jueves, 2 de febrero de 2017

El gozo de las Bienaventuranzas

Lectio Divina: IV Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)


1. Oración inicial


Jesús:
Queremos sentarnos frente a ti,
como ante nuestro único Maestro,
y recibir con corazón sencillo y abierto
las enseñanzas que quieras comunicarnos.
Háblanos, Señor, que estamos dispuestos
a escucharte.

2. Lectura (Lectio) ¿Qué dice la Palabra de Dios?


Del santo Evangelio según san Mateo: 5, 1-12



En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles y les dijo:
“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos serán ustedes, cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Tomemos un momento de silencio para meditar el texto)


Reflexión
EL GOZO DE LAS BIENAVENTURANZAS




Contexto Litúrgico



La Iglesia nos propone meditar, a partir del cuarto domingo del tiempo ordinario, hasta el noveno, en el Reino de Dios y los discípulos de Jesús. Hoy la liturgia, nos pone frente a la página del evangelio que trata sobre las bienaventuranzas, enmarcado en el Sermón de la Montaña (5-7), su tema es la nueva Ley del Reino de los Cielos y su justicia; el texto de hoy, busca ayudarnos a comprender las actitudes de quienes construyen el Reino de los Cielos, principalmente los discípulos.

La comunidad de San Mateo


San Mateo escribe para comunidades judías que se ha convertido al cristianismo. En estas comunidades no solo había judío-cristianos, poco a poco se habían ido integrando gentiles, personas que no pertenecían al pueblo judío.

Jesús, maestro y legislador


«Subió al monte». La montaña es un lugar teológico, monte de revelación, que recuerda el Sinaí. Una de las ideas claves del evangelio de san Mateo es la de presentar a Jesús como un nuevo Moisés, por cuya mediación Dios, en el monte Sinaí, dio al pueblo elegido el regalo de “la Ley” (Éx 20,1-17; 20,22-23,33; 24,12-18; 32,15-16; 34,29-32; Jn 1,17).

Como Moisés, Jesús será ahora pastor, conductor, organizador, legislador y maestro del nuevo pueblo de Dios. En esta perspectiva, el evangelista, desde el principio de su obra, aplicaba a Jesús la palabra de Oseas: «De Egipto llamé a mi hijo» (Mt 2,15; Os 11,1). Como los israelitas, y particularmente Moisés, su jefe, salieron de Egipto para formar el pueblo de Yahveh, así Jesús, el Hijo de Dios, debía salir de Egipto hacia la Tierra Prometida para formar, como un segundo Moisés, el “nuevo pueblo de Dios”.

«Se sentó... ». El estar sentado es la actitud normal de un maestro oriental. En el auditorio se distinguen dos grupos: la gran muchedumbre y los discípulos de Jesús. El sermón de la montaña será la gran enseñanza inicial de Jesús: la carta magna del Reino de los Cielos.

Dichosos: ¿Qué dicha?


Las bienaventuranzas nos presentan el programa para tener éxito en la vida: lo que da felicidad y sentido a la existencia humana. Si nos fascinan, también nos extrañan y nos cuestionan. Parecen estar tan en contraste con los caminos de felicidad que predica nuestra sociedad ambiental que, para captar su sentido, hay que intentar primero comprender qué es lo que quiere decir Jesús con su declaración: «Dichosos».

Las bienaventuranzas siguen toda la tradición del Antiguo Testamento, se arraigan en los terrenos del judaísmo. La palabra «Dichoso», en el Antiguo Testamento, traduce la palabra hebrea ashré; y en el Nuevo Testamento, la palabra griega makarios. Los «macarismos» figuran principalmente en los salmos (25 veces) y los libros sapienciales. Hay que notar una diferencia con la palabra «bendición», en hebreo beraka, frecuente en el Antiguo Testamento, que es una palabra tensa hacia el futuro y que realiza lo que significa, la «bienaventuranza» es una forma de felicitación, que supone por tanto la constatación de una felicidad ya realizada o, por lo menos, en plan de realizarse.

Al decir «dichoso», Jesús constata y proclama la felicidad de la persona descrita en la bienaventuranza. Por consiguiente, la bienaventuranza no es una promesa de felicidad para el futuro (¡el cielo!), sino una declaración de felicidad en el presente.

Las Bienaventuranzas


En Mateo, “las bienaventuranzas” trazan un programa de vida virtuosa con promesas de recompensa celestial. Son una invitación urgente a una vida perfecta de santidad y constituyen el programa de vida de todo discípulo de Jesús.

Las bienaventuranzas son el pórtico del sermón de la montaña y constituyen el fidelísimo “autorretrato de Jesús”. Si es hermoso imaginarse al “discípulo ideal”, más impactante es “contemplar la fisonomía del mismo Jesús” a través de sus enseñanzas directas, incisivas, penetrantes como espada de doble filo.

1. Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.

¿Quiénes son «los pobres de espíritu»?
  • Los que no son soberbios, ni orgullosos, ni altaneros, sino humildes y sencillos: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29).
  • Los que, aun poseyendo bienes materiales, guardan un corazón desprendido: «Aun cuando crezcan vuestras riquezas, no les deis el corazón» (Sal 62,11).
  • Los que, ante Dios, se sienten necesitados de Él y experimentan pobreza de bienes espirituales: «¡Mi alma tiene sed de Dios!» (Sal 42,3).
  • Los que, por amor al reino de Dios, se han hecho pobres de sí mismos, han renunciado a muchos egoísmos, inclusive a bienes legítimos: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sígueme!» (Mt 19,21).
La recompensa a los pobres de espíritu es el reino de Dios, tanto en la tierra como en la vida futura: «Entra en el gozo de tu Señor» (Mt 25,21); más aún, su recompensa será el mismo Dios.

2. Dichosos los que lloran, porque serán consolados.

«Los que lloran» son aquellos que se ven acosados por el dolor, el sufrimiento, las penas, la angustia, la ansiedad, pero todo lo sufren en la fe y en la confianza en Dios, y unen su dolor al sacrificio de Jesús en la cruz, a favor de la salvación del mundo.

La recompensa de esta bienaventuranza es el consuelo divino, aportado por el Mesías (Is 40,1; 61,3). El autor de este consuelo es el mismo Dios: «Los que siembran con lágrimas, cosechan entre cantares» (Sal 126,5).

3. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra.

Son los humildes, lentos para enojarse y gentiles con los demás. Es una cita del Salmo 37,11: «Poseerán la tierra los humildes y gozarán de inmensa paz»

«Porque ellos heredarán la tierra». El salmo ofrece la felicidad en la Tierra Prometida. En Mateo se trata de una metáfora por el Reino de los Cielos. El verbo en futuro es propio de la literatura sapiencial y no urge necesariamente el tiempo por venir, pudiendo equivaler a un presente, como en la primera bienaventuranza.

4. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

Tener hambre y sed de justicia es aspirar con toda el alma a una vida perfectamente conforme con la voluntad divina, perfectamente respetuosa de los derechos de Dios sobre nosotros. A través de esta palabra "justicia", aparece la preocupación fundamental de Mateo: la de un cristianismo vivido efectiva y auténticamente.

«Serán saciados». Quien anhela cumplir la voluntad del Padre verá colmado su deseo cuando se realice plenamente esa «justicia», don de Dios que supera las posibilidades humanas y que consiste en vivir como hijo suyo (cf. 5,8) e imitar su «justicia», su perfección (cf. 5,48).

5. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.

En el Antiguo Testamento la misericordia, raramente atribuida a la persona humana, encierra dos aspectos esenciales: el perdón divino de las faltas y la beneficencia activa de Dios con las personas necesitadas.

San Mateo nos transmite dos parábolas que ejemplifican estos dos aspectos. En la parábola del juicio final (25,31-46), los que han practicado las obras de misericordia (25,35-36) reciben a su vez la misericordia final. En la parábola del siervo sin entrañas (18,23-35), el perdón es presentado como forma eminente de misericordia. Esta parábola nos da la clave para comprender la bienaventuranza: era necesario que el siervo perdonara a su consiervo como el rey lo había perdonado a él (18,33).

6. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios.

La pureza que se busca es de orden moral. No solamente se sitúa en el nivel de la conducta exterior, sino también en las disposiciones íntimas. Efectivamente, en la Biblia el corazón es la sede del pensamiento, de la voluntad y de los sentimientos.

Los «limpios de corazón» son las personas que están interiormente exentas de malicia y de perversidad, buscan el bien, son rectas y leales con Dios y con el prójimo. Aplicada a la vida cristiana, la pureza de corazón califica a los discípulos en los que el parecer cristiano refleja su ser cristiano. Un término contemporáneo para traducir esta bienaventuranza podría ser el de «autenticidad», comprendida no sólo como «sinceridad», sino como búsqueda de verdad y de rectitud en las relaciones con Dios y con los demás, así como el deseo de transparencia en el ser y en el obrar. Los limpios de corazón son, en fin, los limpios de todo pecado.

«Verán a Dios». Seremos admitidos en el círculo inmediato de sus servidores gozando de su familiaridad y para hacer alguna cosa en su servicio; es entrar de esta forma en relación personal con él, expresando lo que se siente, haciéndose escuchar por él, entrando en diálogo con él. La dicha que nos promete esta bienaventuranza no puede ser exclusivamente futura, sin arraigo en nuestra vida presente.

7. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios.

Esta bienaventuranza no se refiere a las personas que tienen un temperamento pacífico, sino a las que se comprometen activamente en la construcción de la paz. Son dichosos quienes no dudan en poner en peligro su propio bienestar con tal de restablecer la paz entre quienes están enfrentados; se trata, por tanto, de una forma de misericordia (cf. 5,7).

«Ser llamado» hijo por Dios equivale a recibir esta condición, indica una verdadera adopción filial. No es concebible una promesa mayor: todas las anteriores apuntan a ella, que a su vez las explicita. Al que trabaja por la paz, el Dios de la paz lo llamará «hijo mío».

8. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.

La última bienaventuranza recoge las demás y añade un nuevo factor: la persecución. Se declara dichosos a los perseguidos por la justicia; es decir: por ser pobres de espíritu y mansos, por compadecerse y realizar obras de misericordia, por estar hambrientos y sedientos de la voluntad de Dios, por tener un corazón limpio, por restablecer la concordia entre quienes están divididos por el odio.

Se percibe en esta bienaventuranza a los predicadores del Evangelio, sucesores de los profetas, que serán odiados y maldecidos a causa del mensaje que traen a los hombres.
La perseverancia activa en estas virtudes, aún en medio de la persecución, significa poseerlas en grado elevado. Por eso, «de ellos es el Reino de los cielos», ellos son los hijos para quien este Reino está preparado «desde la creación del mundo» (cf. 25,34).

3. Meditación (Meditatio) ¿Qué me/nos dice el texto?


Las bienaventuranzas están en el centro de la predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos.

Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1716-1717).

4. Oración (Oratio) ¿Qué le respondo al Señor?


Jesús Maestro:
Hemos escuchado tu proclamación evangélica.
Nos has revelado dónde podemos encontrar
la verdadera y auténtica felicidad.
Haznos, Jesús, fieles discípulos tuyos.
Concédenos la gracia y el privilegio
de vivir las bienaventuranzas,
código y programa del reino de los Cielos:
la pobreza de espíritu y la mansedumbre,
el saber sufrir y la justicia-santidad,
la misericordia y la pureza de corazón,
la paz y la persecución a causa de tu nombre;
y, si tú quieres, estamos dispuestos,
con el auxilio y la fuerza del Espíritu Santo,
a entregar la vida por amor a ti
y por el reino de los Cielos.

5. Contemplación (Contemplatio) ¿Qué le respondo al Señor?


Las bienaventuranzas nos enseñan el fin último al que Dios nos llama: el Reino, la visión de Dios, la participación en la naturaleza divina, la vida eterna, la filiación, el descanso en Dios. (CIC n. 1726)

6. Actúa (Actio) ¿A qué me compromete la Palabra de Dios?


Las bienaventuranzas nos colocan ante opciones decisivas con respecto a los bienes terrenos; purifican nuestro corazón para enseñarnos a amar a Dios sobre todas las cosas (CIC n. 1728), tomaré decisiones basadas en las ocho bienaventuranzas poniendo mis decisiones en oración.



Bibliografía:
Carrillo Alday, S. (2010). El evangelio según San Mateo (1a ed.). Estella (Navarra): Verbo Divino.
Carrillo Alday, S. (2007). Jesús de Nazaret (1a ed.). Estella (Navarra): Editorial Verbo Divino.
Dumais, M. (1998). El sermón de la montaña (Mateo 5-7) (1a ed.). Estella (Navarra): Verbo Divino.
Dupont, J. (1978). El mensaje de las bienaventuranzas (1a ed.). Estella (Navarra): Verbo Divino.
Sánchez Navarro, L. (2005). La enseñanza de la montaña (1a ed.). Estella (Navarra): Editorial Verbo Divino.

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