blépei) los lienzos puestos en el suelo» (v. 5), sin embargo no entra al sepulcro ¿Por qué? El texto nos indica que Pedro no había llegado, pero más allá de eso, nos muestra el respeto por la edad y autoridad que tenía Pedro. Los estudios calculan unos cincuenta años para Pedro, y entre veinticinco y treinta para Juan (Tuya, 1964, p. 1309).

Los «lienzos puestos en el suelo» (v. 5), o, como traduce el padre Persili: «cintas extendidas» (Messori, 2003). Para comprender mejor lo que el evangelista san Juan quiere transmitirnos, recordemos la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-44). Cuando sale del sepulcro por la orden dada por Jesús, el texto nos habla que salió atado por keiriais: vendas. En el sepulcro de Jesús están los othonia: lienzo. La diferencia de ambas es la anchura. Las vendas son delgadas, los lienzos son más anchos. Estos lienzos o cintas, fueron colocados alrededor del cuerpo de Jesús para asegurar la sábana, además tenían la función de impedir que el líquido aromático se evaporara.

El sentido simbólico de ambos lienzos es que, Lázaro retornó a la vida atado de pies y manos (11,44), Jesús el Señor abandona los lienzos. Lázaro tenía que morir de nuevo, Jesús ya no. Así san Juan establece una diferencia enorme entre la resurrección de Lázaro y la de Jesús.

Llegó Pedro, entró y «contempló (theórei) los lienzos puestos en el suelo y el sudario» (v. 6). La mirada de Pedro será diferente sobre los lienzos, es contemplativa, busca saber lo que ha pasado. Por segunda vez se habla de los lienzos puestos en el suelo, pero se agrega otro elemento: «el sudario» (v. 7). Con estos dos elementos, el evangelista responde a la preocupación del robo del cadáver. No se lo han robado, si se lo hubieran robado, los asaltantes no se habrían entretenido quitando los lienzos y el sudario.

Por tercera vez aparece la expresión «los lienzos en el suelo», esta vez en relación con la forma en que estaba puesto el sudario: «puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte». El padre Persili propone interpretar: « y el sudario, que estaba sobre su cabeza, no con las cintas extendidas, sino por el contrario envuelto en una posición singular» (Messori, 2003). Vayamos por partes.

El sudario era un pedazo de tela de entre 60 a 80 centímetros que servía para limpiar el sudor. En los evangelios aparece regularmente en momentos fúnebres, de ahí que su simbolismo se fúnebre. El evangelio dice que el sudario «había estado sobre la cabeza de Jesús» ¿Se refiere al que estaba adentro de la sábana con que lo envolvieron? Evidentemente no. El de adentro sostenía su barbilla, es un piadoso detalle de los usos fúnebres judíos. Se trata de un sudario que habían colocado sobre la cabeza de Jesús una vez acabado de envolver, como protección del líquido aromático que habían vertido.

En el texto litúrgico leemos que el sudario estaba «doblado en sitio aparte», sin embargo, el padre Persili traduce «envuelto en una posición singular». Él explica que «la frase se debe traducir en el sentido de que el sudario para la cabeza se encontraba en una posición diferente de las cintas extendidas sobre el cuerpo y no en un lugar diferente. Pedro contempla las cintas extendidas sobre la losa sepulcral y, sobre esa misma losa, contempla también el sudario que, al contrario que las cintas extendidas, estaba en la posición de envolver algo, aunque ya no envolvía nada» (Messori, 2003).

Siguiendo con la interpretación del padre Persili, nos sigue explicando por qué el sudario estaba en una posición singular y no en un sitio aparte. «El sudario, el gran pañuelo que envolvía la cabeza, al contrario que las cintas, estaba envuelto en una posición UNICA, en el sentido de singular, excepcional o irrepetible. En efecto, en vez de estar extendido sobre la losa sepulcral con las cintas, estaba envuelto y en posición sobresaliente. La posición del sudario aparece como única por excelencia a la vista de Pedro y Juan, pues es un desafío a la ley de la gravedad» (Messori, 2003).

De todo esto, Messori (2003) deja una reflexión muy interesante que vale la pena transcribir por su singular forma de expresarlo: «Sin dejar de respetar el misterio, podríamos decir que el hecho sucedió a través de una especie de relámpago de luz y calor: un reflejo «sensible» del Misterio, que debió de absorber instantáneamente los aromas que impregnaban las telas. Desaparecido el cuerpo, las telas que lo habían envuelto, mucho más pesadas, se dejaron caer sobre la sábana que cubrían y adoptaron esa posición «extendida» a la que nos hemos referido. El sudario para la cabeza, mucho más ligero y pequeño, y por así decirlo «almidonado» por el desecado de los aromas líquidos, quedó -por utilizar las propias palabras del Nuevo Testamento- «por el contrario» (respecto a las cintas) «envuelto», como cuando ceñía la cabeza del difunto, apareciendo así ante los apóstoles «en una posición singular».

Es ahora cuando entra el Discípulo amado, «y vio (eíden) y creyó» (v. 8) ¿Qué ve? El verbo en griego nos habla de un ver que llega a ser pleno, un llegar conocer. Eso justifica la manera rápida con que comprendió y creyó. Los indicios mudos se convierten en indicios muy elocuentes.

Finalmente hay que notar que las Escrituras no pueden ser comprendidas sin una intervención personal del Resucitado (León-Dufour, 1974, p. 342). Su inteligencia de la Escritura no precede, sino que sigue, a la certeza de que Jesús ha pasado a la gloria. De hecho, históricamente, la Iglesia primitiva tuvo primero la experiencia del Resucitado y sólo después iluminó su fe repasando las Escrituras (León-Dufour, 1998, p. 175).

3. Meditación (Meditatio) ¿Qué me dice el texto?

"¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado" (Lc 24, 5-6). En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo (cf. Jn 20,13; Mt 28, 11-15). A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres (cf. Lc 24, 3. 22- 23), después de Pedro (cf. Lc 24, 12). "El discípulo que Jesús amaba" (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir "las vendas en el suelo"(Jn 20, 6) "vio y creyó" (Jn 20, 8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío (cf. Jn 20, 5-7) que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro (cf. Jn 11, 44). (Catecismo, n. 640)

4. Oración (Oratio) ¿Qué le respondo al Señor?

Señor Dios, que por medio de tu Unigénito, vencedor de la muerte, nos has abierto hoy las puertas de la vida eterna, concede a quienes celebramos la solemnidad de la resurrección del Señor, resucitar también en la luz de la vida eterna, por la acción renovadora de tu Espíritu. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

5. Contemplación (Contemplatio)

Estarás en condiciones de reconocer que tu espíritu ha resucitado plenamente en Cristo si puede decir con íntima convicción: «¡Si Jesús vive, eso me basta!». Estas palabras expresan de verdad una adhesión profunda y digna de los amigos de Jesús. Cuan puro es el afecto que puede decir: «¡Si Jesús vive, eso me basta!». Si él vive, vivo yo, porque mi alma está suspendida de él; más aún, él es mi vida y todo aquello de lo que tengo necesidad. ¿Qué puede faltarme, en efecto, si Jesús vive? Aun cuando me faltara todo, no me importa, con tal de que viva Jesús... Incluso si a él le complaciera que yo me faltara a mí mismo, me basta con que él viva, con tal que sea para él mismo. Sólo cuando el amor de Cristo absorba de este modo tan total el corazón del hombre, hasta el punto de que se abandone y se olvide de sí mismo y sólo se muestre sensible a Jesucristo y a todo lo relacionado con él, sólo entonces será perfecta en él la caridad (Guerrico de Igny, Sermo in Pascha, i, 5).

Josué Ruiz


Bibliografía:

Castro Sánchez, S. (2008). Evangelio de Juan (1st ed.). Bilbao: Desclée de Brouwer.
Coenen, L., Beyreuther, E., & Bietenhard, H. (1994). Diccionario teológico del Nuevo Testamento (Vol. 4) (3a ed.). Salamanca: Sígueme.
Léon-Dufour, X. (1998). Lectura del Evangelio de Juan IV. Salamanca: Sígueme.
Léon-Dufour, X. (1974). Resurrección de Jesús y mensaje pascual (2a ed.). Salamanca: Ediciones Sígueme.
Messori, V. (2003). Dicen que ha resucitado. Una investigación sobre el sepulcro vacío (2a ed.). Madrid: Rialp.
Tuya, M. (1964). Biblia Comentada: Evangelios. Madrid: BAC.

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