Reflexión
La Resurrección de Jesús: Ver,
entender y creer
El
Tiempo Pascual
¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado! Con
gran alegría comenzamos este tiempo de pascua. Damos gracias a nuestro Señor
Jesucristo por pasarnos con su muerte y resurrección, del estado de muerte
eterna a la vida que no tiene fin.
Durante cincuenta días, el Señor nos ira preparando a través
de su Palabra, para recibir el Espíritu Santo, el Paráclito Divino. Es
importante que en estos días pascuales, meditemos de manera particular los
evangelios dominicales, nos irán mostrando los frutos que la Pascua del Señor
nos ha ganado.
Hoy, el Evangelio, nos pone frente al sepulcro vacío de Jesús
como signo de su resurrección, sin embargo, como iremos reflexionando, este
pasaje es de una riqueza inmensa que no deja a dudas la resurrección de Jesús,
pero lo más importante, nos llevará del ver al entender para finalmente llegar
a creer.
Para el desarrollo de esta reflexión tomaré la obra de
Vittorio Messori (2003), “Dicen que ha
resucitado”, donde retoma las investigaciones del padre Antonio Persili, un
anciano párroco de Tivoli, que conoce bien el griego del Nuevo Testamento y las
técnicas, usos y costumbres funerarias del antiguo Israel.
Tres
verbos graduales
Cuando leemos los evangelios, a menudo tenemos la impresión
de que estamos leyendo el texto en su idioma original, sin embargo, hay que
estar conscientes que las lenguas originales de los textos sagrados son el
hebreo, arameo y griego; a nosotros nos llegan las traducciones autorizadas por
la Iglesia.
La lengua original del evangelio de San Juan es el griego,
por tanto, para intentar profundizar en la riqueza del evangelio que vamos a
meditar, nos enfocaremos en tres verbos que, solo acudiendo al lenguaje
original, nos revelaran la enseñanza que trató de transmitirnos el autor.
El evangelio de hoy, menciona el verbo “ver” cuatro veces
(vv. 1.5.6.8). A simple vista se trata de un verbo sin mayor trascendencia para
nosotros, pero no así para el evangelista.
1) Blépei (vv. 1.5): El sentido de este
“ver”, se entiende como constatar con
perplejidad. Designa generalmente ante todo la facultad de ver, la percepción sensible, su significado
es el de mirar, mirar hacia (Coenen,
Beyreuther & Bietenhard, 1994, p. 328).
2) Theórei (v. 6): El sentido es contemplar. Pero también experimentar, saber lo que es (Ídem).
3) Eíden (v. 8): Su sentido es el ver plenamente, para así comprender y
creer. En sentido figurado esas
formas verbales significan advertir,
traer a la memoria, comprobar, llegar a conocer y también contemplar espiritualmente, ver con el espíritu
(Ídem).
De estos datos que se han proporcionado se puede deducir que
los diferentes verbos tienen un sentido en orden gradual, de la vista que solo
mira sin más, pasamos a la vista que contempla, busca un sentido a lo que ve; y
así llegar a la vista que entiende lo que ve.
La
piedra removida
Entendidas las diferentes acciones del verbo “ver”, podemos
comprender ahora las diferentes actitudes que toman los tres protagonistas de
nuestro relato (María Magdalena, Pedro y el discípulo amado) frente al mismo
suceso.
El «primer día» después del sábado, en el contexto pascual,
nos sugiere el inicio de un tiempo nuevo para el mundo (2 Cor 5, 17). San Juan
añade que estaba todavía «oscuro», este dato propio de este evangelio. El
evangelista asocia en su obra, la oscuridad como la carencia de Cristo. En
relación con María Magdalena todo esto cobra un sentido teológico: María no ha
llegado a la fe. María todavía tiene el alma en oscuridad: «Tiene afecto por
Jesús, pero todavía carece de fe; va a buscar al vivo, pensando que está
muerto» (Castro, 2008, p. 351).
Al llegar al sepulcro, María, «vio (blépei) removida la piedra que lo cerraba». El verbo «remover» o
«quitar» es el mismo que los asistentes ejecutan para remover la piedra del
sepulcro de Lázaro (Jn 11,39.41). La diferencia es clara, la piedra del
sepulcro de Jesús no fue quitada por manos de hombres. En el plano simbólico,
la piedra removida significa que ha sido vencida la fuerza del sheol. Para los judíos, el sepulcro no
equivale a nuestro cementerio (lugar de reposo), sino que simboliza el sheol, adonde han bajado los muertos y
de donde no pueden salir (León-Dufour, 1998, p. 167).
Como ya hemos comentado, por el verbo utilizado, María solo
vio sin más detenimiento, solo sigue la lógica humana y deduce, al ver abierto
el sepulcro, que se han robado el cadáver. Corre avisar a Pedro, el jefe de los
Doce y al Discípulo amado. María no les dice que la piedra esta removida, sino
que «se han llevado del sepulcro al Señor». Estas palabras muestran su gran afecto
por Jesús, pero también su desconcierto.
Pedro y el Discípulo amado salen corriendo hacia el sepulcro
(v.3), señal del afecto que tienen por Jesús. No obstante, el Discípulo amado
corre más rápido que Pedro y llega primero al sepulcro (v. 4), mostrándonos
simbólicamente que, él que le ama más, llega antes al sepulcro. La carrera al
sepulcro se convierte en un proceso de fe y amor (Castro, 2008, p. 353).
Las
pruebas de la resurrección: los lienzos y el sudario
El Discípulo amado «inclinándose,
miró (blépei) los lienzos puestos en
el suelo» (v. 5), sin embargo no entra al sepulcro ¿Por qué? El texto nos
indica que Pedro no había llegado, pero más allá de eso, nos muestra el respeto
por la edad y autoridad que tenía Pedro. Los estudios calculan unos cincuenta
años para Pedro, y entre veinticinco y treinta para Juan (Tuya, 1964, p. 1309).
Los «lienzos puestos en el suelo» (v. 5), o, como traduce el
padre Persili: «cintas extendidas» (Messori, 2003). Para comprender mejor lo
que el evangelista san Juan quiere transmitirnos, recordemos la resurrección de
Lázaro (Jn 11,1-44). Cuando sale del sepulcro por la orden dada por Jesús, el
texto nos habla que salió atado por keiriais:
vendas. En el sepulcro de Jesús están los othonia:
lienzo. La diferencia de ambas es la anchura. Las vendas son delgadas, los
lienzos son más anchos. Estos lienzos o cintas, fueron colocados alrededor del
cuerpo de Jesús para asegurar la sábana, además tenían la función de impedir
que el líquido aromático se evaporara.
El sentido simbólico de ambos lienzos es que, Lázaro retornó
a la vida atado de pies y manos (11,44), Jesús el Señor abandona los lienzos.
Lázaro tenía que morir de nuevo, Jesús ya no. Así san Juan establece una
diferencia enorme entre la resurrección de Lázaro y la de Jesús.
Llegó Pedro, entró y «contempló (theórei) los lienzos puestos en el suelo y el sudario» (v. 6). La
mirada de Pedro será diferente sobre los lienzos, es contemplativa, busca saber
lo que ha pasado. Por segunda vez se habla de los lienzos puestos en el suelo,
pero se agrega otro elemento: «el sudario» (v. 7). Con estos dos elementos, el
evangelista responde a la preocupación del robo del cadáver. No se lo han
robado, si se lo hubieran robado, los asaltantes no se habrían entretenido quitando
los lienzos y el sudario.
Por tercera vez aparece la expresión «los lienzos en el suelo»,
esta vez en relación con la forma en que estaba puesto el sudario: «puesto no
con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte». El padre Persili
propone interpretar: « y el sudario, que estaba sobre su cabeza, no con las
cintas extendidas, sino por el contrario envuelto en una posición singular»
(Messori, 2003). Vayamos por partes.
El sudario era un pedazo de tela de entre 60 a 80 centímetros
que servía para limpiar el sudor. En los evangelios aparece regularmente en
momentos fúnebres, de ahí que su simbolismo se fúnebre. El evangelio dice que
el sudario «había estado sobre la cabeza de Jesús» ¿Se refiere al que estaba
adentro de la sábana con que lo envolvieron? Evidentemente no. El de adentro
sostenía su barbilla, es un piadoso detalle de los usos fúnebres judíos. Se
trata de un sudario que habían colocado sobre la cabeza de Jesús una vez
acabado de envolver, como protección del líquido aromático que habían vertido.
En el texto litúrgico leemos que el sudario estaba «doblado
en sitio aparte», sin embargo, el padre Persili traduce «envuelto en una
posición singular». Él explica que «la frase se debe traducir en el sentido de
que el sudario para la cabeza se encontraba en una posición diferente de las
cintas extendidas sobre el cuerpo y no en un lugar diferente. Pedro contempla
las cintas extendidas sobre la losa sepulcral y, sobre esa misma losa,
contempla también el sudario que, al contrario que las cintas extendidas,
estaba en la posición de envolver algo, aunque ya no envolvía nada» (Messori,
2003).
Siguiendo con la interpretación del padre Persili, nos sigue
explicando por qué el sudario estaba en una posición singular y no en un sitio
aparte. «El sudario, el gran pañuelo que envolvía la cabeza, al contrario que
las cintas, estaba envuelto en una posición UNICA, en el sentido de singular,
excepcional o irrepetible. En efecto, en vez de estar extendido sobre la losa
sepulcral con las cintas, estaba envuelto y en posición sobresaliente. La
posición del sudario aparece como única por excelencia a la vista de Pedro y
Juan, pues es un desafío a la ley de la gravedad» (Messori, 2003).
De todo esto, Messori (2003) deja una reflexión muy
interesante que vale la pena transcribir por su singular forma de expresarlo:
«Sin dejar de respetar el misterio, podríamos decir que el hecho sucedió a
través de una especie de relámpago de luz y calor: un reflejo «sensible» del
Misterio, que debió de absorber instantáneamente los aromas que impregnaban las
telas. Desaparecido el cuerpo, las telas que lo habían envuelto, mucho más
pesadas, se dejaron caer sobre la sábana que cubrían y adoptaron esa posición
«extendida» a la que nos hemos referido. El sudario para la cabeza, mucho más
ligero y pequeño, y por así decirlo «almidonado» por el desecado de los aromas
líquidos, quedó -por utilizar las propias palabras del Nuevo Testamento- «por
el contrario» (respecto a las cintas) «envuelto», como cuando ceñía la cabeza
del difunto, apareciendo así ante los apóstoles «en una posición singular».
Es ahora cuando entra el Discípulo amado, «y vio (eíden) y creyó» (v. 8) ¿Qué ve? El verbo
en griego nos habla de un ver que llega a ser pleno, un llegar conocer. Eso
justifica la manera rápida con que comprendió y creyó. Los indicios mudos se
convierten en indicios muy elocuentes.
Finalmente hay que notar que las Escrituras no pueden ser
comprendidas sin una intervención personal del Resucitado (León-Dufour, 1974,
p. 342). Su inteligencia de la Escritura no precede, sino que sigue, a la
certeza de que Jesús ha pasado a la gloria. De hecho, históricamente, la
Iglesia primitiva tuvo primero la experiencia del Resucitado y sólo después
iluminó su fe repasando las Escrituras (León-Dufour, 1998, p. 175).
3. Meditación
(Meditatio) ¿Qué me dice el texto?
"¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? No está
aquí, ha resucitado" (Lc 24, 5-6). En el marco
de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra es el
sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del cuerpo de
Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo (cf. Jn 20,13; Mt 28,
11-15). A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo
esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el
reconocimiento del hecho de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de
las santas mujeres (cf. Lc 24,
3. 22- 23), después de Pedro (cf. Lc 24,
12). "El discípulo que Jesús amaba" (Jn 20,
2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir "las vendas
en el suelo"(Jn 20, 6) "vio y
creyó" (Jn 20, 8). Eso supone que constató en el
estado del sepulcro vacío (cf. Jn 20,
5-7) que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que
Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de
Lázaro (cf. Jn 11, 44). (Catecismo,
n. 640)
4. Oración
(Oratio) ¿Qué le respondo al Señor?
Señor Dios, que por medio de tu Unigénito, vencedor de la
muerte, nos has abierto hoy las puertas de la vida eterna, concede a quienes
celebramos la solemnidad de la resurrección del Señor, resucitar también en la
luz de la vida eterna, por la acción renovadora de tu Espíritu. Por nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu
Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
5. Contemplación
(Contemplatio)
Estarás en condiciones de reconocer que tu espíritu ha
resucitado plenamente en Cristo si puede decir con íntima convicción: «¡Si
Jesús vive, eso me basta!». Estas palabras expresan de verdad una adhesión
profunda y digna de los amigos de Jesús. Cuan puro es el afecto que puede
decir: «¡Si Jesús vive, eso me basta!». Si él vive, vivo yo, porque mi alma
está suspendida de él; más aún, él es mi vida y todo aquello de lo que tengo
necesidad. ¿Qué puede faltarme, en efecto, si Jesús vive? Aun cuando me faltara
todo, no me importa, con tal de que viva Jesús... Incluso si a él le
complaciera que yo me faltara a mí mismo, me basta con que él viva, con tal que
sea para él mismo. Sólo cuando el amor de Cristo absorba de este modo tan total
el corazón del hombre, hasta el punto de que se abandone y se olvide de sí
mismo y sólo se muestre sensible a Jesucristo y a todo lo relacionado con él,
sólo entonces será perfecta en él la caridad (Guerrico de Igny, Sermo in Pascha, i, 5).
Bibliografía:
Castro
Sánchez, S. (2008). Evangelio de Juan (1st ed.). Bilbao: Desclée de
Brouwer.
Coenen, L.,
Beyreuther, E., & Bietenhard, H. (1994). Diccionario teológico del
Nuevo Testamento (Vol. 4) (3a ed.). Salamanca: Sígueme.
Léon-Dufour,
X. (1998). Lectura del Evangelio de Juan IV. Salamanca: Sígueme.
Léon-Dufour,
X. (1974). Resurrección de Jesús y mensaje pascual (2a ed.). Salamanca:
Ediciones Sígueme.
Messori, V.
(2003). Dicen que ha resucitado. Una investigación sobre el sepulcro vacío
(2a ed.). Madrid: Rialp.
Tuya, M.
(1964). Biblia Comentada: Evangelios.
Madrid: BAC.