Dos mandamientos pendientes
El domingo
pasado, comenzamos a entrar en la parte central del Sermón del Monte (Mt 5-7),
escuchamos de parte de Jesús las primeras cuatro de seis reinterpretaciones de
los mandamientos del Decálogo (Ex 20,1-17; Dt 5,6-22) y de otros mandamientos
de la Ley antigua.
Recordemos
que al inicio de su enseñanza, Jesús hizo la observación que él no vino a
abolir la Ley y los Profetas, sino a darles cumplimiento (cfr. Mt 5, 17). Con
esta premisa, Jesús empieza a dar la nueva forma en que hay que vivir los
mandamientos de la Ley, les da su sentido pleno. Ya no basta decir solo que no
se ha matado, hace falta también cuidar como tratamos al que tenemos al lado,
principalmente con nuestras palabras. Partiendo de este punto de cuidar nuestro
trato con el prójimo, llegamos al modo en cómo debemos tratar a Dios. Todo
juramento que hacemos, si está basado en la verdad, no necesita del nombre de
Dios para tomar fuerza, evitando así tomar el nombre de Dios en vano.
Jesús nos
ha enseñado en síntesis, a no ofender al prójimo, ni a Dios, ahora nos enseñará
como debe comportarse un cristiano cuando lo ofenden (Catena Aurea Mateo,
5,38-42). Nos disponemos a reflexionar pues, en los dos mandamientos pendientes
de la enseñanza de Jesús.
Caridad en la ofensa (vv. 38-42)
Jesús expone la enseñanza común
de su tiempo en relación a la ofensa: «Ojo
por ojo, diente por diente» (Ex 21,23-25; Lv, 24,19-20; Dt 19,21), conocida
como la Ley del Talión. Este mandamiento nos lleva a pensar que el pueblo judío
tenía un avance significativo en su civilización. «Las sociedades la
introdujeron para reaccionar contra el sistema anárquico de la venganza
ilimitada que caracteriza al régimen de la barbarie» (Dumais, 39).
A partir de ese momento, Jesús
enseña la nueva forma de actuar ante las ofensas o ante quien consideramos
adversario: «pero yo les digo que no
hagan resistencia al hombre malo» (v. 39a), «es decir, no respondas a un
comportamiento malo, devolviendo golpe por golpe» (Id). Para llevar a efecto esto, Jesús nos da tres ejemplos prácticos,
los cuales no debemos interpretar al pie de la letra, sino ver la enseñanza de
fondo:
a) «Si alguno te golpea en la mejilla derecha,
preséntale también la izquierda» (v. 39b).
El golpe en
la mejilla derecha, era una golpe con el revés de la mano derecha; este golpe,
los judíos lo consideraban doblemente ofensivo, por lo cual, el ofendido podía
dar dos golpes en justicia. El consejo de Jesús será presentar la otra, es
decir, renunciar a la compensación prevista por la Ley.
«Enseña, pues, el Señor, como
médico de las almas, el que sus discípulos procuren ante todo la salvación de
aquéllos, para cuyo bien eran enviados, y que sufriesen con ánimo tranquilo
todas sus debilidades. Toda iniquidad, pues, nace de la imbecilidad de alma,
porque nada hay más inocente que una persona perfeccionada en la virtud» (San
Agustín, de sermone Domini, 1,19).
b) «al que te quiera demandar en juicio para
quitarte la túnica, cédele también el manto» (v. 40)
En un juicio
contra alguien que ha pedido prestado dinero, se podía tomar en prenda la
túnica; sin embargo, la Ley mandaba regresar el manto antes de la puesta del
sol para que se cubriera del frio nocturno el pobre (Ex 22,25-26; Dt 24,12-13).
El mensaje es claro de Jesús, ante una injusticia, propiamente una humillación,
hay que darlo todo, incluso aquello que uno tiene para cubrirse (el manto).
San Gregorio
hace esta observación: «Más debemos temer por los ladrones, que sentir la
pérdida de las cosas terrenas. Cuando se pierde la paz del corazón respecto del
prójimo por una cosa terrena, se evidencia que amamos al prójimo menos que a
las cosas» (Catena, Mt 5,38-42).
c) «Si alguno te obliga a caminar mil pasos en
su servicio, camina con él dos mil» (v. 41)
Este tercer
tipo de ofensa que Jesús enseña a superar, lleva al discípulo a ser generoso en
un servicio exigido por obligación. Para Jesús no basta cumplir lo exigido, hay
que ir más lejos.
Jesús
concluye esta antítesis con una generalización: «Al que te pide, dale; y al que
quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda» (v. 42). Sobre esto, los
Padres de la Iglesia nos recuerdan que: «Las riquezas no son nuestras sino de
Dios. Dios quiso que nosotros fuésemos los dispensadores de sus riquezas, no
los dueños» (Pseudo-Crisóstomo).
San Agustín
establece unos criterios en la aplicación del consejo de Jesús, que consiste en
«no dar todas las cosas al que pida», sino «que debe darse lo que se pueda
justa y buenamente. […] Debe darse, pues, lo que no puede hacer daño ni a ti ni
a otro» (de sermone Domini, 1, 20). Así mismo «el que da presta, aunque
el que recibe no pueda pagar, porque Dios devuelve en mayor cantidad lo que han
dado los caritativos» (de sermone Domini, 1, 20).
«Luego
Jesucristo nos manda dar prestado, pero no con usura porque el que da así, no
da sino que roba, desata un vínculo y liga con muchos, no da por la justicia de
Dios sino por propia ganancia. El dinero que se obtiene por medio de la usura
es parecido a la mordedura de un áspid. Así como el veneno del áspid corrompe
todos los miembros de una manera oculta, así la usura convierte todos los
bienes en deudas» (Pseudo-Crisóstomo, opus
imperfectum in Matthaeum, hom. 12).
En resumen
podemos decir que, todos estos mandamientos de Jesús, buscan configurar al
discípulo con el espíritu de las Bienaventuranzas, que desarrolle virtudes en
orden a la santidad.
Amar al prójimo y al enemigo (vv. 43-48)
Con ésta
última antítesis, Jesús llega al culmen de su enseñanza de cómo tratar al
prójimo, pero llevará su enseñanza al límite: amar a los enemigos.
Jesús cita
el mandamiento del amor al prójimo (Lv 19,18) de una manera abreviada («Amaras a tu prójimo»: v. 43), y lo une
a otro mandamiento que no figura en ninguna parte del Antiguo Testamento («odiaras a tu enemigo»), pero que es la
interpretación que escribas y fariseos dan al precepto del Levítico.
El concepto
de enemigo en este texto ha de entenderse de manera religiosa, como lo expresa
el Salmo 139 (138), 21-22: «¿No odio,
Yahvé, a los que te odian? ¿No me asquean los que se alzan contra ti? Los odio
en el colmo del odio, los tengo por enemigos». Por tanto, los enemigos son
los enemigos de Yahvé.
Jesús ahora pide amar a los
enemigos, y la manera de hacerlo será orando por ellos (v. 44); esta es la
primera vez que se hablara a la par de caridad y oración, así los enemigos y
perseguidores se convierten en objeto de amor y de oración intercesora. En el
amor a los enemigos, la Iglesia primitiva ve una seña de identidad del
cristianismo: «Pues amar a los amigos es propio de todos, mientras que a los
enemigos, sólo de los cristianos» (Tertuliano Ad Scapulam 1,3). La
finalidad de este amor a los enemigos es llegar a ser hijo del Padre celestial,
que no hace distinción de hombres (buenos y malos, justos e injustos) y les da
los recursos básicos de la creación: la luz del sol y el agua de lluvia (v. 45).
Así Jesús invita a obrar al discípulo como Dios Padre, mejor dicho, a
comportarse como lo que son: hijos del Padre.
Para dar a entender mejor su
enseñanza, Jesús se vale de dos grupos de personas que en consideraban excluidas
de la comunidad: publicanos y paganos (vv. 46-47; cfr. Mt 18,17). Un publicano
era un judío que recaudaba impuestos para el imperio romano, por tanto era
considerado traidor tanto en el ámbito social como religioso. El pagano en
cambio era aquel que no pertenecía al pueblo judío y no conocía a Dios. De
estos dos grupos Jesús dirá que solo aman a quien los ama (v. 46) y saludan a
quien los saluda (v. 47).
Jesús nos invita a superar
nuestra tendencia natural a no amar más que a los que manifiestan interés y
afecto por nosotros. El amor del cristiano tiene que dirigirse también a todos
los que no lo aman y que incluso llegan a hacerle personalmente daño (Dumais, p.
42).
«Guardamos verdaderamente el amor
al enemigo, cuando ni su felicidad nos abate ni su ruina nos alegra. No se ama
a aquel a quien no se quiere ver mejor, y el que se alegra de la ruina de otro,
lo persigue en la fortuna con sus malos deseos. […] Conviene pensar también,
qué es lo que debemos a la ruina del pecador y a la justicia del que castiga,
pues cuando el Todopoderoso castiga a un perverso, debemos alegrarnos de la
justicia del juez y compadecernos de la miseria del que perece» (San Gregorio
Magno, Moralia 22, 11).
Para cerrar
esta sección de su enseñanza, Jesús dará la formulación plena al precepto de
Levítico (19,2: «Sean santos, porque yo, Yahvé, su Dios, soy santo»), a la luz
de Deuteronomio (18,13: «Serás integro con Yahvé tu Dios»). Esta perfección
implica la práctica de todos los mandamientos de Yahvé (cf. 5,19) pero su
alcance va más allá, porque el punto de comparación es la perfección del Padre
(Sánchez, p. 94). Se logrará imitando progresivamente al Padre, y así se va haciendo
el discípulo verdadero hijo de Dios en su ser y obrar.
3. Meditación
(Meditatio) ¿Qué me dice el texto?
- ¿Vivo la ley del talión o la ley de la caridad?
- Me hacen una cosa mala ¿Cuántas devuelvo?
- ¿Oro a Dios por aquellos que me han hecho daño?
- ¿Quiero ser santo como mi Padre Celestial?
4. Oración (Oratio) ¿Qué le respondo al Señor?
"Padre
Dios, rico en misericordia, infunde en mí tu Espíritu Santo
para
que ya no reaccione de manera puramente humana, sino
que
ponga amor donde hay odio, ponga perdón donde hay ofensas.
Ayúdame
a reaccionar amando, como Jesús".
5. Contemplación (Contemplatio)
Considera cuántos grados sube, y
en qué estado de virtud nos coloca. El primer grado consiste en no empezar
injuriando; el segundo, no vengarse en una cosa igual; el tercero, no hacer al
que ultraja daño alguno; el cuarto, exponerse asimismo a tolerar las malas
acciones; el quinto, conceder más (o al menos prestarse a cosas peores) lo que
apetece a aquel que hizo el mal; el sexto, no tener odio a aquel que no obra
bien; el séptimo, amarlo; el octavo, hacerle bien; y el noveno, orar por él. Y
como este precepto es grande, añade un gran premio, esto es, ser semejantes al
mismo Dios. Y por ello dice: "Para que seáis hijos de vuestro Padre que
está en los cielos" (San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 18,4).
6. Actúa (Actio) ¿A que me compromete la Palabra de Dios?
- Devolveré el bien a quien me haga el mal (Rom
12,14-21)
- En oración
pediré a mi Padre eterno, la gracia de amar como el ama (1 Cor 13).
Bibliografía:
Carrillo
Alday, S. (2010). El evangelio según San Mateo (1a ed.).
Estella (Navarra): Verbo Divino.
Dumais,
M. (1998). El sermón de la montaña (Mateo 5-7) (1a ed.).
Estella (Navarra): Verbo Divino.
Fernández,
V. (2000). El evangelio de cada día:
Comentario y oración (1a ed.). Argentina: San Pablo.
Sánchez
Navarro, L. (2005). La enseñanza de la montaña (1a ed.).
Estella (Navarra): Editorial Verbo Divino.