sábado, 25 de febrero de 2017

¿Por qué cuarenta días?

CATÓLICO INSTRUIDO, NO SERÁ CONFUNDIDO


¿Por qué  cuarenta días?



Como ya lo hemos platicado la Cuaresma, como su nombre lo indica, es un periodo de 40 días, que inicia el Miércoles de Ceniza. Dura cuarenta días porque la Iglesia se une al Misterio de Jesús en el desierto (Mt. 4, 1-11; Mc. 1, 12-13; Lc. 4, 1-13), a donde se retiró guiado por el Espíritu Santo; allí permaneció 40 días en ayuno, luego de los cuales fue tentado tres veces por Satanás, pero Jesús rechazó sus ataques, los cuales recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las del Pueblo de Israel en el desierto; sólo que Jesús sí permaneció fiel y sí cumplió su vocación. 


El periodo de 40 días o 40 años, es repetitivo en las Sagradas Escrituras; tiene un significado de penitencia, de purificación, un camino de renovación, de dejarse conducir por Dios. Desde el Antiguo Testamento se menciona, por ejemplo, que cuando Dios envió el diluvio estuvo lloviendo sobre la tierra 40 días y 40 noches (Gen. 7, 12); Isaac se casó con Rebeca a los 40 años de edad (Gn. 25, 20); también su hijo Esaú (Gn. 26, 34); fueron 40 años de prueba y purificación de los israelitas en su paso por el desierto, guiados por Moisés (Dt. 29, 4), quien pasó 40 días orando en la cima del Sinaí (Ex. 24, 18) hasta la revelación de las Tablas de la Ley (Ex. 34, 28; Dt. 9,9); justamente los enviados de Moisés tardaron 40 días en explorar la tierra de Canaán (Nm. 13, 25); luego fue la entrada en la tierra prometida (Ex. 16, 35; Dt. 1, 3; Jos 5, 6), pero Moisés ya había muerto a la edad de 120 años (Dt. 34, 7), es decir tres veces cuarenta, durante los cuales vivió 3 etapas de su fe. David reinó 40 años (1Re. 2, 11); el profeta Elías anduvo durante 40 días y 40 noches por el desierto, hasta el Horeb, el cerro de Dios, donde se encontró con Él (1Re. 19, 8 - 9). Jonás anunció que Nínive sería destruida en 40 días (Jon. 3, 4); Job vivió 140 años de bendición, luego de sus desgracias (Job. 42, 16). 

En el Nuevo Testamento, atendiendo a lo que la Ley mandaba (Lv. 12), la Santísima Virgen María y San José presentaron al templo al Niño Jesús, a los cuarenta días de su Nacimiento, por ser el tiempo que se requería de purificación de la Madre de un varón (Lc. 2, 22 - 23); Jesús pasó 40 días en el desierto antes de su vida pública y después de la Resurrección se apareció también durante 40 días a sus discípulos (Hch. 1, 3), hasta el día de la Ascensión (Lc. 24, 50 - 51).

Así pues, Jesús, al abstenerse durante 40 días de tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal, de ese tiempo de gracia que, como dice el Papa Francisco, es "propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna"; todo esto como preparación para vivir con la dignidad de hijos de Dios la máxima fiesta de los católicos: la Pascua de Resurrección, "base de nuestra fe y de nuestra esperanza", como nos lo recuerda nuestro Papa. ¡Que así sea!

LUBIA ESPERANZA AMADOR.

viernes, 24 de febrero de 2017

Amar como Dios Padre ama

Lectio Divina del VII Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)


1. Oración inicial


Espíritu Santo, ilumina nuestro entendimiento, para que al leer o estudiar la Sagrada Escritura, sintamos la presencia de Dios Padre que se manifiesta a través de tu Palabra.
Abre nuestro corazón para darnos cuenta del querer de Dios y la manera de hacerlo realidad en nuestras acciones de cada día. Instrúyenos en tus sendas para que, teniendo en cuenta tu Palabra, seamos signos de tu presencia en el mundo. Amén. (Oremos viviendo el amor y la misericordia de Dios No 3)

2. Lectura (Lectio) ¿Qué dice la Palabra de Dios?


Del santo Evangelio según san Mateo: 5, 38-48

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente; pero yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo. Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda; al que te quiera demandar en juicio para quitarte la túnica, cédele también el manto. Si alguno te obliga a caminar mil pasos en su servicio, camina con él dos mil. Al que te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda.

Han oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.

Porque, si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos?

Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Dejamos un espacio de silencio meditativo para interiorizar la Palabra de Dios)

Reflexión

AMAR COMO DIOS PADRE AMA


Dos mandamientos pendientes

El domingo pasado, comenzamos a entrar en la parte central del Sermón del Monte (Mt 5-7), escuchamos de parte de Jesús las primeras cuatro de seis reinterpretaciones de los mandamientos del Decálogo (Ex 20,1-17; Dt 5,6-22) y de otros mandamientos de la Ley antigua.

Recordemos que al inicio de su enseñanza, Jesús hizo la observación que él no vino a abolir la Ley y los Profetas, sino a darles cumplimiento (cfr. Mt 5, 17). Con esta premisa, Jesús empieza a dar la nueva forma en que hay que vivir los mandamientos de la Ley, les da su sentido pleno. Ya no basta decir solo que no se ha matado, hace falta también cuidar como tratamos al que tenemos al lado, principalmente con nuestras palabras. Partiendo de este punto de cuidar nuestro trato con el prójimo, llegamos al modo en cómo debemos tratar a Dios. Todo juramento que hacemos, si está basado en la verdad, no necesita del nombre de Dios para tomar fuerza, evitando así tomar el nombre de Dios en vano.

Jesús nos ha enseñado en síntesis, a no ofender al prójimo, ni a Dios, ahora nos enseñará como debe comportarse un cristiano cuando lo ofenden (Catena Aurea Mateo, 5,38-42). Nos disponemos a reflexionar pues, en los dos mandamientos pendientes de la enseñanza de Jesús.

Caridad en la ofensa (vv. 38-42)

Jesús expone la enseñanza común de su tiempo en relación a la ofensa: «Ojo por ojo, diente por diente» (Ex 21,23-25; Lv, 24,19-20; Dt 19,21), conocida como la Ley del Talión. Este mandamiento nos lleva a pensar que el pueblo judío tenía un avance significativo en su civilización. «Las sociedades la introdujeron para reaccionar contra el sistema anárquico de la venganza ilimitada que caracteriza al régimen de la barbarie» (Dumais, 39).

A partir de ese momento, Jesús enseña la nueva forma de actuar ante las ofensas o ante quien consideramos adversario: «pero yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo» (v. 39a), «es decir, no respondas a un comportamiento malo, devolviendo golpe por golpe» (Id). Para llevar a efecto esto, Jesús nos da tres ejemplos prácticos, los cuales no debemos interpretar al pie de la letra, sino ver la enseñanza de fondo:

a)      «Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda» (v. 39b).

El golpe en la mejilla derecha, era una golpe con el revés de la mano derecha; este golpe, los judíos lo consideraban doblemente ofensivo, por lo cual, el ofendido podía dar dos golpes en justicia. El consejo de Jesús será presentar la otra, es decir, renunciar a la compensación prevista por la Ley.
«Enseña, pues, el Señor, como médico de las almas, el que sus discípulos procuren ante todo la salvación de aquéllos, para cuyo bien eran enviados, y que sufriesen con ánimo tranquilo todas sus debilidades. Toda iniquidad, pues, nace de la imbecilidad de alma, porque nada hay más inocente que una persona perfeccionada en la virtud» (San Agustín, de sermone Domini, 1,19).

b)      «al que te quiera demandar en juicio para quitarte la túnica, cédele también el manto» (v. 40)

En un juicio contra alguien que ha pedido prestado dinero, se podía tomar en prenda la túnica; sin embargo, la Ley mandaba regresar el manto antes de la puesta del sol para que se cubriera del frio nocturno el pobre (Ex 22,25-26; Dt 24,12-13). El mensaje es claro de Jesús, ante una injusticia, propiamente una humillación, hay que darlo todo, incluso aquello que uno tiene para cubrirse (el manto).

San Gregorio hace esta observación: «Más debemos temer por los ladrones, que sentir la pérdida de las cosas terrenas. Cuando se pierde la paz del corazón respecto del prójimo por una cosa terrena, se evidencia que amamos al prójimo menos que a las cosas» (Catena, Mt 5,38-42).

c)      «Si alguno te obliga a caminar mil pasos en su servicio, camina con él dos mil» (v. 41)

Este tercer tipo de ofensa que Jesús enseña a superar, lleva al discípulo a ser generoso en un servicio exigido por obligación. Para Jesús no basta cumplir lo exigido, hay que ir más lejos.

Jesús concluye esta antítesis con una generalización: «Al que te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda» (v. 42). Sobre esto, los Padres de la Iglesia nos recuerdan que: «Las riquezas no son nuestras sino de Dios. Dios quiso que nosotros fuésemos los dispensadores de sus riquezas, no los dueños» (Pseudo-Crisóstomo).

San Agustín establece unos criterios en la aplicación del consejo de Jesús, que consiste en «no dar todas las cosas al que pida», sino «que debe darse lo que se pueda justa y buenamente. […] Debe darse, pues, lo que no puede hacer daño ni a ti ni a otro» (de sermone Domini, 1, 20). Así mismo «el que da presta, aunque el que recibe no pueda pagar, porque Dios devuelve en mayor cantidad lo que han dado los caritativos» (de sermone Domini, 1, 20).

«Luego Jesucristo nos manda dar prestado, pero no con usura porque el que da así, no da sino que roba, desata un vínculo y liga con muchos, no da por la justicia de Dios sino por propia ganancia. El dinero que se obtiene por medio de la usura es parecido a la mordedura de un áspid. Así como el veneno del áspid corrompe todos los miembros de una manera oculta, así la usura convierte todos los bienes en deudas» (Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12).

En resumen podemos decir que, todos estos mandamientos de Jesús, buscan configurar al discípulo con el espíritu de las Bienaventuranzas, que desarrolle virtudes en orden a la santidad.

Amar al prójimo y al enemigo (vv. 43-48)

Con ésta última antítesis, Jesús llega al culmen de su enseñanza de cómo tratar al prójimo, pero llevará su enseñanza al límite: amar a los enemigos.

Jesús cita el mandamiento del amor al prójimo (Lv 19,18) de una manera abreviada («Amaras a tu prójimo»: v. 43), y lo une a otro mandamiento que no figura en ninguna parte del Antiguo Testamento («odiaras a tu enemigo»), pero que es la interpretación que escribas y fariseos dan al precepto del Levítico.

El concepto de enemigo en este texto ha de entenderse de manera religiosa, como lo expresa el Salmo 139 (138), 21-22: «¿No odio, Yahvé, a los que te odian? ¿No me asquean los que se alzan contra ti? Los odio en el colmo del odio, los tengo por enemigos». Por tanto, los enemigos son los enemigos de Yahvé.

Jesús ahora pide amar a los enemigos, y la manera de hacerlo será orando por ellos (v. 44); esta es la primera vez que se hablara a la par de caridad y oración, así los enemigos y perseguidores se convierten en objeto de amor y de oración intercesora. En el amor a los enemigos, la Iglesia primitiva ve una seña de identidad del cristianismo: «Pues amar a los amigos es propio de todos, mientras que a los enemigos, sólo de los cristianos» (Tertuliano Ad Scapulam 1,3). La finalidad de este amor a los enemigos es llegar a ser hijo del Padre celestial, que no hace distinción de hombres (buenos y malos, justos e injustos) y les da los recursos básicos de la creación: la luz del sol y el agua de lluvia (v. 45). Así Jesús invita a obrar al discípulo como Dios Padre, mejor dicho, a comportarse como lo que son: hijos del Padre.

Para dar a entender mejor su enseñanza, Jesús se vale de dos grupos de personas que en consideraban excluidas de la comunidad: publicanos y paganos (vv. 46-47; cfr. Mt 18,17). Un publicano era un judío que recaudaba impuestos para el imperio romano, por tanto era considerado traidor tanto en el ámbito social como religioso. El pagano en cambio era aquel que no pertenecía al pueblo judío y no conocía a Dios. De estos dos grupos Jesús dirá que solo aman a quien los ama (v. 46) y saludan a quien los saluda (v. 47).

Jesús nos invita a superar nuestra tendencia natural a no amar más que a los que manifiestan interés y afecto por nosotros. El amor del cristiano tiene que dirigirse también a todos los que no lo aman y que incluso llegan a hacerle personalmente daño (Dumais, p. 42).

«Guardamos verdaderamente el amor al enemigo, cuando ni su felicidad nos abate ni su ruina nos alegra. No se ama a aquel a quien no se quiere ver mejor, y el que se alegra de la ruina de otro, lo persigue en la fortuna con sus malos deseos. […] Conviene pensar también, qué es lo que debemos a la ruina del pecador y a la justicia del que castiga, pues cuando el Todopoderoso castiga a un perverso, debemos alegrarnos de la justicia del juez y compadecernos de la miseria del que perece» (San Gregorio Magno, Moralia 22, 11).

Para cerrar esta sección de su enseñanza, Jesús dará la formulación plena al precepto de Levítico (19,2: «Sean santos, porque yo, Yahvé, su Dios, soy santo»), a la luz de Deuteronomio (18,13: «Serás integro con Yahvé tu Dios»). Esta perfección implica la práctica de todos los mandamientos de Yahvé (cf. 5,19) pero su alcance va más allá, porque el punto de comparación es la perfección del Padre (Sánchez, p. 94). Se logrará imitando progresivamente al Padre, y así se va haciendo el discípulo verdadero hijo de Dios en su ser y obrar.

3. Meditación (Meditatio) ¿Qué me dice el texto?

  • ¿Vivo la ley del talión o la ley de la caridad?
  • Me hacen una cosa mala ¿Cuántas devuelvo?
  • ¿Oro a Dios por aquellos que me han hecho daño?
  • ¿Quiero ser santo como mi Padre Celestial?


4.  Oración (Oratio) ¿Qué le respondo al Señor?


"Padre Dios, rico en misericordia, infunde en mí tu Espíritu Santo
para que ya no reaccione de manera puramente humana, sino
que ponga amor donde hay odio, ponga perdón donde hay ofensas.
Ayúdame a reaccionar amando, como Jesús".

5.  Contemplación (Contemplatio)


Considera cuántos grados sube, y en qué estado de virtud nos coloca. El primer grado consiste en no empezar injuriando; el segundo, no vengarse en una cosa igual; el tercero, no hacer al que ultraja daño alguno; el cuarto, exponerse asimismo a tolerar las malas acciones; el quinto, conceder más (o al menos prestarse a cosas peores) lo que apetece a aquel que hizo el mal; el sexto, no tener odio a aquel que no obra bien; el séptimo, amarlo; el octavo, hacerle bien; y el noveno, orar por él. Y como este precepto es grande, añade un gran premio, esto es, ser semejantes al mismo Dios. Y por ello dice: "Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos" (San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 18,4).

6.  Actúa (Actio) ¿A que me compromete la Palabra de Dios?

  • Devolveré el bien a quien me haga el mal (Rom 12,14-21)
  • En oración pediré a mi Padre eterno, la gracia de amar como el ama (1 Cor 13).



Bibliografía:
Carrillo Alday, S. (2010). El evangelio según San Mateo (1a ed.). Estella (Navarra): Verbo Divino.
Dumais, M. (1998). El sermón de la montaña (Mateo 5-7) (1a ed.). Estella (Navarra): Verbo Divino.
Fernández, V. (2000). El evangelio de cada día: Comentario y oración (1a ed.). Argentina: San Pablo.
Sánchez Navarro, L. (2005). La enseñanza de la montaña (1a ed.). Estella (Navarra): Editorial Verbo Divino.

jueves, 23 de febrero de 2017

Como un sacrificio pingüe y acepto


De la Carta de la Iglesia de Esmirna sobre el martirio de san Policarpo

(Cap. 13, 2--15, 2: Funk 1, 297-299)

Cuando estuvo preparada la hoguera, Policarpo, habiéndose despojado de sus vestidos y soltado el ceñidor, se esforzaba también en descalzarse, cosa que no hubiera tenido que hacer antes, pues siempre todos los fieles rivalizaban en hacerlo, por el afán de ser los primeros en tocar su cuerpo, ya que, aun antes de su martirio, era grande la fama de virtud que le había ganado su santa vida.

Llegó el momento en que ya estaban preparados a su alrededor todos los instrumentos necesarios para la hoguera. Cuando iban a clavarlo en el poste, dijo:

«Dejadme así; el que me ha hecho la gracia de morir en el fuego hará también que permanezca inmóvil en la hoguera, sin necesidad de vuestros clavos.»

Ellos, pues, no lo clavaron, sino que se limitaron a atarlo. Policarpo, con las manos atadas a la espalda, como una víctima insigne tomada del gran rebaño, dispuesta para la oblación, como ofrenda agradable a Dios, mirando al cielo, dijo:

«Señor Dios todopoderoso, Padre de tu amado y bendito siervo Jesucristo, por quien hemos recibido el conocimiento de tu persona, Dios de los ángeles y de las potestades, de toda la creación y de toda la raza de los justos que viven en tu presencia: te bendigo porque en este día y en esta hora te has dignado agregarme al número de los mártires y me has concedido tener parte en el cáliz de tu Ungido, para alcanzar la resurrección y la vida eterna del alma y del cuerpo en la incorrupción por el Espíritu Santo; ojalá sea hoy recibido como ellos en tu presencia como un sacrificio pingüe y acepto, tal como de antemano lo dispusiste y me diste a conocer, y ahora lo cumples, oh Dios, veraz y verdadero. Por esto te alabo por todas estas cosas, te bendigo, te glorifico por mediación del eterno y celestial pontífice, Jesucristo, tu amado siervo, por quien sea la gloria a ti, junto con él y el Espíritu Santo, ahora y por los siglos venideros. Amén.»

Cuando hubo pronunciado el «Amén», concluyendo así su oración, los esbirros encendieron el fuego. Se levantó una gran llamarada, y entonces pudimos contemplar algo maravilloso, nosotros, los que tuvimos el privilegio de verlo, y que por esto hemos sobrevivido, para contar a los demás lo acaecido. El fuego, en efecto, abombándose como la vela de un navio henchida por el viento, formó como un círculo alrededor del cuerpo del mártir; el cual, puesto en medio, no tomó el aspecto de un cuerpo quemado, sino que parecía pan cocido u oro y plata que se acrisolan al fuego. Y nosotros percibíamos un olor tan agradable como si se quemara incienso u otro precioso aroma.

(Tomado del Oficio Divino de San Policarpo, obispo y martir)

domingo, 19 de febrero de 2017

Católico instruido, no será confundido

" La Cuaresma: camino a un destino seguro "


En su mensaje para este Tiempo Litúrgico, el Papa Francisco nos dice que "La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a Él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía, 8 enero 2016). La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto, quisiera centrarme en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc 16,19- 31); dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión".

Como ya lo hemos comentado en otras ocasiones, la Cuaresma es el tiempo litúrgico que inicia con el Miércoles de Ceniza, tiene una duración de 40 días (de ahí su nombre) y en este tiempo la Iglesia se une al Misterio de Jesús en el desierto (Mt 4, 1-11; Mc 1, 13; Lc 4, 1-13), a donde se retiró guiado por el Espíritu, luego de ser bautizado por San Juan; allí permaneció cuarenta días sin comer y fue tentado tres veces por Satanás, pero Jesús rechazó las tentaciones, las cuales recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las del Pueblo de Israel en el desierto.

En la Liturgia de la Cuaresma la Iglesia relee y revive todos estos acontecimientos de la historia de nuestra Salvación; el color litúrgico es el morado, que significa luto y penitencia, pues estamos llamados al arrepentimiento, a la penitencia y conversión, practicando la oración, escuchando más atentos la palabra de Dios, recordando y viviendo nuestro compromiso bautismal, y, desde luego, reconciliándonos con el Señor, como preparación para la Fiesta de fiestas, que es la Pascua. 

El Papa Francisco ora porque el Espíritu Santo nos guie a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados. Nos anima a manifestar esta renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana. Nos pide orar unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres; pues entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua. ¡Que así sea!

LUBIA ESPERANZA AMADOR.
lubia_ea@hotmail.com

viernes, 17 de febrero de 2017

La justicia mayor con el prójimo

Lectio Divina del VI Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)


1. Oración inicial


“Habla, Señor, que tu siervo escucha” ¡Háblanos en este momento, Señor! Queremos acoger tu Palabra, permitir que esta página del evangelio entre en nuestra vida para que ilumine y fortalezca nuestro camino, anime y transforme nuestras actitudes. Todos deseamos madurar en el camino de la escucha de tu Palabra para que nuestro corazón sea transformado.

En nosotros existe el deseo de leer y comprender esperando de tu bondad y generosidad ser guiados en la comprensión de tu Palabra. Que tu hablar a nuestro corazón no encuentre ningún obstáculo o resistencia. Que tu Palabra de vida no recorra en vano  el desierto árido de nuestra vida. Entra en el vacío de nuestro corazón con la fuerza de tu Palabra; ven a ocupar un lugar en nuestros pensamientos y sentimientos, ven a vivir en nosotros con la luz de tu Verdad.

2. Lectura (Lectio) ¿Qué dice la Palabra de Dios?


Del santo Evangelio según san Mateo: 5,17-37

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley. Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos. Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos.

Han oído que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.

Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda. Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.

También han oído que se dijo a los antiguos: No cometerás adulterio. Pero yo les digo que quien mire con malos deseos a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Por eso, si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, arráncatelo y tíralo lejos, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo. Y si tu mano derecha es para ti ocasión de pecado, córtatela y arrójala lejos de ti, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo.

También se dijo antes: El que se divorcie, que le dé a su mujer un certificado de divorcio; pero yo les digo que el que se divorcia, salvo el caso de que vivan en unión ilegítima, expone a su mujer al adulterio, y el que se casa con una divorciada comete adulterio.
Han oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en falso y le cumplirás al Señor lo que le hayas prometido con juramento. Pero yo les digo: No juren de ninguna manera, ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es donde él pone los pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran Rey.

Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes hacer blanco o negro uno solo de tus cabellos. Digan simplemente sí, cuando es sí; y no, cuando es no. Lo que se diga de más, viene del maligno”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Toma un momento de silencio para asimilar el texto, para ello vuelve a leer el texto)

Reflexión

LA JUSTICIA MAYOR CON EL PRÓJIMO


Continuando el Sermón de la Montaña


Hemos llegado al cuerpo del Sermón de la Montaña, después que Jesús nos ha preparado con los mensajes de las Bienaventuranzas (Mt 5, 3-12), que son las actitudes que nos configuran como discípulos de Cristo; y con el de la sal y la luz (Mt 5, 13-16), donde nos ha presentado lo que somos como discípulos, y no lo que deberíamos ser. Ahora Jesús nos presenta el mensaje central del Sermón de la Montaña: la justicia mayor del discípulo.

Jesús comienza anunciando el programa de su mensaje central: la justicia mayor (Mt 5, 17-20. Jesús la presenta en tres partes: a) la «justicia mayor» y el prójimo (Mt 5, 21-48); b) la «justicia mayor» y el Padre (Mt 6, 1-18); c) la «justicia mayor» y las criaturas (Mt 6, 19-7, 11).

La justicia mayor y el prójimo


Antes de comenzar a hablar de la Ley y cómo llevarla a su pleno cumplimiento, Jesús deshace algunas falsas ideas que tenían los discípulos y la muchedumbre que lo escuchaban: «No piensen que he venido a abolir la Ley y los profetas» (v. 17a). Esta expresión de parte de Jesús quiere darnos a entender que, él no vino a echar abajo el Antiguo Testamento, sino todo lo contrario: «a dar cumplimiento» (v. 17b). Afirmar que Jesús cumple toda la Escritura quiere decir que la lleva a su consumación, a su perfección, a su significación plena; la realiza, no ya «ejecutando» sus exigencias sean cuales fueren, sino superándola, haciéndole llevar un sentido nuevo (Dumais, 30).

La justicia que Jesús exige a sus discípulos debe ser mayor a la de los escribas y fariseos (v. 20). Esta justicia exigida, es una conducta conforme a la voluntad de Dios. Lo mayor de esta conducta o justicia se manifiesta primero, en la exigencia más amplia de parte de los discípulos a ir más lejos en la obediencia de la Ley, no solo matar, sino evitar todo gesto de cólera hacia los demás. Esta exigencia más amplia culmina en el amor al prójimo (vv. 38-48). Como segunda manifestación de la justicia mayor del discípulo, está en superar la manera de cumplir la Ley, cumpliendo las exigencias en el corazón. No solo de manera externa como fariseos y escribas, sino de manera interna. La motivación debe ser el obrar como hijo del Padre. Los discípulos están llamados a hacerse lo que profundamente son, hijos del Padre.

Como primera parte de esta justicia, Jesús nos presenta seis superaciones a la ley en relación al prójimo. Estas superaciones también se les pueden llamar antítesis. El Evangelio de hoy solo nos presenta cuatro, las demás, la liturgia nos la presentará el siguiente domingo.

Las seis antítesis las podemos agrupar en dos grupos de tres para comprenderlas mejor:

a) La primera y cuarta antítesis empiezan con la fórmula de introducción: «Han oído que se dijo a los antepasados» (Mt 5, 21.33).

b) Las tres primeras están en relación al Decálogo, mientras que las tres últimas están en la relación a mandamientos de otra parte de la Torá o Pentateuco (Gn, Ex, Lv, Nm, Dt).

c) Jesús en las tres primeras comienza su enseñanza con una afirmación general: «todo aquel que…» (cfr. Mt 5, 22.28.32); en las tres últimas, encontramos una exhortación directa: prohibición (cfr. Mt 5, 34.39); mandato (cfr. Mt 5, 44).

d) La segunda y tercera antítesis tienen en común el tema del adulterio (vv. 28.32); de manera semejante la quinta y sexta antítesis abordan la relación del discípulo con sus enemigos (vv. 39.44).

Todas estas antítesis llevan al discípulo a un crecimiento progresivo: del homicidio (1ª) al amor del enemigo (6ª). En otras palabras, del sentimiento de querer matar al hermano a la decisión de amar al enemigo. Todo un ejercicio de la voluntad para desarrollar el amor.

No mataras: Homicidio y cólera, y reconciliación (vv. 21-26)


Jesús comienza recordando a sus discípulos lo que han oído de los antiguos: «No mataras» (v. 21: cfr. Ex 20,13; Dt 5,17). Sin embargo, Jesús radicaliza la prohibición, ya no solo será el cometer homicidio, sino encolerizarse con el hermano.

El final del versículo 21, se repite al principio del versículo 22: «será reo ante el tribunal»; así se manifiesta la enseñanza fundamental de esta ampliación: la cólera contra el hermano es una forma de homicidio (Sánchez, 69).

Jesús nos presenta tres tipos de cólera: cólera (enojo), imbécil (insulto) y renegado (desprecio); y tres tipos de tribunales: tribunal, Sanedrín y gehena (v. 22). Se trata, pues, de un proceso de acumulación. Los tres tribunales no son distintos, en el fondo es el mismo: el tribunal de Dios, ante quien se tiene el juicio de todo acto (Carrillo, p. 105).

Las palabras que salen de la persona encolerizada manifiestan cómo se encuentra interiormente («de lo que rebosa el corazón habla la boca»: Mt 12,34) y es lo que la contamina («lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre»: Mt 15,11); los homicidios proceden al igual que los demás pecados del corazón (Mt 15,19).

Como remedio a los malos sentimientos, Jesús enseña que la reconciliación es el mejor camino para poder cumplir el precepto que él está enseñando, para ello, toma como ejemplo el momento más solemne en que se tiene que ofrecer una ofrenda a Dios. Si se quiere obtener el perdón de Dios, primero hay que buscar el del hermano (v. 24). No se puede tener un culto verdadero sin justicia y amor. Jesús citará en dos ocasiones al profeta Oseas para ilustrar esta enseñanza: «quiero amor, no sacrificio» (Os 6,6; cfr. Mt 9,13; 12,7).

Jesús subraya la urgencia de la reconciliación: «Llega enseguida», o «mientras vas con él por el camino» (v. 25a), antes que el juez de una sentencia inapelable (vv. 25b-26). El final de la parábola del siervo inmisericorde (Mt 18,23-35), ilustra el riesgo expresado en estos versículos: «Y encolerizado su señor, le entrego a los verdugos hasta que pagase todo lo que debía» (18,34).

En conclusión, podemos decir que, para cumplir plenamente el quinto mandamiento, podemos aplicar la enseñanza de san Pablo: «Toda amargura, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier otra clase de maldad, desaparezca de entre ustedes. Sean amables entre ustedes, compasivos, perdonándose mutuamente como los perdonó Dios en Cristo» (Ef 4, 31-32). De esta manera se vive la radicalidad enseñada por Jesús a sus discípulos, y se evitan las consecuencias penosas y duraderas.

No cometerás adulterio: matrimonio y pureza de corazón (vv. 27-30)


Jesús expone el cumplimiento radical del sexto mandamiento del Decálogo («No cometerás adulterio»: v. 27; cfr. Ex 20,14; Dt 5,18). Para el pueblo de Israel, el matrimonio es una realidad sagrada (Gn 1,27; 2,24), que el castigo por transgredirla es riguroso: «Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adúltero como la adúltera» (Lv 20,10). Un proverbio expone las consecuencias de esta falta: «El adultero es un insensato; quien así actúa arruina su vida» (Prv. 6,32).

La Biblia enseña que cometer adulterio, desencadena otros pecados graves, dos ejemplos pueden ilustrar esto: el adulterio del rey David con Betsabe (adulterio y homicidio de Urías: 2 Sam 11), y la historia de Susana (adulterio, falso testimonio y homicidio: Dn 13). Los profetas llaman al pueblo infiel a la Alianza con Yahvé «adúltero» (cfr. Is 57,3; Jr 3,8.9; Ez 16,32.38; Os 7,4).

Para Jesús «todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (v. 28), el sexto mandamiento no se quebranta solo consumando el acto de infidelidad matrimonial, se comete adulterio con la mirada que desea poseer a una mujer casada, rompiendo así un matrimonio ajeno.

La interpretación que expone Jesús del sexto mandamiento, la radicaliza combinándolo con el noveno mandamiento («no codiciaras la mujer de tu prójimo»: Ex 20,17; Dt 5,21), poniendo como fuente de ese deseo al corazón (Mt 15,19). El mirar a una mujer para desearla implica la intención de realizar esa acción (Sánchez, p. 73). Así Jesús denuncia la raíz del mal: el deseo interior posesivo, la codicia activa que se apropia ya de la mujer del otro (Dumais, 35).

Ocupando dos imágenes simbólicas: el ojo (v. 29) y la mano (v. 30), Jesús enseña la radicalidad del cumplimiento del precepto. El ojo es con lo que se percibe, y con la mano se acciona; en este contexto, se refiere a la intención y la ejecución. De esta manera, toda intención o acción pecaminosa se debe desterrar con decisión (Sanchez, 74). El castigo de no hacerlo es de igual gravedad que el precepto anterior: la gena, la muerte eterna.

Una referencia más puede ayudar a comprender mejor la exigencia de Jesús. En el Discurso Eclesial (Mt 18,8-9) se aplican las mismas imágenes simbólicas (mano, pie y ojo) a la vida comunitaria, si un miembro escandaliza a sus hermanos ha de ser expulsado de ella. En nuestro texto está de por medio nuestra salvación, en el discurso eclesial, la armonía de la comunidad.

El matrimonio es indisoluble (vv. 31-32)


Jesús toma una legislación conocida por el pueblo judío (Dt 24,1) y ampliará su aplicación. Junto con la antítesis anterior, Jesús enseña los dos modos de divorcio: «el del corazón (vv. 27-30) y el divorcio seguido de nuevas nupcias (vv. 31-32)» (Sánchez, p. 75).

El acta de divorcio (v. 31), es una norma legal que los maestros del pueblo enseñaban conforme a lo que está escrito (Dt 24,1-4). Para Jesús solo habrá una razón para divorciarse: que la unión sea ilegitima. Por unión ilegitima podemos entender principalmente dos cosas:

a) La unión incestuosa
El Catecismo de la Iglesia enseña que el «incesto es la relación carnal entre parientes dentro de los grados en que está prohibido el matrimonio (cf Lv 18,7-20). […] El incesto corrompe las relaciones familiares y representa una regresión a la animalidad» (n. 2388).

b) La fornicación
El Catecismo enseña que «la fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. […] Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana, naturalmente ordenada al bien de los esposos así como a la generación y educación de los hijos. Además, es un escándalo grave cuando se da corrupción de menores. (n. 2353).

Fuera de estas dos faltas, el divorcio no está justificado para Jesús. Se hace caer en adulterio al cónyuge, principalmente en este precepto (v. 32), a la mujer; si el hombre repudia a su mujer, la convierte en adultera si ella decide casarse con otro hombre.

En un texto más adelante del Evangelio, Jesús expondrá los motivos que hacen indisoluble un matrimonio (Mt 19,1-9). La forma de comprender el matrimonio recibirá un nuevo desarrollo en la carta de Pablo a los Efesios (5,21-33): la fidelidad que se exige a los esposos se deriva del hecho de que su unión matrimonial simboliza la fidelidad de Cristo a su Iglesia (Dumais, p. 37).

Juramento y veracidad (vv. 33-37)


El mandamiento citado en esta antítesis hace referencia a Lv 19,12 («No jurarán en falso por mi nombre»), y al segundo mandamiento del Decálogo («No pronunciaras el nombre de Yahvé, tu Dios, en falso»: Ex 20,7; Dt 5,11). Ciertamente que en el Antiguo Testamento se permitían los juramentos, pero no su exceso (Eclo 23,9-11).

En la primera antítesis Jesús enseño a evitar la ofensa al prójimo, en esta antítesis enseña a evitar ofender a Dios. La clave para comprender estos versículos, nos la proporciona uno de los “ayes” de Jesús contra los fariseos (Mt 23,16-22). En este texto, Jesús condena el juramento que se hace por las criaturas: el oro (v. 16), la ofrenda (v. 18); como cosas que están encima de su Creador.

Las cuatro realidades que Jesús presenta (Cielo, Tierra, Jerusalén, tu cabeza: vv. 34-36), remiten a Dios, son sagradas, y por tanto no manipulables por el hombre. La cuarta antítesis no supone una negación a la práctica alabada en la Escritura por Jesús como un acto sagrado (Mt 23,20-22). Lo que Jesús pretende arrancar del discípulo es todo uso profano que haga del juramento, para que su uso no se convierta en una práctica supersticiosa (Sánchez, p. 83).

Finalmente Jesús pide a sus discípulos que sean veraces para que no tengan que recurrir a los juramentos (v. 37). Al ser limpios de corazón (5,8), es innecesario el recurso al juramento. El apóstol Santiago así lo enseña (Sant 5,12). San Justino lo sintetiza en un mandato a decir siempre la verdad (Apología I 16,5), y San Ignacio dará las claves de discernimiento en todo juramento: «No jurar ni por Criador ni por criatura, si no fuere con verdad, necesidad y reverencia» (San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 38).

El Catecismo nos da la interpretación final de este texto:

«Siguiendo a san Pablo (cf 2 Co 1, 23; Ga 1, 20), la Tradición de la Iglesia ha comprendido las palabras de Jesús en el sentido de que no se oponen al juramento cuando éste se hace por una causa grave y justa (por ejemplo, ante el tribunal). “El juramento, es decir, la invocación del Nombre de Dios como testigo de la verdad, sólo puede prestarse con verdad, con sensatez y con justicia”» (n. 2154).

3. Meditación (Meditatio) ¿Qué me dice la Palabra de Dios?


  • Mi conducta (justicia) en relación a mi prójimo, ¿es solo de apariencias o realmente hay sinceridad en mi actuar?
  • ¿Mis palabras son edificantes o destructivas?
  • ¿Controlo mis sentidos cuando miro a alguien?
  • ¿He adulterado con mi corazón con el cónyuge ajeno?
  • Si estoy casado, ¿estoy mejorando como esposo(a)?
  • Si estoy soltero(a), ¿ya pensé bien en lo que conlleva estar casado?
  • Todo lo que prometo ¿lo cumplo?
  • ¿Es normal para mí anteponer a Dios en mis juramentos?

4. Oración (Oratio) ¿Qué le respondo al Señor?


"Señor, concédeme adorarte desde lo más profundo de mi ser,
para que mis acciones sean expresión de un corazón bueno, liberado,
sanado. Ayúdame a ver cuando mis acciones sean solamente
un cumplimiento exterior, que no expresa un amor sincero".

5. Contemplación (Contemplatio)


«Los sentimientos de temor y de “lo sagrado” ¿son sentimientos cristianos o no? [...] Nadie puede dudar razonablemente de ello. Son los sentimientos que tendríamos, y en un grado intenso, si tuviésemos la visión del Dios soberano. Son los sentimientos que tendríamos si verificásemos su presencia. En la medida en que creemos que está presente, debemos tenerlos. No tenerlos es no verificar, no creer que está presente» (Juan Enrique Newman, Parochial and Plain Sermons, v. 5, Sermon 2).

6. Actúa (Actio) ¿A que me compromete la Palabra de Dios?

  • Pondré atención a cómo me comporto con los demás.
  • Cultivaré buenos pensamientos para los demás, especialmente de bendición.
  • Educaré mi vista evitando ver al sexo opuesto como objeto de deseo desordenado.
  • Pondré control en la manera cómo toco a los demás.
  • Buscaré iniciar mi preparación para regularizar mi matrimonio.
  • Seré veraz en mis compromisos, sin anteponer el nombre de Dios.


Bibliografía:

Carrillo Alday, S. (2010). El evangelio según San Mateo (1a ed.). Estella (Navarra): Verbo Divino.

Dumais, M. (1998). El sermón de la montaña (Mateo 5-7) (1a ed.). Estella (Navarra): Verbo Divino.

Fernández, V. (2000). El evangelio de cada día: Comentario y oración (1a ed.). Argentina: San Pablo.

Mateos, J. & Camacho, F. (1981). El evangelio de Mateo, lectura comentada (1a ed.). Madrid, España: Ediciones Cristiandad.

Sánchez Navarro, L. (2005). La enseñanza de la montaña (1a ed.). Estella (Navarra): Editorial Verbo Divino.

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lunes, 6 de febrero de 2017

Transmitir luz y sabor al mundo

Lectio Divina del V Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)



5 de febrero del 2017


1. Oración inicial


"Señor, no dejes que pierda el sabor de tu evangelio, no dejes que esconda la luz que me regalas. Tú has salvado mi vida, tú me has iluminado, pero te ruego que me impulses para que pueda comunicar a los demás tu amor y tu luz"

2. Lectura (Lectio) ¿Qué dice la Palabra de Dios?


Del santo Evangelio según san Mateo: 5, 13-16



En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente. 

Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa. 
Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Toma un momento de silencio para asimilar y releer el texto)

Reflexión
TRANSMITIR LUZ Y SABOR AL MUNDO


Inicio del camino de discipulado


Del versículo uno al dieciséis del capítulo cinco del Evangelio de San Mateo, se nos presenta la introducción al discurso conocido como el Sermón de la Montaña, estos versículos tienen como fin, llamar la atención del interlocutor para prepararlo a escuchar el mensaje de Jesús.

La semana pasada reflexionamos sobre las Bienaventuranzas (5, 1-12), que son las actitudes que todo discípulo de Jesús debe encarnar. Hoy vamos a concluir con la introducción que hace san Mateo para entrar al cuerpo del Sermón de la Montaña. Curiosamente Jesús no les dice qué deberían ser, sino lo que son en cuanto discípulos, y lo hace a través de un lenguaje simbólico: sal y luz; ciudad en lo alto del monte y la vela.

Llamados a ser sal de la tierra


La sal para el mundo judío antiguo es un elemento indispensable para la vida (cfr. Sir 39, 26): sazona los alimentos, purifica y elimina los agentes de fermentación y corrupción.

La sal que aseguraba incorruptibilidad, se usaba en los pactos como símbolo de su firmeza y permanencia. En particular, todo sacrificio debía ser salado, como señal de la permanencia de la alianza (Lv 2,13; cf. Nm 18,19: «una alianza de sal es perenne»; 2 Cr 13,5: «El Señor... con pacto de sal concedió a David y a sus descendientes el trono de Israel para siempre»). Para realizar su función, la sal ha de conservar su propiedad característica; si no, no sirve para nada, será arrojada fuera y pisoteada. Esta «tierra» no se refiere solamente a la «tierra» por excelencia, Palestina, sino que tiene un valor universal. Esta es la orden que Cristo les da posteriormente de predicar el Evangelio «a todas las gentes» (Mt 28,19.20).

También habría que recordar el horno de tierra de la cultura palestina, construido al aire libre y que era llamado precisamente «tierra» (cf. Job 28,5). El fuego de estos hornos era alimentado con estiércol. Para que ardiera el estiércol seco, se recubría el fondo del horno con una capa de sal y se espolvoreaba el estiércol con sal. Esta servía de agente químico que hacía arder el combustible, pero con el paso del tiempo el calor del horno producía en la sal una reacción que la volvía inútil. Este era el momento en que los cristales de sal debían ser retirados, porque habían perdido su salinidad.

La «sal» simboliza al discípulo con fe viva, el «desvirtuarse» equivale a la pérdida de esta fe (Orígenes). Los discípulos serán para la «tierra» lo que es la sal en los usos de la vida:

a. Evita la corrupción: Los discípulos de Jesús tienen que salar la masa moralmente viciada del mundo y del fariseísmo con la doctrina de Cristo para evitar su putrefacción. Llevan la verdad de Cristo, que condimenta ese mundo y le dé el gusto y sabor de la verdad, que es Cristo.

b. Sazona: Los discípulos al igual que la sal, son el elemento que da sabor a los alimentos. El discípulo da el sabor de la verdad de Cristo y preserva de la descomposición moral. Sin embargo, la sal no es el elemento central de una comida, su función es desaparecer para dar sabor a la comida.

c. Asegura la alianza con Dios: Los discípulos son la sal que asegura la alianza de Dios con la humanidad; es decir, de su fidelidad al programa de Jesús depende que exista la alianza, y que se lleve a cabo la obra liberadora prometida.

d. Prender y mantener el fuego: Los discípulos son el combustible que prende y mantiene el fuego de la fe sobre la humanidad. De ellos depende encender el fuego de la fe con su predicación y mantenerlo encendido con su testimonio.

Si la sal pierde su sabor, con nada puede recuperarlo; si los que se llaman discípulos de Jesús, y tienen delante su ejemplo, no le son fieles, no hay donde buscar remedio. Esos discípulos son cosa inútil, han de ser desechados, arrojados fuera, y merecen el desprecio de los hombres, a cuya liberación debían haber cooperado. La comunidad que, en su práctica, traiciona el mensaje de Cristo no tiene razón de existir.


Llamados a ser luz del mundo



En lo que respecta a la luz, su simbolismo es universalmente reconocido. La luz disipa las tinieblas, alegra e ilumina con su resplandor. El Antiguo Testamento recurre con frecuencia a la metáfora de la luz para hablar de Dios (Sal 27,1), y el Servidor sufriente está llamado a ser luz de las naciones (Is 42,6; 49,6). En Is 9,1-2; 42,16; 48,8.10; 51,4; 59,9 se habla de llevar luz a los que yacen en las tinieblas, y todo esto llega a su clímax en Is 60,1-3, cuando el profeta anuncia el retorno del pueblo a la presencia radiante del Señor, que se reflejará en ellos e iluminará a las naciones (cf. 60,19-20; 62,2).

Para completar la imagen de la luz, Jesús usa otra imagen: la de la ciudad construida en lo alto de un monte. En Palestina era frecuente construir los pueblos en lugares altos. De igual modo, «la vela» sirve de medio para indicar el modo de actuar de los discípulos. Antiguamente se utilizaban lámparas pequeñas para iluminar la casa que solo era de un cuarto. Una vez encendida la lámpara, se ponía en alto para que iluminara todo el cuarto. El celemín era un recipiente con el que se medían los granos o los líquidos; por su tamaño, ponerla sobre la vela era cubrir su luz.

Los Padres de la Iglesia ven en la vela (antorcha) la Palabra de Dios (Sal 119, 5), que en su sentido pleno es Jesús (Jn 8, 12). La Iglesia está simbolizada por el candelero, que ilumina a todo el mundo con su predicación. Y el celemín simboliza a todos los hombres mundanos, que son insensatos para las cosas espirituales y sabios en las terrenas, y por consecuencia tienen oculta la palabra divina y no se atreven a hacer pública la Palabra de Dios ni a predicar las verdades de la fe (cfr. Catena Aurea: Mt 5, 14-16).

El mensaje es claro: el apóstol, que tiene que iluminar, no ha de esconderse, ha de actuar—enseñar y practicar—la doctrina del reino, con lo cual iluminarán al mundo sobre el valor de la doctrina de Cristo.

Las buenas obras: la gloria del Padre.


Lo que va a mostrar que los discípulos son «sal y luz» en el mundo, son las buenas obras que llevan a la práctica. La gloria de Dios ya no se manifiesta en el texto de la Ley ni en el local de un templo, sino en el modo de obrar de los que siguen a Jesús. «La luz de ustedes» son las obras en favor de los hombres, descritas en Mateo 5,7.8.9; 25, 35ss, en las que resplandece Dios: la ayuda, la sinceridad y el trabajo por la paz, es decir, la constitución de una sociedad nueva.

Pero si debe dejar que su luz irradie no es para recibir él la alabanza, sino para que el Padre sea glorificado (Jn 15,8); quienes «serán llamados hijos de Dios» (cf. 5,9) revelan con su actuar al Padre de quien son hijos. Se puede hablar de una dimensión testimonial del obrar cristiano.

Estas dos comparaciones sobre el oficio de los apóstoles de Cristo—«sal» y «luz»—tienen finalidades distintas. La primera, haciendo ver que el mundo va a ser evangelizado por apóstoles, llama la atención de éstos sobre su preparación y santidad. La segunda mira preferentemente a que no oculten estos valores necesarios del apostolado, ni por falsa humildad, ni por cobardía, ni por pereza. Pues la tierra espera su luz.

3. Meditación (Meditatio) ¿Qué me dice la Palabra de Dios?


El padre Ermes Ronchi, de la Orden de los Siervos de María, propuso las siguientes meditaciones al Papa y a la Curia Romana en los ejercicios espirituales de marzo de 2016, nos ayudaran también a nosotros a meditar sobre el texto de hoy.

La humildad de la sal y la luz


“He aquí la humildad de la sal y de la luz. Que no llaman la atención sobre sí, no se ponen en el centro, sino que valorizan lo que encuentran. De este modo, la humildad de la Iglesia, de los discípulos del Señor, que no deben orientar la atención sobre sí mismos, sino sobre el pan y sobre la casa, sobre el inmenso campamento de los hombres, sobre su hambre tan grande a veces que para ellos Dios no puede dejar de tener la forma de un pan”.

El valor del encuentro


“Observo la sal. Mientras permanece en su recipiente, en un cajón de la cocina no le sirve a nadie. Su finalidad es salir y perderse para hacer más buenas las cosas. Se da y desaparece. Iglesia que se da, se disuelve, que enciende, que vive para los demás. Si me encierro en mi yo, incluso si estoy engalanado con todas las virtudes más bellas, y no participo en la existencia de los, como la sal y la luz, si no soy sensible y no me abro, puedo carecer de pecados y sin embargo vivo en una situación de pecado.  Sal y luz no tienen la finalidad de perpetuar a sí mismos, sino de derramarse. Y así es la Iglesia: no una finalidad, sino un medio para hacer más buena y más bella  la vida de las personas”.

Ir contracorriente


“Somos sal que ha perdido el sabor si no somos hombres resueltos, si no nos hemos liberado de máscaras y miedos. Las personas quieren tomar del discípulo de Jesús fragmentos de vida, no fragmentos de doctrina. No si se nos ha puesto a Dios entre las manos, sino qué cosa hemos hecho de aquel Dios”.

4. Oración (Oratio) ¿Qué le respondo al Señor?


Padre, fuente de misericordia y de justicia, que cuidas de todos tus hijos, escucha el grito de los pobres, sé refugio del afligido y desconsolado. También en nuestros días hay desposeídos de bienes, privados de dignidad, hambrientos de pan y de amor. Y hartos y satisfechos, con almacenes repletos y casas vacías, envanecidos con sus rezos y ayunos, que huelen a incienso y no perfuman la vida.

En tu Hijo Jesús nos has revelado tu predilección por los pequeños, te has mostrado compasivo y misericordioso con quienes confían en ti. Él, desnudo y crucificado, le indica a quien quiere seguirle un camino serio y arriesgado, una puerta estrecha por donde no se puede pasar si no nos liberamos de las ataduras que suponen el patrimonio, los bienes, la cultura, las estrategias pastorales.

Padre, no queremos poseer mayor honor ni tener mayor gloria que el nombre de tu Hijo crucificado y resucitado, más preciado y valioso que el oro y la 'plata, para levantar y hacer andar a quien tiene necesidad de esperanza. Su Palabra es la luz que nos confías para reavivar los lugares aprisionados por las tinieblas; el Evangelio es la lámpara que no se consume, el sabor incorruptible para incorporar a la existencia. Entonces brillarán nuestras buenas obras como un sol sin ocaso, porque ha prendido tu resplandor.

5. Contemplación (Contemplatio)


“Una parábola hebrea dice que cada hombre viene al mundo con una pequeña llama sobre la frente, que sólo se ve con el corazón, y que es como una estrella que camina delante de él. Cuando dos hombres se encuentran, sus dos estrellas se funden y se reaniman  – cada una da y toma energía de la otra – como dos cepas de madera puestas juntas en el hogar. El encuentro genera luz. En cambio, cuando un hombre permanece durante mucho tiempo sin mantener encuentros, solo, la estrella que resplandecía en su frente poco a poco se consume, hasta que se apaga. Y el hombre va, ya sin la estrella que caminaba delante de él. Nuestra luz vive de comunión, de encuentros, de compartir. No nos preocupemos por cuantos lograremos iluminar. No cuenta ser visibles o relevantes, ser mirados o ignorados, sino ser custodios de la luz, vivir encendidos. Custodiar la incandescencia del corazón”.


6. Actúa (Actio) ¿A qué me compromete la Palabra de Dios?


  • Practicar alguna obra de misericordia semanalmente según la lista de Mateo 5, 35-40
  • Compartir con alguien alguna reflexión bíblica de algún sacerdote, el evangelio diario o la lectio divina semanal.
  • Invita a alguien a un retiro espiritual o invita a alguien a tu grupo de oración.
  • Repite con frecuencia: «El Señor es mi luz y mi salvación» (Sal 27, 1).


Bibliografía:



  • Bernasconi, M. (2016). Ejercicios Espirituales: transmitir luz y sabor al mundo. Radio Vaticano. Recuperado de http://es.radiovaticana.va/news/2016/03/08/padre_ronchi_transmitir_la_luz_y_el_sabor_al_mundo/1213858
  • Carrillo Alday, S. (2010). El evangelio según San Mateo (1a ed.). Estella (Navarra): Verbo Divino.
  • Fernández, V. (2000). El evangelio de cada día: Comentario y oración (1a ed.). Argentina: San Pablo.
  • Levoratti, A., Tamez, E., & Richard, P. (2007). Comentario bíblico latinoamericano: Nuevo Testamento (1a ed.). Estella (Navarra): Verbo Divino.
  • Mateos, J. & Camacho, F. (1981). El evangelio de Mateo, lectura comentada (1a ed.). Madrid, España: Ediciones Cristiandad.
  • Sánchez Navarro, L. (2005). La enseñanza de la montaña (1a ed.). Estella (Navarra): Editorial Verbo Divino.
  • Toya, M. (1964). Biblia Comentada: II Evangelios. Madrid: BAC.
  • Zevini, G., Cabra, P., & Gordón, F. (2003). Lectio divina para cada día del año: Domingos del Tiempo Ordinario. Volumen 13 (Ciclo A). Estella (Navarra): Verbo Divino.


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