viernes, 17 de febrero de 2017

La justicia mayor con el prójimo

Lectio Divina del VI Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)


1. Oración inicial


“Habla, Señor, que tu siervo escucha” ¡Háblanos en este momento, Señor! Queremos acoger tu Palabra, permitir que esta página del evangelio entre en nuestra vida para que ilumine y fortalezca nuestro camino, anime y transforme nuestras actitudes. Todos deseamos madurar en el camino de la escucha de tu Palabra para que nuestro corazón sea transformado.

En nosotros existe el deseo de leer y comprender esperando de tu bondad y generosidad ser guiados en la comprensión de tu Palabra. Que tu hablar a nuestro corazón no encuentre ningún obstáculo o resistencia. Que tu Palabra de vida no recorra en vano  el desierto árido de nuestra vida. Entra en el vacío de nuestro corazón con la fuerza de tu Palabra; ven a ocupar un lugar en nuestros pensamientos y sentimientos, ven a vivir en nosotros con la luz de tu Verdad.

2. Lectura (Lectio) ¿Qué dice la Palabra de Dios?


Del santo Evangelio según san Mateo: 5,17-37

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley. Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos. Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos.

Han oído que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.

Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda. Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.

También han oído que se dijo a los antiguos: No cometerás adulterio. Pero yo les digo que quien mire con malos deseos a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Por eso, si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, arráncatelo y tíralo lejos, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo. Y si tu mano derecha es para ti ocasión de pecado, córtatela y arrójala lejos de ti, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo.

También se dijo antes: El que se divorcie, que le dé a su mujer un certificado de divorcio; pero yo les digo que el que se divorcia, salvo el caso de que vivan en unión ilegítima, expone a su mujer al adulterio, y el que se casa con una divorciada comete adulterio.
Han oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en falso y le cumplirás al Señor lo que le hayas prometido con juramento. Pero yo les digo: No juren de ninguna manera, ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es donde él pone los pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran Rey.

Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes hacer blanco o negro uno solo de tus cabellos. Digan simplemente sí, cuando es sí; y no, cuando es no. Lo que se diga de más, viene del maligno”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Toma un momento de silencio para asimilar el texto, para ello vuelve a leer el texto)

Reflexión

LA JUSTICIA MAYOR CON EL PRÓJIMO


Continuando el Sermón de la Montaña


Hemos llegado al cuerpo del Sermón de la Montaña, después que Jesús nos ha preparado con los mensajes de las Bienaventuranzas (Mt 5, 3-12), que son las actitudes que nos configuran como discípulos de Cristo; y con el de la sal y la luz (Mt 5, 13-16), donde nos ha presentado lo que somos como discípulos, y no lo que deberíamos ser. Ahora Jesús nos presenta el mensaje central del Sermón de la Montaña: la justicia mayor del discípulo.

Jesús comienza anunciando el programa de su mensaje central: la justicia mayor (Mt 5, 17-20. Jesús la presenta en tres partes: a) la «justicia mayor» y el prójimo (Mt 5, 21-48); b) la «justicia mayor» y el Padre (Mt 6, 1-18); c) la «justicia mayor» y las criaturas (Mt 6, 19-7, 11).

La justicia mayor y el prójimo


Antes de comenzar a hablar de la Ley y cómo llevarla a su pleno cumplimiento, Jesús deshace algunas falsas ideas que tenían los discípulos y la muchedumbre que lo escuchaban: «No piensen que he venido a abolir la Ley y los profetas» (v. 17a). Esta expresión de parte de Jesús quiere darnos a entender que, él no vino a echar abajo el Antiguo Testamento, sino todo lo contrario: «a dar cumplimiento» (v. 17b). Afirmar que Jesús cumple toda la Escritura quiere decir que la lleva a su consumación, a su perfección, a su significación plena; la realiza, no ya «ejecutando» sus exigencias sean cuales fueren, sino superándola, haciéndole llevar un sentido nuevo (Dumais, 30).

La justicia que Jesús exige a sus discípulos debe ser mayor a la de los escribas y fariseos (v. 20). Esta justicia exigida, es una conducta conforme a la voluntad de Dios. Lo mayor de esta conducta o justicia se manifiesta primero, en la exigencia más amplia de parte de los discípulos a ir más lejos en la obediencia de la Ley, no solo matar, sino evitar todo gesto de cólera hacia los demás. Esta exigencia más amplia culmina en el amor al prójimo (vv. 38-48). Como segunda manifestación de la justicia mayor del discípulo, está en superar la manera de cumplir la Ley, cumpliendo las exigencias en el corazón. No solo de manera externa como fariseos y escribas, sino de manera interna. La motivación debe ser el obrar como hijo del Padre. Los discípulos están llamados a hacerse lo que profundamente son, hijos del Padre.

Como primera parte de esta justicia, Jesús nos presenta seis superaciones a la ley en relación al prójimo. Estas superaciones también se les pueden llamar antítesis. El Evangelio de hoy solo nos presenta cuatro, las demás, la liturgia nos la presentará el siguiente domingo.

Las seis antítesis las podemos agrupar en dos grupos de tres para comprenderlas mejor:

a) La primera y cuarta antítesis empiezan con la fórmula de introducción: «Han oído que se dijo a los antepasados» (Mt 5, 21.33).

b) Las tres primeras están en relación al Decálogo, mientras que las tres últimas están en la relación a mandamientos de otra parte de la Torá o Pentateuco (Gn, Ex, Lv, Nm, Dt).

c) Jesús en las tres primeras comienza su enseñanza con una afirmación general: «todo aquel que…» (cfr. Mt 5, 22.28.32); en las tres últimas, encontramos una exhortación directa: prohibición (cfr. Mt 5, 34.39); mandato (cfr. Mt 5, 44).

d) La segunda y tercera antítesis tienen en común el tema del adulterio (vv. 28.32); de manera semejante la quinta y sexta antítesis abordan la relación del discípulo con sus enemigos (vv. 39.44).

Todas estas antítesis llevan al discípulo a un crecimiento progresivo: del homicidio (1ª) al amor del enemigo (6ª). En otras palabras, del sentimiento de querer matar al hermano a la decisión de amar al enemigo. Todo un ejercicio de la voluntad para desarrollar el amor.

No mataras: Homicidio y cólera, y reconciliación (vv. 21-26)


Jesús comienza recordando a sus discípulos lo que han oído de los antiguos: «No mataras» (v. 21: cfr. Ex 20,13; Dt 5,17). Sin embargo, Jesús radicaliza la prohibición, ya no solo será el cometer homicidio, sino encolerizarse con el hermano.

El final del versículo 21, se repite al principio del versículo 22: «será reo ante el tribunal»; así se manifiesta la enseñanza fundamental de esta ampliación: la cólera contra el hermano es una forma de homicidio (Sánchez, 69).

Jesús nos presenta tres tipos de cólera: cólera (enojo), imbécil (insulto) y renegado (desprecio); y tres tipos de tribunales: tribunal, Sanedrín y gehena (v. 22). Se trata, pues, de un proceso de acumulación. Los tres tribunales no son distintos, en el fondo es el mismo: el tribunal de Dios, ante quien se tiene el juicio de todo acto (Carrillo, p. 105).

Las palabras que salen de la persona encolerizada manifiestan cómo se encuentra interiormente («de lo que rebosa el corazón habla la boca»: Mt 12,34) y es lo que la contamina («lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre»: Mt 15,11); los homicidios proceden al igual que los demás pecados del corazón (Mt 15,19).

Como remedio a los malos sentimientos, Jesús enseña que la reconciliación es el mejor camino para poder cumplir el precepto que él está enseñando, para ello, toma como ejemplo el momento más solemne en que se tiene que ofrecer una ofrenda a Dios. Si se quiere obtener el perdón de Dios, primero hay que buscar el del hermano (v. 24). No se puede tener un culto verdadero sin justicia y amor. Jesús citará en dos ocasiones al profeta Oseas para ilustrar esta enseñanza: «quiero amor, no sacrificio» (Os 6,6; cfr. Mt 9,13; 12,7).

Jesús subraya la urgencia de la reconciliación: «Llega enseguida», o «mientras vas con él por el camino» (v. 25a), antes que el juez de una sentencia inapelable (vv. 25b-26). El final de la parábola del siervo inmisericorde (Mt 18,23-35), ilustra el riesgo expresado en estos versículos: «Y encolerizado su señor, le entrego a los verdugos hasta que pagase todo lo que debía» (18,34).

En conclusión, podemos decir que, para cumplir plenamente el quinto mandamiento, podemos aplicar la enseñanza de san Pablo: «Toda amargura, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier otra clase de maldad, desaparezca de entre ustedes. Sean amables entre ustedes, compasivos, perdonándose mutuamente como los perdonó Dios en Cristo» (Ef 4, 31-32). De esta manera se vive la radicalidad enseñada por Jesús a sus discípulos, y se evitan las consecuencias penosas y duraderas.

No cometerás adulterio: matrimonio y pureza de corazón (vv. 27-30)


Jesús expone el cumplimiento radical del sexto mandamiento del Decálogo («No cometerás adulterio»: v. 27; cfr. Ex 20,14; Dt 5,18). Para el pueblo de Israel, el matrimonio es una realidad sagrada (Gn 1,27; 2,24), que el castigo por transgredirla es riguroso: «Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adúltero como la adúltera» (Lv 20,10). Un proverbio expone las consecuencias de esta falta: «El adultero es un insensato; quien así actúa arruina su vida» (Prv. 6,32).

La Biblia enseña que cometer adulterio, desencadena otros pecados graves, dos ejemplos pueden ilustrar esto: el adulterio del rey David con Betsabe (adulterio y homicidio de Urías: 2 Sam 11), y la historia de Susana (adulterio, falso testimonio y homicidio: Dn 13). Los profetas llaman al pueblo infiel a la Alianza con Yahvé «adúltero» (cfr. Is 57,3; Jr 3,8.9; Ez 16,32.38; Os 7,4).

Para Jesús «todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (v. 28), el sexto mandamiento no se quebranta solo consumando el acto de infidelidad matrimonial, se comete adulterio con la mirada que desea poseer a una mujer casada, rompiendo así un matrimonio ajeno.

La interpretación que expone Jesús del sexto mandamiento, la radicaliza combinándolo con el noveno mandamiento («no codiciaras la mujer de tu prójimo»: Ex 20,17; Dt 5,21), poniendo como fuente de ese deseo al corazón (Mt 15,19). El mirar a una mujer para desearla implica la intención de realizar esa acción (Sánchez, p. 73). Así Jesús denuncia la raíz del mal: el deseo interior posesivo, la codicia activa que se apropia ya de la mujer del otro (Dumais, 35).

Ocupando dos imágenes simbólicas: el ojo (v. 29) y la mano (v. 30), Jesús enseña la radicalidad del cumplimiento del precepto. El ojo es con lo que se percibe, y con la mano se acciona; en este contexto, se refiere a la intención y la ejecución. De esta manera, toda intención o acción pecaminosa se debe desterrar con decisión (Sanchez, 74). El castigo de no hacerlo es de igual gravedad que el precepto anterior: la gena, la muerte eterna.

Una referencia más puede ayudar a comprender mejor la exigencia de Jesús. En el Discurso Eclesial (Mt 18,8-9) se aplican las mismas imágenes simbólicas (mano, pie y ojo) a la vida comunitaria, si un miembro escandaliza a sus hermanos ha de ser expulsado de ella. En nuestro texto está de por medio nuestra salvación, en el discurso eclesial, la armonía de la comunidad.

El matrimonio es indisoluble (vv. 31-32)


Jesús toma una legislación conocida por el pueblo judío (Dt 24,1) y ampliará su aplicación. Junto con la antítesis anterior, Jesús enseña los dos modos de divorcio: «el del corazón (vv. 27-30) y el divorcio seguido de nuevas nupcias (vv. 31-32)» (Sánchez, p. 75).

El acta de divorcio (v. 31), es una norma legal que los maestros del pueblo enseñaban conforme a lo que está escrito (Dt 24,1-4). Para Jesús solo habrá una razón para divorciarse: que la unión sea ilegitima. Por unión ilegitima podemos entender principalmente dos cosas:

a) La unión incestuosa
El Catecismo de la Iglesia enseña que el «incesto es la relación carnal entre parientes dentro de los grados en que está prohibido el matrimonio (cf Lv 18,7-20). […] El incesto corrompe las relaciones familiares y representa una regresión a la animalidad» (n. 2388).

b) La fornicación
El Catecismo enseña que «la fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. […] Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana, naturalmente ordenada al bien de los esposos así como a la generación y educación de los hijos. Además, es un escándalo grave cuando se da corrupción de menores. (n. 2353).

Fuera de estas dos faltas, el divorcio no está justificado para Jesús. Se hace caer en adulterio al cónyuge, principalmente en este precepto (v. 32), a la mujer; si el hombre repudia a su mujer, la convierte en adultera si ella decide casarse con otro hombre.

En un texto más adelante del Evangelio, Jesús expondrá los motivos que hacen indisoluble un matrimonio (Mt 19,1-9). La forma de comprender el matrimonio recibirá un nuevo desarrollo en la carta de Pablo a los Efesios (5,21-33): la fidelidad que se exige a los esposos se deriva del hecho de que su unión matrimonial simboliza la fidelidad de Cristo a su Iglesia (Dumais, p. 37).

Juramento y veracidad (vv. 33-37)


El mandamiento citado en esta antítesis hace referencia a Lv 19,12 («No jurarán en falso por mi nombre»), y al segundo mandamiento del Decálogo («No pronunciaras el nombre de Yahvé, tu Dios, en falso»: Ex 20,7; Dt 5,11). Ciertamente que en el Antiguo Testamento se permitían los juramentos, pero no su exceso (Eclo 23,9-11).

En la primera antítesis Jesús enseño a evitar la ofensa al prójimo, en esta antítesis enseña a evitar ofender a Dios. La clave para comprender estos versículos, nos la proporciona uno de los “ayes” de Jesús contra los fariseos (Mt 23,16-22). En este texto, Jesús condena el juramento que se hace por las criaturas: el oro (v. 16), la ofrenda (v. 18); como cosas que están encima de su Creador.

Las cuatro realidades que Jesús presenta (Cielo, Tierra, Jerusalén, tu cabeza: vv. 34-36), remiten a Dios, son sagradas, y por tanto no manipulables por el hombre. La cuarta antítesis no supone una negación a la práctica alabada en la Escritura por Jesús como un acto sagrado (Mt 23,20-22). Lo que Jesús pretende arrancar del discípulo es todo uso profano que haga del juramento, para que su uso no se convierta en una práctica supersticiosa (Sánchez, p. 83).

Finalmente Jesús pide a sus discípulos que sean veraces para que no tengan que recurrir a los juramentos (v. 37). Al ser limpios de corazón (5,8), es innecesario el recurso al juramento. El apóstol Santiago así lo enseña (Sant 5,12). San Justino lo sintetiza en un mandato a decir siempre la verdad (Apología I 16,5), y San Ignacio dará las claves de discernimiento en todo juramento: «No jurar ni por Criador ni por criatura, si no fuere con verdad, necesidad y reverencia» (San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 38).

El Catecismo nos da la interpretación final de este texto:

«Siguiendo a san Pablo (cf 2 Co 1, 23; Ga 1, 20), la Tradición de la Iglesia ha comprendido las palabras de Jesús en el sentido de que no se oponen al juramento cuando éste se hace por una causa grave y justa (por ejemplo, ante el tribunal). “El juramento, es decir, la invocación del Nombre de Dios como testigo de la verdad, sólo puede prestarse con verdad, con sensatez y con justicia”» (n. 2154).

3. Meditación (Meditatio) ¿Qué me dice la Palabra de Dios?


  • Mi conducta (justicia) en relación a mi prójimo, ¿es solo de apariencias o realmente hay sinceridad en mi actuar?
  • ¿Mis palabras son edificantes o destructivas?
  • ¿Controlo mis sentidos cuando miro a alguien?
  • ¿He adulterado con mi corazón con el cónyuge ajeno?
  • Si estoy casado, ¿estoy mejorando como esposo(a)?
  • Si estoy soltero(a), ¿ya pensé bien en lo que conlleva estar casado?
  • Todo lo que prometo ¿lo cumplo?
  • ¿Es normal para mí anteponer a Dios en mis juramentos?

4. Oración (Oratio) ¿Qué le respondo al Señor?


"Señor, concédeme adorarte desde lo más profundo de mi ser,
para que mis acciones sean expresión de un corazón bueno, liberado,
sanado. Ayúdame a ver cuando mis acciones sean solamente
un cumplimiento exterior, que no expresa un amor sincero".

5. Contemplación (Contemplatio)


«Los sentimientos de temor y de “lo sagrado” ¿son sentimientos cristianos o no? [...] Nadie puede dudar razonablemente de ello. Son los sentimientos que tendríamos, y en un grado intenso, si tuviésemos la visión del Dios soberano. Son los sentimientos que tendríamos si verificásemos su presencia. En la medida en que creemos que está presente, debemos tenerlos. No tenerlos es no verificar, no creer que está presente» (Juan Enrique Newman, Parochial and Plain Sermons, v. 5, Sermon 2).

6. Actúa (Actio) ¿A que me compromete la Palabra de Dios?

  • Pondré atención a cómo me comporto con los demás.
  • Cultivaré buenos pensamientos para los demás, especialmente de bendición.
  • Educaré mi vista evitando ver al sexo opuesto como objeto de deseo desordenado.
  • Pondré control en la manera cómo toco a los demás.
  • Buscaré iniciar mi preparación para regularizar mi matrimonio.
  • Seré veraz en mis compromisos, sin anteponer el nombre de Dios.


Bibliografía:

Carrillo Alday, S. (2010). El evangelio según San Mateo (1a ed.). Estella (Navarra): Verbo Divino.

Dumais, M. (1998). El sermón de la montaña (Mateo 5-7) (1a ed.). Estella (Navarra): Verbo Divino.

Fernández, V. (2000). El evangelio de cada día: Comentario y oración (1a ed.). Argentina: San Pablo.

Mateos, J. & Camacho, F. (1981). El evangelio de Mateo, lectura comentada (1a ed.). Madrid, España: Ediciones Cristiandad.

Sánchez Navarro, L. (2005). La enseñanza de la montaña (1a ed.). Estella (Navarra): Editorial Verbo Divino.

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