Cuatro terrenos para la Palabra
Reflexión del Evangelio Dominical
Evangelio según San Mateo (13,1-23)
El Evangelio que nos presenta la liturgia el día de hoy se sitúa en el marco del discurso en parábolas. Jesús toma la actitud del maestro rabino: se sentó y le habló a la gente (Mt 11, 1-3a). Jesús dará dos enseñanzas: La primera a toda la gente; la segunda, a sus discípulos.
La primera parte de nuestro texto, la parábola del sembrador (vv. 3b-9), va dirigida a la gente que se había abarrotado en torno a Jesús, y habla de cuatro escenarios posibles para todo aquel que escucha la Palabra de Dios.
La segunda parte, la explicación de la parábola (vv. 18-23), va dirigida únicamente a los discípulos, pero la perspectiva de la parábola cambia; en su labor evangelizadora, se encontraran con esos cuatro escenarios presentados en la parábola. Más que presentar la enseñanza en sentido negativo o desalentador, Jesús anima a los predicadores a no desistir de su labor, sabiendo que se toparan con diferentes actitudes ante la Palabra, pero que en su labor de siembra se toparan con el terreno fértil.
Veamos cómo se puede aplicar desde las dos perspectivas: gentes y predicadores.
Primer terreno: a lo largo del camino (vv. 4.19)
Muchos de nosotros hemos participado de algún retiro, conferencia, pláticas pre-sacramentales, o, incluso hemos asistido a Misa. En todos estos espacios hay un lugar privilegiado a la proclamación de la Palabra de Dios, pero ¿qué sucede cuando salgo de esos lugares?, ¿me acuerdo de lo que trataron los textos bíblicos?, ¿qué libros se leyeron?, ¿quiero seguir conociendo más?
Preguntas que nos ayudan a reflexionar sobre si la Palabra de Dios sembrada en nuestro corazón, no fue robada por el Maligno, simbolizado por las aves del texto, siendo esto la causa por la cual no sentimos interés por las cosas de Dios.
Amigos predicadores, esta es la primera realidad que tenemos que afrontar, el enemigo de las almas buscará a toda costa robar el mensaje de la Buena Nueva que hayamos anunciado a las personas que nos escucharon. Pero ¡ánimo!, nosotros no tenemos que preocuparnos eso, Jesús lo advirtió y ha puesto en último lugar la acción del Maligno. Más oración: «sed libera nos a Malo» (Nvg: Mt 6,13b).
Segundo terreno: pedregoso (vv. 5-6.20-21)
Cuantos de los que están leyendo esta reflexión, en algún momento de su vida han escuchado la Palabra de Dios y, al punto, deciden que quieren seguir al Señor Jesús; es más, compran todo lo necesario para conquistar el mundo para el Señor: Biblia, libros, CD’s, etc. Se integran a la comunidad, perseveran uno, dos, tres meses, o incluso, el año. Pero un día menos esperado, no se presentan más a la comunidad, argumentan tener muchos problemas en casa, descuido de hijos, cónyuge, familia, trabajo; algunos más, en halo de sinceridad suelen decir, dicen que la comunidad no sirve, el coordinador no sirve, la Iglesia no sirve. En fin, la lista puede continuar.
Pero ¿qué pasó?, ¿dónde está el problema? Las causas pueden ser varías, pero la experiencia de quienes han estado sembrando en el campo, coincide con lo que el Señor ya había anunciado: «Otras cayeron en pedregal donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener profundidad la tierra; pero en cuanto salió el sol se marchitaron y, por no tener raíz, se secaron» (v. 5.6). La tierra a diferencia de la piedra, es suave y la raíz de la planta puede penetrarla y echar raíces profundas, por el contrario, en una roca la raíz no puede penetrar por la dureza de la misma, por tanto, la planta no tendrá nutrientes que le proporciona la tierra y morirá por el calor del sol. La piedra simboliza, en palabras de Jesús, la inconstancia y la volubilidad del corazón.
Recordemos algo, la vida cristiana no es el cumulo de prácticas o de asistencias a la Iglesia. No es el cumplimiento neurótico de los diez mandamientos. La vida cristiana exige disciplina espiritual en un primer momento, sin embargo, el salto grande es el obrar por amor a Dios. Eso solo se logra en la constancia de la oración, el estudio, el servicio y la fraternidad. También sabiendo que pasaremos muchas tribulaciones, e incluso, persecuciones a causa de la Palabra de Dios. Pero eso no debe causarnos miedo, el Señor lo anunció que sucedería. La constancia nos da los elementos para superar los momentos de dificultar.
Colegas predicadores de la Buena Nueva, si en tu comunidad se va la gente, muchas de las veces no es tu culpa, es responsabilidad de las personas que no han querido asumir un compromiso serio con el Señor Jesús. Si te has desvivido orando, estudiando, sirviendo y procurando la fraternidad en tu comunidad, has hecho lo que el Señor esperaba de ti.
Tercer terreno: espinos (vv. 7.22)
Este terreno coincide en parte con lo enunciado en el segundo terreno. Es agradable ver como los miembros de las comunidades van perseverando y creciendo en la fe. Llega un punto donde pensamos que vamos sin mayor problema desarrollando la vida cristiana. Pero un día la familia exige más tiempo, las cuentas del hogar empiezan a aumentar, o mejor aún, me han ascendido de puesto en el trabajo, puse un negocio, entré a otro trabajo no porque necesite más dinero, sino porque quiero ganar más, etc.
Nuestras preocupaciones, muchas veces son honestas y sinceras, y nuestro desarrollo profesional es moralmente correcto. Sólo que siempre hay algo que sacrificar. Lo más prudente, pensamos, es sacrificar nuestra relación con Dios. Además, Dios es amor y quiere lo mejor para mí.
Ciertamente Dios no es ajeno a esas preocupaciones, pero Dios ha prometido perdonar pecados, no excusas o pretextos. La mayor parte del tiempo estas preocupaciones o logros en la vida se convierten en ocasiones clave para dejar de ir a la comunidad y la Iglesia, bajo el manto de una preocupación sincera, o una bendición que no hay que desperdiciar. Resultado, sea una causa negativa o positiva, es quedar sin dar fruto. Pueden resonar dos textos del Señor en nuestra mente: «Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se les darán por añadidura» (Mt 6,33). «Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?» (Mt 16,26).
Predicadores, nos puede frustrar ver que nuestro trabajo parece estéril, de diez en un año, solo quedan tres. El Señor nos lo advirtió en privado. Recordemos algo, nadie que va buscando oro, no se preocupa por los metros de tierra que tiene que cavar, porque su objetivo no es contar la tierra, sino llegar al oro.
Cuarto terreno: espinos (vv. 8-9.23)
Llegamos al cuarto terreno. De esta clase de terreno debemos pedirle al Señor con toda humildad ser miembros. Ser tierra buena, ser tierra fértil. En este terreno se encuentran las personas que han pasado de la simple escucha, a ser servidores del Evangelio.
En esta tierra buena hay quienes dan una producción baja, otros que dan una producción medía y otros que dan una producción alta. San Jerónimo comenta que «primeramente debemos oír, en seguida entender y después de entender, dar frutos de enseñanza y producir ese fruto, o como ciento, o como sesenta, o como treinta». Distingue él tres clases de tierra mala y tres clases de tierra buena, en ambas, «la sustancia es la misma y sólo varía la voluntad, y quien recibe la semilla, tanto en los incrédulos como en los que creen, es siempre el corazón».
Siguiendo la enseñanza de los Padres de la Iglesia, san Jerónimo y san Agustín, ven en estos tres números, tres frutos distintos de estado de vida: «el número ciento es el fruto de los mártires, a causa de la santidad de su vida y el desprecio de su muerte; el sesenta, el de las vírgenes, por su tranquilidad interior, porque no combaten contra la costumbre de la carne…; el número treinta es el de los casados, porque es la edad del combate, y ellos tienen que sostener rudos asaltos para no ser víctimas de sus pasiones».
Para el predicador, el signo de que está dando fruto de su trabajo, es cuando el Señor comienza a suscitar nuevos servidores del Evangelio en su comunidad. Esta es la promesa del Señor, veremos el fruto de nuestro trabajo si seguimos sembrando.
Conclusión
Nuestro trabajo evangelizador estará marcado por dos realidades, la parte dura de ver cómo las personas se resisten al mensaje de la Buena Nueva, pero también estará lleno del gozo de ver que otros más dan fruto.
No nos cansemos de sembrar la Palabra de Dios en el corazón de las personas, recordando que es Cristo quien siembra por medio de nosotros.
Siempre acudamos a la intercesión amorosa de nuestra Madre, María Santísima para que todos nuestros esfuerzos sean presentados por ella a nuestro Padre Celestial, y den mucho fruto de santidad en nosotros, y en aquellos a quienes comunicamos la Palabra.
Josué Ruiz