lunes, 28 de agosto de 2017

La oración (Lc 11,9ss) - San Agustín (Sermón 105 A)

San Agustín, Sermón 105 A (=Lambot 1)

La oración (Lc 11,9ss)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

1. El santo Evangelio que hemos escuchado cuando se leyó nos exhorta a orar. Nos infunde la gran esperanza de que nadie que pide, busca y llama con confianza, se aleja del Señor con las manos vacías. En efecto, no dijo que algunos pedirían y recibirían, sino Todo el que pide recibirá y el que busca hallará y al que llama se le abrirá1.

Pero propuso una semejanza instructiva por contraste. Si un amigo se dirige a otro amigo y le pide tres panes porque ha llegado a su casa un huésped, y esto a una hora en la que es molesto levantarse de la cama para dárselos, y el otro le responde que no puede complacerle porque ya está en el lecho y con él sus criados; si, no obstante, el amigo no deja de pedírselos, Os digo —indica— que, no por la amistad, sino por el fastidio que le causa, se levantará y le dará todo lo que necesite2. Ahora bien, si no se niega a dar quien es vencido por el hastío, ¿cómo va a negar algo quien te exhorta a pedir? Con esta finalidad se adujo la semejanza. Si no niega los tres panes al que se los pide en cuanto amigo, y se los da no por la amistad, sino por no soportar que le moleste, Dios, que es Trinidad, ¿no se nos dará a Sí mismo si lo pedimos? No creo que el amigo diese a su amigo tres panes distintos: uno de trigo blanco, otro de escanda y otro de cebada.

Por tanto, dado que Jesucristo, Dios, Hijo unigénito de Dios, al exhortarnos a orar nos infundió gran confianza de alcanzar lo que pedimos, nos conviene saber qué debemos pedir. Pues ¿quién no pide algo a Dios? Pero hay que mirar qué se pide. Quien ha de dar está dispuesto a dar, pero hay que orientar al que pide.

Te levantas y pides a Dios que te otorgue riquezas. ¿Deben los hijos de Dios pedir eso a Dios, como si se tratase de un gran bien? Si Dios mismo quiso dar riquezas incluso a hombres pésimos fue precisamente para que los hijos no las pidan a su Padre, como si fueran un gran bien. En cierto modo Dios nos habla por sus obras y nos dice: «¿Por qué me pedís riquezas?». ¿Es eso todo lo que os voy a dar como bien extraordinario? Advertid a quiénes las he dado y avergonzaos de pedirlas. Pide el fiel lo que tiene el histrión. Pide también la matrona cristiana lo que tiene la meretriz. No pidáis eso en vuestras oraciones. Que él os dé riquezas, si quiere y, si no, no os las dé. Conviene que demos fe a quien nos dice: Pues la vida del hombre no radica en la abundancia3. ¿Por qué? A muchos les han sido perjudiciales las riquezas. Es más, ignoro si puede encontrarse alguna persona a la que hayan aprovechado. Tal vez hallemos a alguna a la que no hayan perjudicado.

Ignoro —repito— si puede encontrarse alguna persona a la que hayan aprovechado. Quizá diga alguien: «Entonces, ¿no fueron de provecho las riquezas a quien usó bien de ellas alimentando a los hambrientos, vistiendo a los desnudos, hospedando a los forasteros, redimiendo a los cautivos?». Todo el que obra así, lo hace para que no le perjudiquen sus riquezas. ¿Qué sucedería si no poseyese esas riquezas con las que hace misericordia, siendo tal que estuviese dispuesto a hacerla, si se hallase en posesión de ellas? Dios no se fija en las riquezas por abundantes que sean, sino en las voluntades rebosantes de amor. ¿Acaso eran ricos los apóstoles? Abandonaron solamente unas redes y una barquichuela y siguieron al Señor4. Mucho abandonó quien abandona toda esperanza mundana, como la viuda que depositó dos céntimos en el cepillo del templo5. Nadie —dijo el Señor— dio más que ella; a pesar de que muchos ofrecieron gran cantidad de dinero porque eran ricos, ninguno donó tanto como ella en ofrenda a Dios, es decir, en el cepillo del templo. Muchos ricos echaban en abundancia, y él los contemplaba6pero no porque echaban mucho. Esta mujer entró en el templo con solo dos céntimos. ¿Quién se dignó poner al menos los ojos en ella? La vio el que no mira la mano llena sino el corazón. Él se fijó en ella e hizo que otros se fijasen también; haciendo que se fijasen en ella, dijo que nadie había dado tanto como ella. En efecto, nadie dio tanto como la que no reservó nada para sí.

Por ello, si tienes poco, poco darás; si tienes más, darás más. Ahora bien, ¿acaso, por dar poco al tener poco, tendrás menos, o recibirás menos porque diste menos? Si se examinan las cosas que se dan, unas son grandes, otras son pequeñas; unas copiosas, otras escasas. Pero si se escudriñan los corazones de quienes dan, con frecuencia hallarás en quienes dan mucho un corazón tacaño, y en quienes dan poco, un corazón generoso. Efectivamente, te fijas en lo mucho que uno da y no en cuánto se reservó para sí ese que tanto dio, ni en cuánto en definitiva dio, ni en cuántos bienes ajenos robó quien de lo robado da algo a los pobres, como queriendo corromper con ello al juez divino.

Lo que consigues con tu donación es que no te perjudiquen tus riquezas, no que te aprovechen. Porque, incluso si fueras pobre ydesde tu pobreza dieses aunque fuera poco, se te imputaría tanto como al rico que da en abundancia, o quizá más, como a aquella mujer.

Pensemos, pues, que el reino de los cielos está en venta a precio de limosnas. Se nos ofrece la posibilidad de comprar una finca fértil y riquísima; una finca que, una vez adquirida y poseída, ni siquiera por la muerte dejaremos a quienes nos sucedan, sino que la disfrutaremos por siempre; no la abandonaremos ya y jamás emigraremos de ella. ¡Magnífica posesión que vale la pena comprar! Solo te queda preguntar por su precio, por si acaso no tienes con qué pagar y, aunque desees adquirirla, no puedas comprarla. Para que no pienses que no está a tu alcance, te indico su precio: vale tanto cuanto tienes. Para tu alegría, supuesto que no seas envidioso, añadiré todavía más: cuando Dios te haya otorgado la posesión de esa finca que debes comprar, no excluyes a otro comprador. La compraron los patriarcas, ¿acaso excluyeron de su compra a los santos profetas? La compraron los profetas, ¿por ventura no permitieron comprarla a los apóstoles? La compraron los apóstoles y a ellos se les sumaron como compradores también los mártires. En fin, tantos son los que la han comprado y aún está en venta.

Veamos, pues, si la pudieron comprar los ricos y no los pobres. Examinemos los casos más recientes, dejando de lado a los antiguos compradores. La compró Zaqueo, jefe de los publicanos7 que había adquirido grandes riquezas, dando la mitad de ellas a los pobres8. Se les llamaba publicanos no en cuanto hombres públicos, sino porque recaudaban los impuestos. Así nos lo expone el santo Evangelio con ocasión de la llamada a la condición de apóstol a uno del cual está escrito: Vio sentado a la mesa de recaudación a cierto hombre llamado Mateo9. De este hombre, llamado cuando estaba en la mesa de recaudación de impuestos, se indica el nombre en otro pasaje: Mateo el publicano10. Así, pues, este Zaqueo, luego que entró en su casa el Señor, al que acogió de la forma más inesperada —tenía gran deseo de verlo; pero, como era de baja estatura, no le era posible lograrlo en medio de la multitud; subió a un árbol y desde allí lo vio pasar; para ver al que por él iba a pender de un madero, él mismo se subió a un madero—; así, pues, una vez que el Señor entró en su casa, lleno de gozo puesto que antes había entrado ya en su corazón, dijo: Doy la mitad de mis bienes. Pero se reservó mucho para sí. Advierte la razón por la que se había reservado la otra mitad: Y si he defraudado a alguien —dijo— le devolveré cuatro veces más11. Se reservó muchas riquezas, no para retenerlas, sino para restituir lo robado. Gran comprador, dio mucho. El que poco antes era rico, de repente se hace pobre. ¿Acaso porque él la compró a tan gran precio, no la compró igualmente el pobre Pedro con las redes y la barquichuela? El precio exigido a cada uno era lo que cada uno tenía. Después de estos, también la compró la viuda. Pagó dos céntimos y la compró. ¿Hay algo de menos valor? Sí, lo hay. Descubro un precio inferior a esos dos céntimos con que es posible adquirir tan gran posesión. Escucha al vendedor mismo, el Señor Jesucristo: Si alguno —dice— da un vaso de agua fría a uno de los míos más pequeños, en verdad os digo que no perderá su recompensa12. ¿Hay cosa de menos valor que un vaso de agua, y esta fría, para no verse obligado uno a comprar leña? No sé si a vuestro juicio puede encontrarse un precio inferior a este. Y, sin embargo, existe. Uno no posee lo que Pedro, ni mucho menos lo que Zaqueo, y ni siquiera halla dos céntimos. ¿Carece en el momento oportuno del agua fría? Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad13. No discutamos más sobre la variedad de precios. Si entendemos y pensamos conforme a la verdad, el precio de esa posesión es la buena voluntad. Con ella compró Pedro, con ella Zaqueo, con ella la viuda y con ella quien dio el vaso de agua fría. Solo con ella se compra, si no se tiene otra cosa fuera de ella.

2. ¿Por qué he dicho esto? ¿Qué me había propuesto? Indicaros que, del pasaje evangélico en que el Señor nos dio una gran esperanza al decir: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abrirá14, debemos aprender qué hemos de pedir. Al habérsenos dado una gran esperanza, debemos saber qué tenemos que pedir. De ahí procede el amonestaros a que cuando oréis no pidáis, ni busquéis, ni llaméis a la puerta por riquezas, como si fueran un gran bien. Quien llama desea entrar. La puerta de entrada es estrecha. ¿Por qué vas cargado con tanto equipaje? Debes, pues, enviarlo delante de ti para poder entrar con facilidad, aligerado de peso, por la puerta estrecha. No pidáis al Señor riquezas como si se tratase de un bien extraordinario. ¿Por qué temes tener poco y no poder comprar tal posesión? ¿No te he dicho que su valor es igual a lo que tú tienes? E incluso si no tuvieras nada, tú serás su precio; en efecto, aunque tengas mucho, no la compras si no te das también tú mismo por ella.

Quizá me repliquéis: «Entonces, ¿qué debemos pedir a Dios? No pidáis tampoco la muerte de vuestros enemigos. Es una petición malvada. Ignoro si serás oído para tu bien cuando te alegras por la muerte de un enemigo. Pues ¿quién no ha de morir? ¿Quién sabe cuándo ha de morir? Te alegras de la muerte de otro. ¿Cómo sabes que no vas a expirar tú también mientras te alegras de ello? Aprende a orar como enemigo de ti mismo; mueran las enemistades mismas. Tu enemigo es un hombre. Hay dos nombres: hombre y enemigo. Viva el hombre, muera el enemigo. ¿No recuerdas cómo Cristo el Señor, con la sola voz desde el cielo, hirió, tiró por tierra y dio muerte a su enemigo Saulo, acérrimo perseguidor de sus miembros?15 No hay duda de que le dio muerte, pues murió como perseguidor y se levantó convertido en predicador. Murió; si no me crees a mí, pregúntaselo a él. Escúchale y léele. Oye su voz en una carta suya: Vivo, pero ya no soy yo quien vive. Vivo —dice—, pero no yo. Luego él murió. ¿Y cómo hablaba? Vive en mí Cristo16. En la medida de tus fuerzas ruega, pues, que muera tu enemigo, pero considera en qué forma. Si muere sin que su alma abandone el cuerpo, tan solo perdiste un enemigo y a la vez conseguiste un amigo. Por tanto, no oréis ni pidáis a Dios la muerte física de vuestros enemigos.

Dirás tú, ¿qué hemos de pedir? ¿Cargos mundanos? Son humo que se esfuma. Estabas más seguro en un puesto humilde. ¿Te dispones a correr riesgos en un cargo elevado? Es cierto que los cargos públicos, como las riquezas, solamente los otorga Dios. Mas, para que despreciaseis las riquezas, llamó vuestra atención sobre las personas a que se otorgan: las otorga a los buenos para que no pienses que son algo malo; las otorga también a los malos para que no creas que son un gran bien. Lo mismo pasa con los cargos públicos: los reciben los dignos, pero también los indignos, para que no los tengan en gran estima los dignos.

Dinos, entonces, ya —insistes— qué tenemos que pedir. No os voy a haceros pasar por muchos acertijos, puesto que he mencionado el testimonio evangélico: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad17. Pedid la buena voluntad misma. ¿Acaso os hacen buenos las riquezas, los cargos públicos y otras cosas similares? Aunque son bienes, son los inferiores, de los que usan bien los buenos y mal los malos. La buena voluntad te hace bueno. Si esto es así, ¿no te avergüenzas de querer poseer cosas buenas y ser tú malo? Tienes muchos bienes: oro, plata, piedras preciosas, hacienda, servidumbre, rebaños de ganado mayor y menor. Avergüénzate de tus bienes; sé también tú bueno. Pues ¿quién más desdichado que tú si, siendo buena tu quinta, tu túnica, tu oveja y hasta tus sandalias, va a ser mala tu alma?

Aprended, pues, a pedir el bien que, por así decir, os bonifica, esto es, el bien que os hace buenos. Si poseéis bienes de los que usan los buenos, pedid el bien con el que seáis buenos. La buena voluntad os hace buenos. Pues sin duda son bienes, pero no bienes que os hagan buenos. Para que veáis que son bienes, se encuentran entre ellos los que mencionó el Señor: el pan, el pez y el huevo18. Para que sepáis que son bienes, el Señor mismo dijo: Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos19. Sois malos y dais cosas buenas. Pedid ser buenos. Pues por esa razón nos amonestó y dijo: Si vosotros siendo malos: para indicar qué debían pedir, a saber: no ser malos, sino buenos.

Sea él, pues, quien nos enseñe qué debemos pedir. Escuchad sus palabras, las que siguen en el mismo pasaje del Evangelio: Si vosotros —dice— siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, y a pesar de ello vais a seguir siendo malos; por tanto, para no permanecer siendo malos, oíd lo que sigue: ¡Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará el Espíritu bueno a los que se lo pidan!20 ¡He aquí el bien que os hace buenos! Es el buen Espíritu de Dios el que produce en los hombres la buena voluntad. El precio de la posesión que se llama vida eterna es Dios mismo.

¿Qué habrá de más valor para nosotros que la vida eterna? ¿Qué habrá —repito— de más valor, una vez que nuestra posesión sea Dios? ¿O acaso he injuriado a Dios, al decir que él será nuestra posesión? No. Si lo he dicho es porque lo he aprendido. He hallado a un santo varón que en su oración decía: Señor, porción de mi herencia21. Ensancha, ¡oh avaro!, el saco de tu codicia y halla algo mayor, algo de más valor, algo mejor que Dios. ¿Qué no tendrás teniéndole a él? Acumula a tu lado cuanto oro y plata te sea posible; excluye a tus vecinos; poséelo ensanchando tu posesión; llega hasta el confín de la tierra. Adquirida la tierra, añade los mares. Sea tuyo todo lo que ves y también lo que, al estar bajo el agua, no ves. Una vez que tengas todo esto, ¿qué tendrás, si no tienes a Dios? Así, pues, si teniendo a Dios el pobre es rico, y no teniéndolo, el rico es un mendigo, no le pidas otra cosa distinta de él. ¿Y qué no te dará cuando él mismo se da? ¿Y qué te dará, si él mismo no se da? Pedid, pues, el Espíritu bueno. Habite en vosotros y seréis buenos. Pues cuantos son conducidos por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios22. ¿Y cómo sigue? Y si sois hijos de Dios, sois también herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo23.

¿Qué sentido tenía desear las riquezas? Entonces, ¿será pobre el heredero de Dios? Serías rico si fueras el heredero de un opulentísimo senador, y ¿serás pobre, siendo heredero de Dios? ¿Serás pobre, siendo coheredero con Cristo? ¿Serás pobre cuando el Padre mismo sea tu herencia? Pide, pues, el Espíritu bueno, porque el pedir el Espíritu bueno procede del Espíritu bueno mismo. Algo posees ya de este Espíritu cuando lo pides, pues si no poseyeras nada de él, nada de él pedirías. Pero como no tienes cuanto necesitas, lo tienes y lo pides, hasta que se cumpla lo escrito: El que sacia de bienes tus deseos24hasta que se cumpla lo consignado en otro lugar: Me saciaré cuando se manifieste tu gloria25. Por tanto, bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia; hambre no de este pan terreno; sed, no de esta agua terrena, no de este vino de la tierra, sino de justicia, porque ellos serán saciados26.

Referencias:

1 Lc 11,10; Cf Mt 7,8
2 Cf Lc 11,5-8
3 Lc 12,15
4 Cf Mt 4,20; Mc 1,18
5 Cf Lc 21,1-4
6 Lc 21,1; Mc 12,41
7 Lc 19,2
8 Cf Lc 19,1-10
9 Mt 9,9
10 Cf Lc 5,27
11 Lc 19,8
12 Mt 10,42
13 Lc 2,14
14 Lc 11,9-10; Mt 7,8
15 Cf Hch 9,1-19; 22,25-16; 26,9-18
16 Ga 2,20
17 Lc 2,14
18 Cf Lc 11,11-12
19 Lc 11,13
20 Lc 11,13
21 Sal 15,5
22 Rm 8,14
23 Rm 8,17
24 Sal 102,5
25 Sal 16,15
26 Mt 5,6

domingo, 27 de agosto de 2017

¿Si soy católico, puedo asistir a "espectáculos" satánicos?

CATÓLICO INSTRUIDO, NO SERÁ CONFUNDIDO

¿Si soy católico, puedo asistir a "espectáculos" satánicos?


Planteémoslo desde la otra perspectiva: Si no fueras católico ¿asistirías a la Santa Misa? Seguramente que no. ¿Recuerdas el primero de los 5 mandamientos de la Santa Madre Iglesia? Hace tiempo nos lo aprendíamos así: "Oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar"; en la actualidad se enseña con más precisión: "Participar" de la Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar; y es que la Misa no sólo se oye, no va uno de espectador, porque no es un espectáculo; sino que es un acto de culto, el mayor de todos, el cual fue instituido por el propio Jesucristo para perpetuar su sacrificio de la Cruz; en la Misa los fieles participamos constituyendo la asamblea que se une a la liturgia del Cielo. No es, pues, simplemente asistir a "oír" o "ver", sino a participar. 

Pues así como en la Santa Misa no permanecemos ajenos al culto que rendimos a Dios Nuestro Señor; en contra parte, asistir a un "espectáculo" satánico, quizá disfrazado de circo, de teatro, de carpa del horror, etc., no nos dejaría ajenos al culto que evidentemente le rinden al enemigo de Dios. No faltará quien crea que esto es una exageración; lamentablemente, como dice el Papa Francisco, a esta generación y a muchas "se les ha hecho creer que el Diablo era un mito, una figura, una idea, la idea del mal; pero el Diablo sí existe y nosotros debemos combatir con él, luchar con las armas de la verdad y la fe". 

La Iglesia Católica siempre ha sostenido la existencia del Demonio. Y así como a nuestros primeros padres los tentó haciéndoles desobedecer a Dios (Gn. 3, 1-5), así como al propio Jesucristo lo tentó (infructuosamente, desde luego) para apartarle de la misión recibida del Padre (Mt 4, 1-11); así también a nosotros sigue tentándonos todo el tiempo, nuestra lucha contra él es un "combate continuo", asegura el Papa. En el Padre Nuestro que Jesús nos enseñó, así lo refiere: "no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal" (Mt 6, 13). En esta petición "el mal" no es algo abstracto, tiene nombre: Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios, de ahí su nombre "Diablo" (diá-bolos) es aquel que se "atraviesa" en el designio de Dios y su obra de Salvación cumplida en Cristo (C.E.C. 2851), el Hijo de Dios que se manifestó, precisamente para deshacer las obras del Diablo" (1Jn 3, 8).

"Al Demonio hay que conocerlo, vencerlo y evitarlo", aseguraba el Padre Gabriele Amorth (q.e.p.d.) quien por varios años fue el exorcista de la Diócesis de Roma. Las posesiones diabólicas existen, en el Evangelio se narra que Jesús y los apóstoles curaban a personas poseídas (Mc. 1, 25ss; y 6, 13); por eso es importante "cerrar puertas y ventanas a Satanás" como ya en una ocasión nos lo ha recomendado el Padre Joel Martínez Mendoza, en esta misma columna, quien también nos dice que el Demonio actúa en dos lugares específicos: nuestra mente y nuestro corazón, ahí nos aniquila. No le demos, pues, oportunidad al enemigo; no acudamos ni por curiosidad, ni por miedo, ni por superstición, ni por ambición, ni por odio, a nada que nos lleve a Satanás; cosas como la ouija, el tarot, la brujería, el espiritismo, la magia (aunque supuestamente sea blanca, pues de todos modos es contraria a la fe católica), los hechizos, la música satánica, los "espectáculos" satánicos, o el culto a pseudo-santos que prometen venganza contra enemigos, etc., no son otra cosa que engaños del Demonio que sólo busca nuestra destrucción y la perdición eterna de nuestra alma. 

En contraparte, pongamos toda nuestra fe en Jesucristo, nuestro Salvador, quien ha venido para que tengamos vida en abundancia (Jn. 10, 10) y ha vencido al mundo (Jn. 16, 33); y confiémonos también bajo el manto protector de nuestra Madre Celestial, sobre quien Satanás jamás tuvo ni tendrá dominio (Gen. 3, 15; Ap. 12, 1-6). Como nos recomienda San Pablo: estemos “ceñidos con el cinturón de la verdad y vistiendo la justicia como coraza” (Ef. 6, 14). ¡Que así sea!

LUBIA ESPERANZA AMADOR. 

sábado, 26 de agosto de 2017

A Kempis - Amado Nervo

A Kempis

Amado Nervo



Ha muchos años que busco el yermo,
ha muchos años que vivo triste,
ha muchos años que estoy enfermo,
¡y es por el libro que tu escribiste!*

¡Oh Kempis, antes de leerte amaba
la luz, las vegas, el mar Océano;
mas tú dijiste que todo acaba,
que todo muere, que todo es vano!

Antes, llevado de mis antojos,
besé los labios que al beso invitan,
las rubias trenzas, los grande ojos,
¡sin acordarme que se marchitan!

Mas como afirman doctores graves,
que tú, maestro, citas y nombras,
que el hombre pasa como las naves,
como las nubes, como las sombras...,

Huyo de todo terreno lazo,
ningún cariño mi mente alegra,
y con tu libro bajo del brazo
voy recorriendo la noche negra...

¡Oh Kempis, Kempis, asceta yermo,
pálido asceta, qué mal me hiciste!
¡Ha muchos años que estoy enfermo,
y es por el libro que tú escribiste!

_________________________________
* El libro al que hace referencia, es la celebre obra de Tomas de Kempis, Imitación de Cristo. Hay actualmente ediciones de la obra.

viernes, 25 de agosto de 2017

Soñador de Dios o el peregrino entusiasta - Ivan Golub

Soñador de Dios o el peregrino entusiasta

(Božji sanjač ili Zanosni hodočasnik)

Ivan Golub

En toda la diversidad del mundo 
En toda la fluidez de los colores 
En todo el crecimiento 
De la vida interior
En toda búsqueda de la luz 
En el latido del corazón 
En todo chirriar de dientes 
En cada tanteo en la oscuridad
En todo lo que soy y no soy 
hay un común denominador 
Foco y centro 
Punto de salida y punto de llegada
Pregunta y respuesta

Ese “Tú” me transforma 
De ciego en la carretera en 
vidente del horizonte 
De arena regada 
llego a ser un punto
De cascada violenta 
llego a ser una gota
De caña al viento 
llego a ser el pilar del templo
De un viajero sin bastón 
llego a ser un peregrino entusiasta
De hombre preocupado por la mañana 
Me torno en canción alegre
De pájaro cuco 
llego a ser la paloma de la paz 
De durmiente intranquilo 
llegó a ser un soñador de Dios 
Eso es suficiente para mí
Tú me bastas 
Tú eres todo, Amén!


Ivan Golub nació en Croacia en 1930. Sacerdote y teólogo, científico, catedrático, poeta y profesor invitado en numerosas universidades de Europa y América. El área y dominio de su reflexión ha sido la antropología filosófica y teológica. Su obra es, como alguno de los estudiosos de la misma han calificado con acierto, una teología poética. Miembro de la Comisión teológica internacional. Obtuvo el Premio internacional Fernando Rielo de poesía mística y religiosa del año 2000. En Salamanca se publicó un excelente libro de ensayos de Golub: ‘El último día de la creación’ (Sígueme, Salamanca, 2003).

Las pinturas son de Miguel Elías profesor de la Universidad de Salamanca, la mayoría de su serie ‘ICTHUS’.

sábado, 12 de agosto de 2017

Santa Elena de la Cruz, emperatriz (18 de agosto)

CATÓLICO INSTRUIDO, NO SERÁ CONFUNDIDO

"Santa Elena de la Cruz, emperatriz" (18 de agosto)


En la historia de la Iglesia muchas mujeres han tenido una participación destacada, tal es el caso de Santa Elena, cuyo nombre significa "antorcha resplandeciente"; era madre del emperador romano Constantino el Grande. Santa Elena nació a mediados del siglo III, probablemente en Bitinia (al noroeste de Asia Menor y al suroeste del mar Negro); era la hermosísima hija de un hotelero, su familia era pagana; se casó con Constancio Cloro, un general muy famoso del ejército romano quien, para llegar a ser emperador, la repudió, llevándose consigo a su hijo Constantino. Pero a la muerte de su padre, Constantino fue proclamado emperador y mandó traer a su palacio a su amada madre, nombrándola Augusta o emperatriz y dándole las facultades y recursos suficientes para realizar sus obras de caridad.


Conmovido profundamente por su victoria obtenida "bajo el signo de la Cruz", en su lucha en el puente Milvio, contra su rival Majencio, Constantino decretó en el año 313 plena libertad para la Iglesia de Cristo, lo que dio fin a los 3 siglos de cruentas persecuciones que a su madre, Santa Elena, le causaban dolor, a pesar de haber nacido en un hogar pagano y es que, como lo describió San Ambrosio (quien vivió poco después de ella), Santa Elena era una mujer muy sencilla, piadosa y de una caridad muy grande; y finalmente abrazó la fe cristiana.

En el año 326, con más de siete décadas de vida, Santa Elena viajó a Jerusalén para dedicarse a buscar la Cruz de Jesús en el sitio donde había estado el Monte Calvario; pues la costumbre judía era enterrar en el lugar de la ejecución de un "malhechor" los instrumentos que sirvieron para darle muerte; pero en ese lugar ya había sido erigido por el emperador Adriano, un templo en honor a Venus; así que Santa Elena mandó derribar el templo y después de muchas excavaciones encontró tres cruces, pero sólo una de ellas conseguía que al acercársele enfermos recobraran instantáneamente la salud, e incluso el hijo de una viuda recobró la vida. Esa cruz fue llevada por Santa Elena, con miles de devotos, en piadosa procesión por las calles de Jerusalén; el propio Obispo de ahí, Macario, fue testigo del hallazgo y lo documentó en un manuscrito guardado actualmente en el Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí, en Tierra Santa. Por eso Santa Elena es representada con una cruz en la mano. Además, hizo dividir la cruz en tres partes: uno de los trozos lo entregó al Obispo Macario, para que lo entronizara en la Iglesia de Jerusalén; el segundo lo envió a la Iglesia de Constantinopla y el tercero a Roma, actualmente se conserva en la Basílica que, por tal motivo, se llama de "La Santa Cruz de Jerusalén", que por cierto es el mayor santuario con reliquias de la Pasión, y fue construido precisamente en el lugar donde estuvo el palacio de Santa Elena. 

A ella también se le atribuye la construcción de templos en  la Cueva de Belén, el Monte Calvario, y el Monte de los Olivos; por ello se le considera la gran arqueóloga de los lugares santos. Permaneció largo tiempo en Palestina, cuando murió, su hijo Constantino dispuso trasladar sus restos a Roma y parte de ellos se conservan en la Basílica de Santa María en Aracoeli. Qué gran mérito el suyo, buscar y encontrar no cualquier reliquia, sino el instrumento que constituye el símbolo de los cristianos: "la Santa Cruz", sobre la cual Nuestro Salvador "canceló el acta de condenación que nos era contraria" (Col 2, 14). Que Santa Elena interceda por todos los cristianos perseguidos, para que alcancen la libertad de culto; y por las madres de familia, para que sepamos transmitir la fe a nuestros hijos y ser, más que las cuidadoras de su desarrollo, las custodias de su salvación. ¡Que así sea!

LUBIA ESPERANZA AMADOR

Benedicto XVI, sobre los tres Arcángeles

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON LA ORDENACIÓN EPISCOPAL DE SEIS PRESBÍTEROS HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI Basílica de San Pedro ...