lunes, 10 de julio de 2017

Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia



Quiero compartirles un poco de lo que ha sido mi primera semana de estancia en CDMX, claro, si tienen a bien regalarme unos minutos de su tiempo. Quiero abrir mi corazón y expresar en estas líneas, las impresiones y sentimientos que me ha dejado esta semana.

Tratando de hacer memoria de lo que ha sido el camino para poder llegar a estudiar a esta ciudad, a mi mente solo vienen y resuenan las palabras del Salmo 118: «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque eterna es su misericordia» (v. 2). Por pura gracia inmerecida de Dios, este año ya termino mi primer Diplomado en la Universidad Pontificia de México.

Tres lecciones recojo de esta primera semana:

El desapego al dinero ha sido la primera lección que el Señor me ha enseñado esta semana. Pienso en la manera cómo Dios me quitó el apego al dinero que traía al viajar de Oaxaca. Este año, en particular, resulto un poco estresante recabar los fondos en un primer momento; y en segundo, encontrar un lugar donde habitar todo este mes.

Llegué a la terminal TAPO de la CDMX, después de un viaje de ocho horas y un cuarto de hora. Traté de pedir un UBER pero la aplicación de mi celular no agarró. Un taxista a la salida de la terminal me abordó, y me dijo que sabía dónde era la dirección a la que me dirigía. ¡Mal plan! El viaje resultó ser cuatro veces más caro que se hubiese viajado en UBER; de hecho, por esa cantidad puede haber viajado en UBER de lujo. Ese evento me causó una suerte de indignación, pero creo que la voz de Dios por ahí ya se dejaba oír. Sólo que yo no le estaba prestando oído.

Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro» (Sal 27,8a). Este versículo resume la siguiente lección. A decir verdad, mi comunicación con Dios el mes previo a estar en CDMX, fue mediocre. Algo que he entendido es que, cuando en el corazón del hombre Dios no ocupa el primer lugar, inmediatamente otras cosas usurpan ese lugar, en este caso la preocupación material: ¿Con qué dinero? ¿Dónde viviré? ¿Qué comeré?

Comencé a retomar mi ritmo de oración, a dedicar un poco más de tiempo y atención a esta actividad que tenía descuidada, y las palabras que resonaban en mi corazón eran las del Salmo que he citado: «Buscad mi rostro». Tarde como tres días en asimilar la voz del Señor, pero finalmente pude decir: «Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro» (Sal 27, 8b-9).

La tercera lección de esta semana, la recojo de las homilías de las Celebraciones Eucarísticas de hoy y de ayer. Las palabras del Evangelio encierran el mensaje que el Espíritu Santo me ha querido enseñar: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27).

Este domingo, tuve la gracia de ir a ponerme a los pies de mi Madre, María Santísima de Guadalupe. Fui a su Basílica. En la homilía de la Eucaristía, el padre comentó que, conocer al Padre no se da por estudiar teología o filosofía, que estas ciencias son útiles, pero que el conocimiento del Padre se da, principalmente, por una relación interpersonal.


¿Cuánto tiempo dedicamos a la oración? Cuando el sacerdote lanzó esta pregunta, sentí que el tiempo se detuvo, a mi mente llegó el texto de San Mateo: «No anden, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe su Padre celestial que tienen necesidad de todo eso» (6,31s). En ese momento comprendí, que había olvidado la providencia de Dios. Si estuvo dos años atrás, cuando no tenía nada para poder venir y todo fue una decisión de último momento; y estuvo también el año pasado cuando prodigó de manera suficiente todo lo que necesité, qué me hacía pensar que este año se había olvidado de mí, mi Padre Celestial.

Me exhortó, por último, a establecer mis prioridades: «Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se les darán por añadidura» (6, 33), y a no preocuparme por el mañana, porque «el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propia preocupación» (6,34).

Oro por todas las personas a través de las cuales la providencia de Dios se me ha manifestado. Hoy a los pies de nuestra Señora de Guadalupe, puse sus necesidades, pidiéndole que nuestro Señor Jesús sea su recompensa, y que sus apoyos que me han dado y que me siguen aportando sean «suave aroma, sacrificio que Dios acepta con agrado. 19 Y mi Dios proveerá a todas sus necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza, en Cristo Jesús» (Flp 4,18s).

Josué Ruiz
Su servidor en Cristo
Tlalpan, CDMX a 9 de julio de 2017

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