lunes, 6 de febrero de 2017

Transmitir luz y sabor al mundo

Lectio Divina del V Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)



5 de febrero del 2017


1. Oración inicial


"Señor, no dejes que pierda el sabor de tu evangelio, no dejes que esconda la luz que me regalas. Tú has salvado mi vida, tú me has iluminado, pero te ruego que me impulses para que pueda comunicar a los demás tu amor y tu luz"

2. Lectura (Lectio) ¿Qué dice la Palabra de Dios?


Del santo Evangelio según san Mateo: 5, 13-16



En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente. 

Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa. 
Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Toma un momento de silencio para asimilar y releer el texto)

Reflexión
TRANSMITIR LUZ Y SABOR AL MUNDO


Inicio del camino de discipulado


Del versículo uno al dieciséis del capítulo cinco del Evangelio de San Mateo, se nos presenta la introducción al discurso conocido como el Sermón de la Montaña, estos versículos tienen como fin, llamar la atención del interlocutor para prepararlo a escuchar el mensaje de Jesús.

La semana pasada reflexionamos sobre las Bienaventuranzas (5, 1-12), que son las actitudes que todo discípulo de Jesús debe encarnar. Hoy vamos a concluir con la introducción que hace san Mateo para entrar al cuerpo del Sermón de la Montaña. Curiosamente Jesús no les dice qué deberían ser, sino lo que son en cuanto discípulos, y lo hace a través de un lenguaje simbólico: sal y luz; ciudad en lo alto del monte y la vela.

Llamados a ser sal de la tierra


La sal para el mundo judío antiguo es un elemento indispensable para la vida (cfr. Sir 39, 26): sazona los alimentos, purifica y elimina los agentes de fermentación y corrupción.

La sal que aseguraba incorruptibilidad, se usaba en los pactos como símbolo de su firmeza y permanencia. En particular, todo sacrificio debía ser salado, como señal de la permanencia de la alianza (Lv 2,13; cf. Nm 18,19: «una alianza de sal es perenne»; 2 Cr 13,5: «El Señor... con pacto de sal concedió a David y a sus descendientes el trono de Israel para siempre»). Para realizar su función, la sal ha de conservar su propiedad característica; si no, no sirve para nada, será arrojada fuera y pisoteada. Esta «tierra» no se refiere solamente a la «tierra» por excelencia, Palestina, sino que tiene un valor universal. Esta es la orden que Cristo les da posteriormente de predicar el Evangelio «a todas las gentes» (Mt 28,19.20).

También habría que recordar el horno de tierra de la cultura palestina, construido al aire libre y que era llamado precisamente «tierra» (cf. Job 28,5). El fuego de estos hornos era alimentado con estiércol. Para que ardiera el estiércol seco, se recubría el fondo del horno con una capa de sal y se espolvoreaba el estiércol con sal. Esta servía de agente químico que hacía arder el combustible, pero con el paso del tiempo el calor del horno producía en la sal una reacción que la volvía inútil. Este era el momento en que los cristales de sal debían ser retirados, porque habían perdido su salinidad.

La «sal» simboliza al discípulo con fe viva, el «desvirtuarse» equivale a la pérdida de esta fe (Orígenes). Los discípulos serán para la «tierra» lo que es la sal en los usos de la vida:

a. Evita la corrupción: Los discípulos de Jesús tienen que salar la masa moralmente viciada del mundo y del fariseísmo con la doctrina de Cristo para evitar su putrefacción. Llevan la verdad de Cristo, que condimenta ese mundo y le dé el gusto y sabor de la verdad, que es Cristo.

b. Sazona: Los discípulos al igual que la sal, son el elemento que da sabor a los alimentos. El discípulo da el sabor de la verdad de Cristo y preserva de la descomposición moral. Sin embargo, la sal no es el elemento central de una comida, su función es desaparecer para dar sabor a la comida.

c. Asegura la alianza con Dios: Los discípulos son la sal que asegura la alianza de Dios con la humanidad; es decir, de su fidelidad al programa de Jesús depende que exista la alianza, y que se lleve a cabo la obra liberadora prometida.

d. Prender y mantener el fuego: Los discípulos son el combustible que prende y mantiene el fuego de la fe sobre la humanidad. De ellos depende encender el fuego de la fe con su predicación y mantenerlo encendido con su testimonio.

Si la sal pierde su sabor, con nada puede recuperarlo; si los que se llaman discípulos de Jesús, y tienen delante su ejemplo, no le son fieles, no hay donde buscar remedio. Esos discípulos son cosa inútil, han de ser desechados, arrojados fuera, y merecen el desprecio de los hombres, a cuya liberación debían haber cooperado. La comunidad que, en su práctica, traiciona el mensaje de Cristo no tiene razón de existir.


Llamados a ser luz del mundo



En lo que respecta a la luz, su simbolismo es universalmente reconocido. La luz disipa las tinieblas, alegra e ilumina con su resplandor. El Antiguo Testamento recurre con frecuencia a la metáfora de la luz para hablar de Dios (Sal 27,1), y el Servidor sufriente está llamado a ser luz de las naciones (Is 42,6; 49,6). En Is 9,1-2; 42,16; 48,8.10; 51,4; 59,9 se habla de llevar luz a los que yacen en las tinieblas, y todo esto llega a su clímax en Is 60,1-3, cuando el profeta anuncia el retorno del pueblo a la presencia radiante del Señor, que se reflejará en ellos e iluminará a las naciones (cf. 60,19-20; 62,2).

Para completar la imagen de la luz, Jesús usa otra imagen: la de la ciudad construida en lo alto de un monte. En Palestina era frecuente construir los pueblos en lugares altos. De igual modo, «la vela» sirve de medio para indicar el modo de actuar de los discípulos. Antiguamente se utilizaban lámparas pequeñas para iluminar la casa que solo era de un cuarto. Una vez encendida la lámpara, se ponía en alto para que iluminara todo el cuarto. El celemín era un recipiente con el que se medían los granos o los líquidos; por su tamaño, ponerla sobre la vela era cubrir su luz.

Los Padres de la Iglesia ven en la vela (antorcha) la Palabra de Dios (Sal 119, 5), que en su sentido pleno es Jesús (Jn 8, 12). La Iglesia está simbolizada por el candelero, que ilumina a todo el mundo con su predicación. Y el celemín simboliza a todos los hombres mundanos, que son insensatos para las cosas espirituales y sabios en las terrenas, y por consecuencia tienen oculta la palabra divina y no se atreven a hacer pública la Palabra de Dios ni a predicar las verdades de la fe (cfr. Catena Aurea: Mt 5, 14-16).

El mensaje es claro: el apóstol, que tiene que iluminar, no ha de esconderse, ha de actuar—enseñar y practicar—la doctrina del reino, con lo cual iluminarán al mundo sobre el valor de la doctrina de Cristo.

Las buenas obras: la gloria del Padre.


Lo que va a mostrar que los discípulos son «sal y luz» en el mundo, son las buenas obras que llevan a la práctica. La gloria de Dios ya no se manifiesta en el texto de la Ley ni en el local de un templo, sino en el modo de obrar de los que siguen a Jesús. «La luz de ustedes» son las obras en favor de los hombres, descritas en Mateo 5,7.8.9; 25, 35ss, en las que resplandece Dios: la ayuda, la sinceridad y el trabajo por la paz, es decir, la constitución de una sociedad nueva.

Pero si debe dejar que su luz irradie no es para recibir él la alabanza, sino para que el Padre sea glorificado (Jn 15,8); quienes «serán llamados hijos de Dios» (cf. 5,9) revelan con su actuar al Padre de quien son hijos. Se puede hablar de una dimensión testimonial del obrar cristiano.

Estas dos comparaciones sobre el oficio de los apóstoles de Cristo—«sal» y «luz»—tienen finalidades distintas. La primera, haciendo ver que el mundo va a ser evangelizado por apóstoles, llama la atención de éstos sobre su preparación y santidad. La segunda mira preferentemente a que no oculten estos valores necesarios del apostolado, ni por falsa humildad, ni por cobardía, ni por pereza. Pues la tierra espera su luz.

3. Meditación (Meditatio) ¿Qué me dice la Palabra de Dios?


El padre Ermes Ronchi, de la Orden de los Siervos de María, propuso las siguientes meditaciones al Papa y a la Curia Romana en los ejercicios espirituales de marzo de 2016, nos ayudaran también a nosotros a meditar sobre el texto de hoy.

La humildad de la sal y la luz


“He aquí la humildad de la sal y de la luz. Que no llaman la atención sobre sí, no se ponen en el centro, sino que valorizan lo que encuentran. De este modo, la humildad de la Iglesia, de los discípulos del Señor, que no deben orientar la atención sobre sí mismos, sino sobre el pan y sobre la casa, sobre el inmenso campamento de los hombres, sobre su hambre tan grande a veces que para ellos Dios no puede dejar de tener la forma de un pan”.

El valor del encuentro


“Observo la sal. Mientras permanece en su recipiente, en un cajón de la cocina no le sirve a nadie. Su finalidad es salir y perderse para hacer más buenas las cosas. Se da y desaparece. Iglesia que se da, se disuelve, que enciende, que vive para los demás. Si me encierro en mi yo, incluso si estoy engalanado con todas las virtudes más bellas, y no participo en la existencia de los, como la sal y la luz, si no soy sensible y no me abro, puedo carecer de pecados y sin embargo vivo en una situación de pecado.  Sal y luz no tienen la finalidad de perpetuar a sí mismos, sino de derramarse. Y así es la Iglesia: no una finalidad, sino un medio para hacer más buena y más bella  la vida de las personas”.

Ir contracorriente


“Somos sal que ha perdido el sabor si no somos hombres resueltos, si no nos hemos liberado de máscaras y miedos. Las personas quieren tomar del discípulo de Jesús fragmentos de vida, no fragmentos de doctrina. No si se nos ha puesto a Dios entre las manos, sino qué cosa hemos hecho de aquel Dios”.

4. Oración (Oratio) ¿Qué le respondo al Señor?


Padre, fuente de misericordia y de justicia, que cuidas de todos tus hijos, escucha el grito de los pobres, sé refugio del afligido y desconsolado. También en nuestros días hay desposeídos de bienes, privados de dignidad, hambrientos de pan y de amor. Y hartos y satisfechos, con almacenes repletos y casas vacías, envanecidos con sus rezos y ayunos, que huelen a incienso y no perfuman la vida.

En tu Hijo Jesús nos has revelado tu predilección por los pequeños, te has mostrado compasivo y misericordioso con quienes confían en ti. Él, desnudo y crucificado, le indica a quien quiere seguirle un camino serio y arriesgado, una puerta estrecha por donde no se puede pasar si no nos liberamos de las ataduras que suponen el patrimonio, los bienes, la cultura, las estrategias pastorales.

Padre, no queremos poseer mayor honor ni tener mayor gloria que el nombre de tu Hijo crucificado y resucitado, más preciado y valioso que el oro y la 'plata, para levantar y hacer andar a quien tiene necesidad de esperanza. Su Palabra es la luz que nos confías para reavivar los lugares aprisionados por las tinieblas; el Evangelio es la lámpara que no se consume, el sabor incorruptible para incorporar a la existencia. Entonces brillarán nuestras buenas obras como un sol sin ocaso, porque ha prendido tu resplandor.

5. Contemplación (Contemplatio)


“Una parábola hebrea dice que cada hombre viene al mundo con una pequeña llama sobre la frente, que sólo se ve con el corazón, y que es como una estrella que camina delante de él. Cuando dos hombres se encuentran, sus dos estrellas se funden y se reaniman  – cada una da y toma energía de la otra – como dos cepas de madera puestas juntas en el hogar. El encuentro genera luz. En cambio, cuando un hombre permanece durante mucho tiempo sin mantener encuentros, solo, la estrella que resplandecía en su frente poco a poco se consume, hasta que se apaga. Y el hombre va, ya sin la estrella que caminaba delante de él. Nuestra luz vive de comunión, de encuentros, de compartir. No nos preocupemos por cuantos lograremos iluminar. No cuenta ser visibles o relevantes, ser mirados o ignorados, sino ser custodios de la luz, vivir encendidos. Custodiar la incandescencia del corazón”.


6. Actúa (Actio) ¿A qué me compromete la Palabra de Dios?


  • Practicar alguna obra de misericordia semanalmente según la lista de Mateo 5, 35-40
  • Compartir con alguien alguna reflexión bíblica de algún sacerdote, el evangelio diario o la lectio divina semanal.
  • Invita a alguien a un retiro espiritual o invita a alguien a tu grupo de oración.
  • Repite con frecuencia: «El Señor es mi luz y mi salvación» (Sal 27, 1).


Bibliografía:



  • Bernasconi, M. (2016). Ejercicios Espirituales: transmitir luz y sabor al mundo. Radio Vaticano. Recuperado de http://es.radiovaticana.va/news/2016/03/08/padre_ronchi_transmitir_la_luz_y_el_sabor_al_mundo/1213858
  • Carrillo Alday, S. (2010). El evangelio según San Mateo (1a ed.). Estella (Navarra): Verbo Divino.
  • Fernández, V. (2000). El evangelio de cada día: Comentario y oración (1a ed.). Argentina: San Pablo.
  • Levoratti, A., Tamez, E., & Richard, P. (2007). Comentario bíblico latinoamericano: Nuevo Testamento (1a ed.). Estella (Navarra): Verbo Divino.
  • Mateos, J. & Camacho, F. (1981). El evangelio de Mateo, lectura comentada (1a ed.). Madrid, España: Ediciones Cristiandad.
  • Sánchez Navarro, L. (2005). La enseñanza de la montaña (1a ed.). Estella (Navarra): Editorial Verbo Divino.
  • Toya, M. (1964). Biblia Comentada: II Evangelios. Madrid: BAC.
  • Zevini, G., Cabra, P., & Gordón, F. (2003). Lectio divina para cada día del año: Domingos del Tiempo Ordinario. Volumen 13 (Ciclo A). Estella (Navarra): Verbo Divino.


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