viernes, 24 de febrero de 2017

Amar como Dios Padre ama

Lectio Divina del VII Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)


1. Oración inicial


Espíritu Santo, ilumina nuestro entendimiento, para que al leer o estudiar la Sagrada Escritura, sintamos la presencia de Dios Padre que se manifiesta a través de tu Palabra.
Abre nuestro corazón para darnos cuenta del querer de Dios y la manera de hacerlo realidad en nuestras acciones de cada día. Instrúyenos en tus sendas para que, teniendo en cuenta tu Palabra, seamos signos de tu presencia en el mundo. Amén. (Oremos viviendo el amor y la misericordia de Dios No 3)

2. Lectura (Lectio) ¿Qué dice la Palabra de Dios?


Del santo Evangelio según san Mateo: 5, 38-48

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente; pero yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo. Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda; al que te quiera demandar en juicio para quitarte la túnica, cédele también el manto. Si alguno te obliga a caminar mil pasos en su servicio, camina con él dos mil. Al que te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda.

Han oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.

Porque, si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos?

Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Dejamos un espacio de silencio meditativo para interiorizar la Palabra de Dios)

Reflexión

AMAR COMO DIOS PADRE AMA


Dos mandamientos pendientes

El domingo pasado, comenzamos a entrar en la parte central del Sermón del Monte (Mt 5-7), escuchamos de parte de Jesús las primeras cuatro de seis reinterpretaciones de los mandamientos del Decálogo (Ex 20,1-17; Dt 5,6-22) y de otros mandamientos de la Ley antigua.

Recordemos que al inicio de su enseñanza, Jesús hizo la observación que él no vino a abolir la Ley y los Profetas, sino a darles cumplimiento (cfr. Mt 5, 17). Con esta premisa, Jesús empieza a dar la nueva forma en que hay que vivir los mandamientos de la Ley, les da su sentido pleno. Ya no basta decir solo que no se ha matado, hace falta también cuidar como tratamos al que tenemos al lado, principalmente con nuestras palabras. Partiendo de este punto de cuidar nuestro trato con el prójimo, llegamos al modo en cómo debemos tratar a Dios. Todo juramento que hacemos, si está basado en la verdad, no necesita del nombre de Dios para tomar fuerza, evitando así tomar el nombre de Dios en vano.

Jesús nos ha enseñado en síntesis, a no ofender al prójimo, ni a Dios, ahora nos enseñará como debe comportarse un cristiano cuando lo ofenden (Catena Aurea Mateo, 5,38-42). Nos disponemos a reflexionar pues, en los dos mandamientos pendientes de la enseñanza de Jesús.

Caridad en la ofensa (vv. 38-42)

Jesús expone la enseñanza común de su tiempo en relación a la ofensa: «Ojo por ojo, diente por diente» (Ex 21,23-25; Lv, 24,19-20; Dt 19,21), conocida como la Ley del Talión. Este mandamiento nos lleva a pensar que el pueblo judío tenía un avance significativo en su civilización. «Las sociedades la introdujeron para reaccionar contra el sistema anárquico de la venganza ilimitada que caracteriza al régimen de la barbarie» (Dumais, 39).

A partir de ese momento, Jesús enseña la nueva forma de actuar ante las ofensas o ante quien consideramos adversario: «pero yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo» (v. 39a), «es decir, no respondas a un comportamiento malo, devolviendo golpe por golpe» (Id). Para llevar a efecto esto, Jesús nos da tres ejemplos prácticos, los cuales no debemos interpretar al pie de la letra, sino ver la enseñanza de fondo:

a)      «Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda» (v. 39b).

El golpe en la mejilla derecha, era una golpe con el revés de la mano derecha; este golpe, los judíos lo consideraban doblemente ofensivo, por lo cual, el ofendido podía dar dos golpes en justicia. El consejo de Jesús será presentar la otra, es decir, renunciar a la compensación prevista por la Ley.
«Enseña, pues, el Señor, como médico de las almas, el que sus discípulos procuren ante todo la salvación de aquéllos, para cuyo bien eran enviados, y que sufriesen con ánimo tranquilo todas sus debilidades. Toda iniquidad, pues, nace de la imbecilidad de alma, porque nada hay más inocente que una persona perfeccionada en la virtud» (San Agustín, de sermone Domini, 1,19).

b)      «al que te quiera demandar en juicio para quitarte la túnica, cédele también el manto» (v. 40)

En un juicio contra alguien que ha pedido prestado dinero, se podía tomar en prenda la túnica; sin embargo, la Ley mandaba regresar el manto antes de la puesta del sol para que se cubriera del frio nocturno el pobre (Ex 22,25-26; Dt 24,12-13). El mensaje es claro de Jesús, ante una injusticia, propiamente una humillación, hay que darlo todo, incluso aquello que uno tiene para cubrirse (el manto).

San Gregorio hace esta observación: «Más debemos temer por los ladrones, que sentir la pérdida de las cosas terrenas. Cuando se pierde la paz del corazón respecto del prójimo por una cosa terrena, se evidencia que amamos al prójimo menos que a las cosas» (Catena, Mt 5,38-42).

c)      «Si alguno te obliga a caminar mil pasos en su servicio, camina con él dos mil» (v. 41)

Este tercer tipo de ofensa que Jesús enseña a superar, lleva al discípulo a ser generoso en un servicio exigido por obligación. Para Jesús no basta cumplir lo exigido, hay que ir más lejos.

Jesús concluye esta antítesis con una generalización: «Al que te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda» (v. 42). Sobre esto, los Padres de la Iglesia nos recuerdan que: «Las riquezas no son nuestras sino de Dios. Dios quiso que nosotros fuésemos los dispensadores de sus riquezas, no los dueños» (Pseudo-Crisóstomo).

San Agustín establece unos criterios en la aplicación del consejo de Jesús, que consiste en «no dar todas las cosas al que pida», sino «que debe darse lo que se pueda justa y buenamente. […] Debe darse, pues, lo que no puede hacer daño ni a ti ni a otro» (de sermone Domini, 1, 20). Así mismo «el que da presta, aunque el que recibe no pueda pagar, porque Dios devuelve en mayor cantidad lo que han dado los caritativos» (de sermone Domini, 1, 20).

«Luego Jesucristo nos manda dar prestado, pero no con usura porque el que da así, no da sino que roba, desata un vínculo y liga con muchos, no da por la justicia de Dios sino por propia ganancia. El dinero que se obtiene por medio de la usura es parecido a la mordedura de un áspid. Así como el veneno del áspid corrompe todos los miembros de una manera oculta, así la usura convierte todos los bienes en deudas» (Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12).

En resumen podemos decir que, todos estos mandamientos de Jesús, buscan configurar al discípulo con el espíritu de las Bienaventuranzas, que desarrolle virtudes en orden a la santidad.

Amar al prójimo y al enemigo (vv. 43-48)

Con ésta última antítesis, Jesús llega al culmen de su enseñanza de cómo tratar al prójimo, pero llevará su enseñanza al límite: amar a los enemigos.

Jesús cita el mandamiento del amor al prójimo (Lv 19,18) de una manera abreviada («Amaras a tu prójimo»: v. 43), y lo une a otro mandamiento que no figura en ninguna parte del Antiguo Testamento («odiaras a tu enemigo»), pero que es la interpretación que escribas y fariseos dan al precepto del Levítico.

El concepto de enemigo en este texto ha de entenderse de manera religiosa, como lo expresa el Salmo 139 (138), 21-22: «¿No odio, Yahvé, a los que te odian? ¿No me asquean los que se alzan contra ti? Los odio en el colmo del odio, los tengo por enemigos». Por tanto, los enemigos son los enemigos de Yahvé.

Jesús ahora pide amar a los enemigos, y la manera de hacerlo será orando por ellos (v. 44); esta es la primera vez que se hablara a la par de caridad y oración, así los enemigos y perseguidores se convierten en objeto de amor y de oración intercesora. En el amor a los enemigos, la Iglesia primitiva ve una seña de identidad del cristianismo: «Pues amar a los amigos es propio de todos, mientras que a los enemigos, sólo de los cristianos» (Tertuliano Ad Scapulam 1,3). La finalidad de este amor a los enemigos es llegar a ser hijo del Padre celestial, que no hace distinción de hombres (buenos y malos, justos e injustos) y les da los recursos básicos de la creación: la luz del sol y el agua de lluvia (v. 45). Así Jesús invita a obrar al discípulo como Dios Padre, mejor dicho, a comportarse como lo que son: hijos del Padre.

Para dar a entender mejor su enseñanza, Jesús se vale de dos grupos de personas que en consideraban excluidas de la comunidad: publicanos y paganos (vv. 46-47; cfr. Mt 18,17). Un publicano era un judío que recaudaba impuestos para el imperio romano, por tanto era considerado traidor tanto en el ámbito social como religioso. El pagano en cambio era aquel que no pertenecía al pueblo judío y no conocía a Dios. De estos dos grupos Jesús dirá que solo aman a quien los ama (v. 46) y saludan a quien los saluda (v. 47).

Jesús nos invita a superar nuestra tendencia natural a no amar más que a los que manifiestan interés y afecto por nosotros. El amor del cristiano tiene que dirigirse también a todos los que no lo aman y que incluso llegan a hacerle personalmente daño (Dumais, p. 42).

«Guardamos verdaderamente el amor al enemigo, cuando ni su felicidad nos abate ni su ruina nos alegra. No se ama a aquel a quien no se quiere ver mejor, y el que se alegra de la ruina de otro, lo persigue en la fortuna con sus malos deseos. […] Conviene pensar también, qué es lo que debemos a la ruina del pecador y a la justicia del que castiga, pues cuando el Todopoderoso castiga a un perverso, debemos alegrarnos de la justicia del juez y compadecernos de la miseria del que perece» (San Gregorio Magno, Moralia 22, 11).

Para cerrar esta sección de su enseñanza, Jesús dará la formulación plena al precepto de Levítico (19,2: «Sean santos, porque yo, Yahvé, su Dios, soy santo»), a la luz de Deuteronomio (18,13: «Serás integro con Yahvé tu Dios»). Esta perfección implica la práctica de todos los mandamientos de Yahvé (cf. 5,19) pero su alcance va más allá, porque el punto de comparación es la perfección del Padre (Sánchez, p. 94). Se logrará imitando progresivamente al Padre, y así se va haciendo el discípulo verdadero hijo de Dios en su ser y obrar.

3. Meditación (Meditatio) ¿Qué me dice el texto?

  • ¿Vivo la ley del talión o la ley de la caridad?
  • Me hacen una cosa mala ¿Cuántas devuelvo?
  • ¿Oro a Dios por aquellos que me han hecho daño?
  • ¿Quiero ser santo como mi Padre Celestial?


4.  Oración (Oratio) ¿Qué le respondo al Señor?


"Padre Dios, rico en misericordia, infunde en mí tu Espíritu Santo
para que ya no reaccione de manera puramente humana, sino
que ponga amor donde hay odio, ponga perdón donde hay ofensas.
Ayúdame a reaccionar amando, como Jesús".

5.  Contemplación (Contemplatio)


Considera cuántos grados sube, y en qué estado de virtud nos coloca. El primer grado consiste en no empezar injuriando; el segundo, no vengarse en una cosa igual; el tercero, no hacer al que ultraja daño alguno; el cuarto, exponerse asimismo a tolerar las malas acciones; el quinto, conceder más (o al menos prestarse a cosas peores) lo que apetece a aquel que hizo el mal; el sexto, no tener odio a aquel que no obra bien; el séptimo, amarlo; el octavo, hacerle bien; y el noveno, orar por él. Y como este precepto es grande, añade un gran premio, esto es, ser semejantes al mismo Dios. Y por ello dice: "Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos" (San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 18,4).

6.  Actúa (Actio) ¿A que me compromete la Palabra de Dios?

  • Devolveré el bien a quien me haga el mal (Rom 12,14-21)
  • En oración pediré a mi Padre eterno, la gracia de amar como el ama (1 Cor 13).



Bibliografía:
Carrillo Alday, S. (2010). El evangelio según San Mateo (1a ed.). Estella (Navarra): Verbo Divino.
Dumais, M. (1998). El sermón de la montaña (Mateo 5-7) (1a ed.). Estella (Navarra): Verbo Divino.
Fernández, V. (2000). El evangelio de cada día: Comentario y oración (1a ed.). Argentina: San Pablo.
Sánchez Navarro, L. (2005). La enseñanza de la montaña (1a ed.). Estella (Navarra): Editorial Verbo Divino.

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