jueves, 28 de septiembre de 2017

Benedicto XVI, sobre los tres Arcángeles

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON LA ORDENACIÓN EPISCOPAL DE SEIS PRESBÍTEROS

HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Basílica de San Pedro
Sábado 29 de septiembre de 2007

Queridos hermanos y hermanas:

     Nos encontramos reunidos en torno al altar del Señor para una circunstancia solemne y alegre al mismo tiempo: la ordenación episcopal de seis nuevos obispos, llamados a desempeñar diversas misiones al servicio de la única Iglesia de Cristo. Son mons. Mieczyslaw Mokrzycki, mons. Francesco Brugnaro, mons. Gianfranco Ravasi, mons. Tommaso Caputo, mons. Sergio Pagano y mons. Vincenzo Di Mauro. A todos dirijo mi cordial saludo, con un abrazo fraterno.

     Saludo en particular a mons. Mokrzycki, que, juntamente con el actual cardenal Stanislaw Dziwisz, durante muchos años estuvo al servicio del Santo Padre Juan Pablo II como secretario y luego, después de mi elección como Sucesor de Pedro, también me ha ayudado a mí como secretario con gran humildad, competencia y dedicación.

     Saludo, asimismo, al amigo del Papa Juan Pablo II, cardenal Marian Jaworski, con quien mons. Mokrzycki colaborará como coadjutor. Saludo también a los obispos latinos de Ucrania, que están aquí en Roma para su visita "ad limina Apostolorum". Mi pensamiento se dirige, además, a los obispos grecocatólicos, con algunos de los cuales me encontré el lunes pasado, y a la Iglesia ortodoxa de Ucrania. A todos les deseo las bendiciones del cielo para sus esfuerzos encaminados a mantener operante en su tierra y a transmitir a las futuras generaciones la fuerza sanadora y fortalecedora del Evangelio de Cristo.

     Celebramos esta ordenación episcopal en la fiesta de los tres Arcángeles que la sagrada Escritura menciona por su propio nombre: Miguel, Gabriel y Rafael. Esto nos trae a la mente que en la Iglesia antigua, ya en el Apocalipsis, a los obispos se les llamaba "ángeles" de su Iglesia, expresando así una íntima correspondencia entre el ministerio del obispo y la misión del ángel.

     A partir de la tarea del ángel se puede comprender el servicio del obispo. Pero, ¿qué es un ángel? La sagrada Escritura y la tradición de la Iglesia nos hacen descubrir dos aspectos. Por una parte, el ángel es una criatura que está en la presencia de Dios, orientada con todo su ser hacia Dios. Los tres nombres de los Arcángeles acaban con la palabra "El", que significa "Dios". Dios está inscrito en sus nombres, en su naturaleza.

     Su verdadera naturaleza es estar en él y para él.

     Precisamente así se explica también el segundo aspecto que caracteriza a los ángeles: son mensajeros de Dios. Llevan a Dios a los hombres, abren el cielo y así abren la tierra. Precisamente porque están en la presencia de Dios, pueden estar también muy cerca del hombre. En efecto, Dios es más íntimo a cada uno de nosotros de lo que somos nosotros mismos.

     Los ángeles hablan al hombre de lo que constituye su verdadero ser, de lo que en su vida con mucha frecuencia está encubierto y sepultado. Lo invitan a volver a entrar en sí mismo, tocándolo de parte de Dios. En este sentido, también nosotros, los seres humanos, deberíamos convertirnos continuamente en ángeles los unos para los otros, ángeles que nos apartan de los caminos equivocados y nos orientan siempre de nuevo hacia Dios.

     Cuando la Iglesia antigua llama a los obispos "ángeles" de su Iglesia, quiere decir precisamente que los obispos mismos deben ser hombres de Dios, deben vivir orientados hacia Dios. "Multum orat pro populo", "Ora mucho por el pueblo", dice el Breviario de la Iglesia a propósito de los obispos santos. El obispo debe ser un orante, uno que intercede por los hombres ante Dios. Cuanto más lo hace, tanto más comprende también a las personas que le han sido encomendadas y puede convertirse para ellas en un ángel, un mensajero de Dios, que les ayuda a encontrar su verdadera naturaleza, a encontrarse a sí mismas, y a vivir la idea que Dios tiene de ellas.

     Todo esto resulta aún más claro si contemplamos las figuras de los tres Arcángeles cuya fiesta celebra hoy la Iglesia. Ante todo, san Miguel. En la sagrada Escritura lo encontramos sobre todo en el libro de Daniel, en la carta del apóstol san Judas Tadeo y en el Apocalipsis. En esos textos se ponen de manifiesto dos funciones de este Arcángel. Defiende la causa de la unicidad de Dios contra la presunción del dragón, de la "serpiente antigua", como dice san Juan. La serpiente intenta continuamente hacer creer a los hombres que Dios debe desaparecer, para que ellos puedan llegar a ser grandes; que Dios obstaculiza nuestra libertad y que por eso debemos desembarazarnos de él.

     Pero el dragón no sólo acusa a Dios. El Apocalipsis lo llama también "el acusador de nuestros hermanos, el que los acusa día y noche delante de nuestro Dios" (Ap 12, 10). Quien aparta a Dios, no hace grande al hombre, sino que le quita su dignidad. Entonces el hombre se transforma en un producto defectuoso de la evolución. Quien acusa a Dios, acusa también al hombre. La fe en Dios defiende al hombre en todas sus debilidades e insuficiencias: el esplendor de Dios brilla en cada persona.

     El obispo, en cuanto hombre de Dios, tiene por misión hacer espacio a Dios en el mundo contra las negaciones y defender así la grandeza del hombre. Y ¿qué cosa más grande se podría decir y pensar sobre el hombre que el hecho de que Dios mismo se ha hecho hombre?

     La otra función del arcángel Miguel, según la Escritura, es la de protector del pueblo de Dios (cf. Dn 10, 21; 12, 1). Queridos amigos, sed de verdad "ángeles custodios" de las Iglesias que se os encomendarán. Ayudad al pueblo de Dios, al que debéis preceder en su peregrinación, a encontrar la alegría en la fe y a aprender el discernimiento de espíritus: a acoger el bien y rechazar el mal, a seguir siendo y a ser cada vez más, en virtud de la esperanza de la fe, personas que aman en comunión con el Dios-Amor.

     Al Arcángel Gabriel lo encontramos sobre todo en el magnífico relato del anuncio de la encarnación de Dios a María, como nos lo refiere san Lucas (cf. Lc 1, 26-38). Gabriel es el mensajero de la encarnación de Dios. Llama a la puerta de María y, a través de él, Dios mismo pide a María su "sí" a la propuesta de convertirse en la Madre del Redentor: de dar su carne humana al Verbo eterno de Dios, al Hijo de Dios.

     En repetidas ocasiones el Señor llama a las puertas del corazón humano. En el Apocalipsis dice al "ángel" de la Iglesia de Laodicea y, a través de él, a los hombres de todos los tiempos: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3, 20). El Señor está a la puerta, a la puerta del mundo y a la puerta de cada corazón. Llama para que le permitamos entrar: la encarnación de Dios, su hacerse carne, debe continuar hasta el final de los tiempos.

     Todos deben estar reunidos en Cristo en un solo cuerpo: esto nos lo dicen los grandes himnos sobre Cristo en la carta a los Efesios y en la carta a los Colosenses. Cristo llama. También hoy necesita personas que, por decirlo así, le ponen a disposición su carne, le proporcionan la materia del mundo y de su vida, contribuyendo así a la unificación entre Dios y el mundo, a la reconciliación del universo.

     Queridos amigos, vosotros tenéis la misión de llamar en nombre de Cristo a los corazones de los hombres. Entrando vosotros mismos en unión con Cristo, podréis también asumir la función de Gabriel: llevar la llamada de Cristo a los hombres.

     San Rafael se nos presenta, sobre todo en el libro de Tobías, como el ángel a quien está encomendada la misión de curar. Cuando Jesús envía a sus discípulos en misión, además de la tarea de anunciar el Evangelio, les encomienda siempre también la de curar. El buen samaritano, al recoger y curar a la persona herida que yacía a la vera del camino, se convierte sin palabras en un testigo del amor de Dios. Este hombre herido, necesitado de curación, somos todos nosotros. Anunciar el Evangelio significa ya de por sí curar, porque el hombre necesita sobre todo la verdad y el amor.

     El libro de Tobías refiere dos tareas emblemáticas de curación que realiza el Arcángel Rafael. Cura la comunión perturbada entre el hombre y la mujer. Cura su amor. Expulsa los demonios que, siempre de nuevo, desgarran y destruyen su amor. Purifica el clima entre los dos y les da la capacidad de acogerse mutuamente para siempre. El relato de Tobías presenta esta curación con imágenes legendarias.

     En el Nuevo Testamento, el orden del matrimonio, establecido en la creación y amenazado de muchas maneras por el pecado, es curado por el hecho de que Cristo lo acoge en su amor redentor. Cristo hace del matrimonio un sacramento: su amor, al subir por nosotros a la cruz, es la fuerza sanadora que, en todas las confusiones, capacita para la reconciliación, purifica el clima y cura las heridas.

     Al sacerdote está confiada la misión de llevar a los hombres continuamente al encuentro de la fuerza reconciliadora del amor de Cristo. Debe ser el "ángel" sanador que les ayude a fundamentar su amor en el sacramento y a vivirlo con empeño siempre renovado a partir de él.

     En segundo lugar, el libro de Tobías habla de la curación de la ceguera. Todos sabemos que hoy nos amenaza seriamente la ceguera con respecto a Dios. Hoy es muy grande el peligro de que, ante todo lo que sabemos sobre las cosas materiales y lo que con ellas podemos hacer, nos hagamos ciegos con respecto a la luz de Dios.

     Curar esta ceguera mediante el mensaje de la fe y el testimonio del amor es el servicio de Rafael, encomendado cada día al sacerdote y de modo especial al obispo. Así, nos viene espontáneamente también el pensamiento del sacramento de la Reconciliación, del sacramento de la Penitencia, que, en el sentido más profundo de la palabra, es un sacramento de curación. En efecto, la verdadera herida del alma, el motivo de todas nuestras demás heridas, es el pecado. Y sólo podemos ser curados, sólo podemos ser redimidos, si existe un perdón en virtud del poder de Dios, en virtud del poder del amor de Cristo.

     "Permaneced en mi amor", nos dice hoy el Señor en el evangelio (Jn 15, 9). En el momento de la ordenación episcopal lo dice de modo particular a vosotros, queridos amigos. Permaneced en su amor. Permaneced en la amistad con él, llena del amor que él os regala de nuevo en este momento. Entonces vuestra vida dará fruto, un fruto que permanece (cf. Jn 15, 16). Todos oramos en este momento por vosotros, queridos hermanos, para que Dios os conceda este regalo. Amén.

sábado, 23 de septiembre de 2017

¿Los católicos creemos en los Ángeles?

CATÓLICO INSTRUIDO: NO SERÁ CONFUNDIDO

¿Los católicos creemos en los Ángeles?


     El 29 de septiembre celebramos la Fiesta de los Arcángeles, es importante señalar que ciertamente la Iglesia cree y, es más, ha definido como dogma de fe la existencia de los Ángeles, apoyándose tanto en la Revelación (Sagradas Escrituras), como en la unánime Tradición.


     Lo incorrecto es rendir a los Ángeles un culto equivocado, como considerarlos dioses o semidioses, porque no lo son; la palabra ángel significa "mensajero", los Ángeles son espíritus purísimos, personales e inmortales, creados por Dios, los cuales superan en perfección al hombre; ellos están cerca de Dios, alabándolo, obedeciendo sus órdenes y, obviamente, llevando sus mensajes a los seres humanos a quienes, además, nos brindan protección tendiente, principalmente, a que alcancemos nuestra salvación, pero no están para cumplirnos caprichos; por tanto, es erróneo e incompatible con nuestra fe católica, que creamos en las supuestas comunicaciones con los Ángeles para que nos transmitan anuncios cósmicos o hacer conjuros para que nos den poderes mágicos, o consultar el Tarot para recibir su guía, o utilizar fetiches de ángeles, etc.; recordemos que tanto nuestra fe como el "oficio" de los Ángeles es "Cristocéntrico", es decir, Cristo está en el centro de todo, también del que llaman  “mundo de los ángeles”, pues éstos le pertenecen, fueron creados por y para Él (Col. 1, 16); ellos lo rodearon de su adoración y servicio durante toda su vida terrena, desde su Encarnación hasta su Ascensión, y algún día vendrán acompañándole en su Gloria (Mt 25, 31).

     A los Ángeles les rendimos el mismo culto que a los santos, es decir les profesamos "Dulía", palabra que viene del Griego doulia o Latín servitus (esclavo o siervo) y se lo rendimos a los siervos de Dios (Ángeles y Santos); es distinto al culto de Hiperdulía, que viene del latín hiper (superior) y que tributamos únicamente a la Virgen María, por distinguirse entre los demás siervos de Dios, al haber sido elegida para ser la Madre de Jesucristo; y por supuesto, ambos cultos son esencialmente distintos de la Latría (adoración), que rendimos única y exclusivamente a Dios (Éx 20, 3).

     Los Arcángeles son también Ángeles, pero existe una jerarquía basada en los distintos nombres que se encuentran en la Biblia para referirse a ellos. A los  Arcángeles les podríamos llamar los "asistentes de Dios", pues están al servicio directo de Él y cumplen, por así decirlo, "misiones especiales". La Sagrada Escritura menciona que son siete, pero sólo nos revela el nombre de tres de ellos: Miguel, que significa "¿quién como Dios?", a quien también llamamos "Príncipe de los Ejércitos Celestiales", pues es considerado defensor de la Iglesia, así como fue defensor del pueblo de Israel; Gabriel, que su nombre significa "Fuerza de Dios", fue portador de importantes mensajes, pero el más honroso, sin duda, fue anunciar a María Santísima que sería la Madre de Dios; y Rafael, que significa "Dios ha sanado o Medicina de Dios", quien acompañó a Tobías, hijo de Tobit, en un viaje para atender un asunto de su padre anciano, a quien sanó de su ceguera.

     En la reforma litúrgica de la Iglesia (1969), quedó establecido el día 29 de septiembre para dar culto a los Arcángeles San Miguel, San Gabriel y San Rafael, y el día 2 de Octubre para rendir culto a los Ángeles Custodios.

LUBIA ESPERANZA AMADOR

martes, 19 de septiembre de 2017

Sé libre - Ivan Golub

Sé libre 

(Budi slobodan)


Ivan Golub

La lluvia rocía 
El viento mece las copas de árboles
Tú me hablas silencioso como la brisa: 
“Sea libre.
Mi voluntad 
es tu libertad. 
Sea libre 
de todo lazo sedoso 
de las cadenas pesadas 
de trabajos insoportables 
de las personas agresivas
de tu debilidad 
de la malicia ajena 
de la salud y de enfermedad!
Tu libertad 
es mi regalo.
¡Aprecia el regalo!
Yo aprecio tu libertad
mientras corres como un ciervo 
mientras tropiezas como un cachorro
mientras cantas como un pájaro 
mientras lloras como la lluvia 
mientras arrullas como una paloma. 
Mi voluntad 
es tu libertad.
Escucha a Dios en sí.”

La lluvia rocía lo mismo
El viento mece las copas de los árboles
Oigo a Dios en mí




Ivan Golub nació en Croacia en 1930. Sacerdote y teólogo, científico, catedrático, poeta y profesor invitado en numerosas universidades de Europa y América. El área y dominio de su reflexión ha sido la antropología filosófica y teológica. Su obra es, como alguno de los estudiosos de la misma han calificado con acierto, una teología poética. Miembro de la Comisión teológica internacional. Obtuvo el Premio internacional Fernando Rielo de poesía mística y religiosa del año 2000. En Salamanca se publicó un excelente libro de ensayos de Golub: ‘El último día de la creación’ (Sígueme, Salamanca, 2003).

Las pinturas son de Miguel Elías profesor de la Universidad de Salamanca, la mayoría de su serie ‘ICTHUS’.


sábado, 16 de septiembre de 2017

Padre Elpidio Santiago Chávez, más de medio siglo sirviendo a Dios

ESTOS SON NUESTROS PASTORES:

Padre Elpidio Santiago Chávez, más de medio siglo sirviendo a Dios


Nació el 23 de octubre de 1934, en Ocotlán de Morelos, Oaxaca; es el menor de los 8 hijos del matrimonio formado por los señores Elpidia Chávez Vásquez (+), de ocupación costurera y comerciante, e Irineo Santiago Grijalva (+), de ocupación albañil y a cuyo talento para la escultura se deben las efigies de angelitos que aún podemos apreciar en el Templo de San Antonino Castillo Velasco.

Educado en un hogar católico, sobre todo por la sólida formación en la fe de su mamá, el Padre Elpidio descubrió a muy temprana edad su vocación al sacerdocio, junto a su amigo y vecino Vidal Esperanza (+), con quien estudiaba en la primaria Morelos de Ocotlán y aprovechaban los ratos libres para ir al majestuoso templo dominico a orar al santo que cada uno había elegido. Emigró a la Ciudad de México, donde cursó la secundaria; luego retornó a Oaxaca y realizó el resto de sus estudios en el Seminario Pontificio de la Santa Cruz. En julio de 1966 fue Ordenado Sacerdote por Mons. Fortino Gómez León, en la Catedral Oaxaqueña, junto a dos compañeros (Maximiliano y Miguel R.). Su Cantamisa fue en Santo Domingo Ocotlán, cuando fungía como Párroco el alegre Padre Cipriano Olivera, oriundo de Talea de Castro.

Su servicio pastoral lo inició como Vicario del Padre Martín, en Pinotepa Nacional, donde después fue Párroco; también lo fue en Sola de Vega, Zimatlán y San Antonino Castillo Velasco. Ha sido también formador de sacerdotes, primero en el Seminario Regional del Sureste (Seresure), que se ubicaba en Tehuacán, Puebla, donde fue cofundador; después como rector del Seminario Pontificio de la Santa Cruz. Han sido muchas las experiencias satisfactorias que el Sacerdocio le ha dado, desde su Ordenación; recuerda también con cariño aquella multitudinaria despedida que le dieron los feligreses en Pinotepa Nacional. Tanto sus Bodas de Plata Sacerdotales, como las de Oro, las celebró prescindiendo de fiestas sociales, pues la Fiesta de fiestas fue celebrar la Santa Misa. Amante de las Bellas Artes, sobre todo del Teatro, en el Seresure, con la colaboración de los alumnos, montó una obra de Teatro llamada "Asesinato en Catedral", la cual tuvo tal éxito que salió de gira por algunas Parroquias tanto de Puebla como de Oaxaca.

Tiene especial devoción por Nuestra Señora de la Soledad, después de su Cantamisa fue a su Basílica Menor, aquí en Oaxaca, a celebrar la Misa y luego ofició otra en el Santuario de Guadalupe; pues no concibe su Sacerdocio sin la guía y protección de nuestra Madre Santísima. El mayor reto como Sacerdote ha sido dar testimonio, pues considera que son los Presbíteros los principales promotores de las vocaciones sacerdotales, a través del testimonio diario; y por eso les recomienda a las nuevas generaciones que amen su sacerdocio, que no descuiden la oración y que no se sientan solos, porque nunca lo están, pues Cristo, quien los ha llamado, siempre está con ellos y con todos nosotros. Desea dejar en los fieles el legado de la fe y el amor a Jesús, un amor transformador que haga morir nuestro "yo", para que sea Cristo quien viva en nosotros.

Con sencillez, discreción y total entrega, el Padre Elpidio Santiago Chávez lleva ya más de medio siglo al servicio de Cristo. Dios siga bendiciéndole y María Santísima siga cubriéndole con su manto santo. ¡Que así sea!

LUBIA ESPERANZA AMADOR.

viernes, 15 de septiembre de 2017

La Madre estaba junto a la cruz

De los Sermones de san Bernardo, abad
(Sermón en el domingo infraoctava de la Asunción, 14-15: Opera omnia, edición cisterciense, 5 [1968], 273-274)

LA MADRE ESTABA JUNTO A LA CRUZ


El martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de la pasión del Señor. Éste -dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús- está predestinado por Dios para ser signo de contradicción; tu misma alma -añade, dirigiéndose a María- quedará atravesada por una espada.

En verdad, Madre santa, atravesó tu alma una espada. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. En efecto, después que aquel Jesús -que es de todos, pero que es tuyo de un modo especialísimo- hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.

¿Por ventura no fueron peores que una espada aquellas palabras que atravesaron verdaderamente tu alma y penetraron hasta la separación del alma y del espíritu: Mujer, ahí tienes a tu hijo? ¡Vaya cambio! Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús, al siervo en sustitución del Señor, al discípulo en lugar del Maestro, al hijo de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, a un simple hombre en sustitución del Dios verdadero. ¿Cómo no habían de atravesar tu alma, tan sensible, estas palabras, cuando aun nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte con sólo recordarlas? 

No os admiréis, hermanos, de que María sea llamada mártir en el alma. Que se admire el que no recuerde haber oído cómo Pablo pone entre las peores culpas de los gentiles el carecer de piedad. Nada más lejos de las entrañas de María, y nada más lejos debe estar de sus humildes servidores. 

Pero quizá alguien dirá: «¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?» Sí, y con toda certeza. «¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?» Sí, y con toda seguridad. «¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?» Sí, y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María? Éste murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón? Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante.

RESPONSORIO    Lc 23, 33; Jn 19, 25; cf. Lc 2, 35

R. Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron ahí a Jesús. * Estaba su madre junto a la cruz. 
V. Entonces quedó su alma atravesada por una espada de dolor. 
R. Estaba su madre junto a la cruz.

OREMOS,
Dios nuestro, que quisiste que la Madre de tu Hijo estuviera a su lado junto a la cruz, participando en sus sufrimientos, concede a tu Iglesia que, asociada con María a la pasión de Cristo, merezca también participar en su gloriosa resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

domingo, 10 de septiembre de 2017

Nuestra Señora de los Dolores: La Patrona de nuestra Independencia

CATÓLICO INSTRUIDO, NO SERÁ CONFUNDIDO

Nuestra Señora de los Dolores: 
La Patrona de nuestra Independencia

EL 15 de septiembre conmemoramos a María Santísima, en su advocación de "Nuestra Señora de los Dolores". Esta devoción, que data del siglo XIII, se desarrolló por revelaciones privadas hechas a Santa Brígida de Suecia, a quien nuestra Madre Celestial le pidió que miremos su dolor y le imitemos en cuanto podamos; y le prometió que concedería siete gracias a aquellas almas que la honren y acompañen diariamente rezando siete Avemarías, mientras meditan en sus lágrimas y dolores. Por otra parte, de acuerdo con el testimonio de San Alfonso María de Ligorio, Nuestro Señor reveló a Santa Isabel de Hungría que concedería gracias especiales a los devotos de los dolores de su Santísima Madre.

Son siete los dolores de María propuestos para meditar y compartir con Ella: La profecía de Simeón (Lucas 2,22-35), la huida a Egipto (Mateo 2,13-15), cuando el Niño se les perdió en Jerusalén y lo hallaron en el Templo (Lucas 2,41 -50), cuando María se encuentra con Jesús camino al Calvario (uniéndola a las mujeres de Jerusalén con las que Cristo se encuentra, Lc 23, 26-27); cuando Jesús muere en la Cruz (Juan 19,17-30), cuando María recibe el Cuerpo de su Hijo al ser bajado de la Cruz (Marcos 15, 42-46), y finalmente cuando Jesús es colocado en el Sepulcro (Juan 19, 38-42).

Por su relación con la Crucifixión de Cristo, inicialmente se conmemoraba en torno a la Semana Santa, especialmente el viernes anterior, denominado por tanto "Viernes de Dolores". Sin embargo, San Pío X, con el fin de preservar la centralidad cristiana del Tiempo Cuaresmal y del Triduo Pascual, trasladó esta memoria mariana al día 15 de septiembre, pues un día antes celebramos la Exaltación de la Santa Cruz. La Virgen de los Dolores, conocida también como "de la Piedad", "de las Angustias", "de la Soledad", etc., cuenta con gran número de devotos en muchas partes del Mundo; México no es la excepción, de hecho deberíamos considerarla la Patrona de Nuestra Independencia Nacional, pues narra la historia que el Sacerdote Don Miguel Hidalgo y Costilla, realizó el "Grito de Independencia", precisamente la noche del 15 de septiembre de 1810, aprovechando la convocatoria con motivo de la fiesta patronal de la Parroquia de Dolores (actualmente Dolores Hidalgo, Guanajuato); ahí, con el grito de dolor de un pueblo que sufría la opresión de un mal gobierno, se inició la lucha por nuestra Independencia Nacional, bajo la protección de la Virgen de Guadalupe, cuya imagen constituye nuestro primer estandarte nacional.

Bien dice el Papa Francisco que esta tierra está bendecida de manera especial, pues en ella nuestra Madre Celestial se apareció en 1531 y quiso tener una "casita" desde dónde brindarnos su bendición; es tan evidente que estamos bajo su protección maternal, pues un terremoto de la magnitud del que vivimos en México el pasado jueves 7 de septiembre, pudo haber tenido consecuencias mayores. Gracias mamita María porque es evidente que ruegas por nosotros a tu Hijo, a quien "hasta el viento y el mar le obedecen" (Marcos 4, 41).

Que Dios reciba en su Gloria el alma de nuestros hermanos fallecidos y conceda consuelo y fortaleza a su familia; oramos también por todas las víctimas de los desastres naturales que ha habido recientemente en México y otros países de América; les recordamos que en la Vicaría de Pastoral, ubicada en Alcalá 801, Centro, hay un centro de acopio para la ayuda material para nuestros hermanos damnificados por el terremoto y las lluvias en Oaxaca y Chiapas. Toquémonos el corazón para ayudar al prójimo y pidamos a Dios que sigamos cobijados por su infinita misericordia y por el manto santo de nuestra Señora de Guadalupe, Reina de México y Emperatriz de América. ¡Que así sea!

 LUBIA ESPERANZA AMADOR.

martes, 5 de septiembre de 2017

Cuando nace la Aurora es porque ya viene el Sol

CATÓLICO INSTRUIDO, NO SERÁ CONFUNDIDO

"Cuando nace la Aurora es porque ya viene el Sol"


El 8 de septiembre celebramos la Natividad de María Santísima, justo nueve meses después de la Solemnidad de su Inmaculada Concepción (8 de diciembre). La Fiesta de la Natividad de la Madre de Dios surgió en Oriente desde el siglo VI, según consta en los himnos compuestos en su honor por personajes como San Romano, el gran lírico eclesiástico de la Iglesia Griega, quien le compuso un himno que resulta ser un hermoso bosquejo poético del evangelio apócrifo de Santiago (de donde provienen los mayores datos acerca del nacimiento de la Virgen). Esta celebración fue fijada para el ocho de septiembre, marcando el inicio del Año Litúrgico Bizantino, el cual se cierra en agosto con la Dormición de María (cuando fue llevada al Cielo en cuerpo y alma). Pero en Occidente fue instituida en el siglo VII, por el Papa Sergio I, y se celebraba con una procesión en la que se recitaban letanías a María y concluía en la Basílica de Santa María la Mayor. El Papa Pío X le concedió la categoría de Fiesta. 

El Nuevo Testamento no habla mucho sobre la vida de la Virgen María, pero la Tradición sí; por ella sabemos que su nacimiento ocurrió muy probablemente en Jerusalén, en donde se sabe que su padre, San Joaquín, era propietario de rebaños de ovejas que servían para los sacrificios del templo; por eso, entre los siglos V y VI, se edificó un templo en donde se tenía conocimiento de que había estado ubicada la casa que vio nacer a la Virgen María; y ese templo, con el paso de los siglos se convirtió en el Templo de Santa Ana, su madre.   

Además de la Tradición, existe un rico Magisterio sobre la Santísima Virgen María. San Juan Damasceno decía: "Tenemos razones muy válidas para honrar el nacimiento de la Madre de Dios, por medio de la cual todo el género humano ha sido restaurado y la tristeza de la primera madre, Eva, se ha transformado en gozo... De Ella y por medio de Ella, Dios, que está por encima de todo cuanto existe, se hace presente en el mundo corporalmente". San Juan Pablo II nos decía que "Nadie puede referirse al origen de Jesús, sin reconocer el papel de la Mujer que lo engendró en el Espíritu, según la naturaleza humana; su función materna afecta también al nacimiento y al desarrollo de la Iglesia”. 

El Papa Francisco nos recuerda que Jesús es el Sol y María la Aurora que anuncia su Nacimiento; toda la existencia de María, asegura, es un himno a la vida, un himno de amor a la vida: ha generado a Jesús en la carne y ha acompañado el nacimiento de la Iglesia en el Calvario y en el Cenáculo; es la Mamá que nos dona la salud en el crecimiento, para afrontar y superar los problemas, la salud que nos hace libres para las opciones definitivas; sólo Ella puede donarnos la salud para ser siempre signos e instrumentos de vida.

La Virgen María es "bendita entre las mujeres” (Lc 1,42) y entre todas las demás creaturas; pues ha merecido llevar en su vientre virginal a Jesús, y por eso “todas las generaciones la llamaremos Bienaventurada” (Lc 1, 48); y celebramos con júbilo su nacimiento, porque constituye la "Aurora" de nuestra Salvación en Cristo Jesús, como nos lo dice un himno de esta fiesta: Hoy nace una clara Estrella, tan divina y celestial, que, con ser estrella, es tal, que el mismo Sol nace de Ella. Con cuánta razón Lope de Vega le escribió un poema diciendo: "Vete sembrando, Señora, de paz nuestro corazón; y ensayemos, desde ahora, para cuando nazca Dios". ¡Que así sea!

LUBIA ESPERANZA AMADOR.

lunes, 28 de agosto de 2017

La oración (Lc 11,9ss) - San Agustín (Sermón 105 A)

San Agustín, Sermón 105 A (=Lambot 1)

La oración (Lc 11,9ss)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

1. El santo Evangelio que hemos escuchado cuando se leyó nos exhorta a orar. Nos infunde la gran esperanza de que nadie que pide, busca y llama con confianza, se aleja del Señor con las manos vacías. En efecto, no dijo que algunos pedirían y recibirían, sino Todo el que pide recibirá y el que busca hallará y al que llama se le abrirá1.

Pero propuso una semejanza instructiva por contraste. Si un amigo se dirige a otro amigo y le pide tres panes porque ha llegado a su casa un huésped, y esto a una hora en la que es molesto levantarse de la cama para dárselos, y el otro le responde que no puede complacerle porque ya está en el lecho y con él sus criados; si, no obstante, el amigo no deja de pedírselos, Os digo —indica— que, no por la amistad, sino por el fastidio que le causa, se levantará y le dará todo lo que necesite2. Ahora bien, si no se niega a dar quien es vencido por el hastío, ¿cómo va a negar algo quien te exhorta a pedir? Con esta finalidad se adujo la semejanza. Si no niega los tres panes al que se los pide en cuanto amigo, y se los da no por la amistad, sino por no soportar que le moleste, Dios, que es Trinidad, ¿no se nos dará a Sí mismo si lo pedimos? No creo que el amigo diese a su amigo tres panes distintos: uno de trigo blanco, otro de escanda y otro de cebada.

Por tanto, dado que Jesucristo, Dios, Hijo unigénito de Dios, al exhortarnos a orar nos infundió gran confianza de alcanzar lo que pedimos, nos conviene saber qué debemos pedir. Pues ¿quién no pide algo a Dios? Pero hay que mirar qué se pide. Quien ha de dar está dispuesto a dar, pero hay que orientar al que pide.

Te levantas y pides a Dios que te otorgue riquezas. ¿Deben los hijos de Dios pedir eso a Dios, como si se tratase de un gran bien? Si Dios mismo quiso dar riquezas incluso a hombres pésimos fue precisamente para que los hijos no las pidan a su Padre, como si fueran un gran bien. En cierto modo Dios nos habla por sus obras y nos dice: «¿Por qué me pedís riquezas?». ¿Es eso todo lo que os voy a dar como bien extraordinario? Advertid a quiénes las he dado y avergonzaos de pedirlas. Pide el fiel lo que tiene el histrión. Pide también la matrona cristiana lo que tiene la meretriz. No pidáis eso en vuestras oraciones. Que él os dé riquezas, si quiere y, si no, no os las dé. Conviene que demos fe a quien nos dice: Pues la vida del hombre no radica en la abundancia3. ¿Por qué? A muchos les han sido perjudiciales las riquezas. Es más, ignoro si puede encontrarse alguna persona a la que hayan aprovechado. Tal vez hallemos a alguna a la que no hayan perjudicado.

Ignoro —repito— si puede encontrarse alguna persona a la que hayan aprovechado. Quizá diga alguien: «Entonces, ¿no fueron de provecho las riquezas a quien usó bien de ellas alimentando a los hambrientos, vistiendo a los desnudos, hospedando a los forasteros, redimiendo a los cautivos?». Todo el que obra así, lo hace para que no le perjudiquen sus riquezas. ¿Qué sucedería si no poseyese esas riquezas con las que hace misericordia, siendo tal que estuviese dispuesto a hacerla, si se hallase en posesión de ellas? Dios no se fija en las riquezas por abundantes que sean, sino en las voluntades rebosantes de amor. ¿Acaso eran ricos los apóstoles? Abandonaron solamente unas redes y una barquichuela y siguieron al Señor4. Mucho abandonó quien abandona toda esperanza mundana, como la viuda que depositó dos céntimos en el cepillo del templo5. Nadie —dijo el Señor— dio más que ella; a pesar de que muchos ofrecieron gran cantidad de dinero porque eran ricos, ninguno donó tanto como ella en ofrenda a Dios, es decir, en el cepillo del templo. Muchos ricos echaban en abundancia, y él los contemplaba6pero no porque echaban mucho. Esta mujer entró en el templo con solo dos céntimos. ¿Quién se dignó poner al menos los ojos en ella? La vio el que no mira la mano llena sino el corazón. Él se fijó en ella e hizo que otros se fijasen también; haciendo que se fijasen en ella, dijo que nadie había dado tanto como ella. En efecto, nadie dio tanto como la que no reservó nada para sí.

Por ello, si tienes poco, poco darás; si tienes más, darás más. Ahora bien, ¿acaso, por dar poco al tener poco, tendrás menos, o recibirás menos porque diste menos? Si se examinan las cosas que se dan, unas son grandes, otras son pequeñas; unas copiosas, otras escasas. Pero si se escudriñan los corazones de quienes dan, con frecuencia hallarás en quienes dan mucho un corazón tacaño, y en quienes dan poco, un corazón generoso. Efectivamente, te fijas en lo mucho que uno da y no en cuánto se reservó para sí ese que tanto dio, ni en cuánto en definitiva dio, ni en cuántos bienes ajenos robó quien de lo robado da algo a los pobres, como queriendo corromper con ello al juez divino.

Lo que consigues con tu donación es que no te perjudiquen tus riquezas, no que te aprovechen. Porque, incluso si fueras pobre ydesde tu pobreza dieses aunque fuera poco, se te imputaría tanto como al rico que da en abundancia, o quizá más, como a aquella mujer.

Pensemos, pues, que el reino de los cielos está en venta a precio de limosnas. Se nos ofrece la posibilidad de comprar una finca fértil y riquísima; una finca que, una vez adquirida y poseída, ni siquiera por la muerte dejaremos a quienes nos sucedan, sino que la disfrutaremos por siempre; no la abandonaremos ya y jamás emigraremos de ella. ¡Magnífica posesión que vale la pena comprar! Solo te queda preguntar por su precio, por si acaso no tienes con qué pagar y, aunque desees adquirirla, no puedas comprarla. Para que no pienses que no está a tu alcance, te indico su precio: vale tanto cuanto tienes. Para tu alegría, supuesto que no seas envidioso, añadiré todavía más: cuando Dios te haya otorgado la posesión de esa finca que debes comprar, no excluyes a otro comprador. La compraron los patriarcas, ¿acaso excluyeron de su compra a los santos profetas? La compraron los profetas, ¿por ventura no permitieron comprarla a los apóstoles? La compraron los apóstoles y a ellos se les sumaron como compradores también los mártires. En fin, tantos son los que la han comprado y aún está en venta.

Veamos, pues, si la pudieron comprar los ricos y no los pobres. Examinemos los casos más recientes, dejando de lado a los antiguos compradores. La compró Zaqueo, jefe de los publicanos7 que había adquirido grandes riquezas, dando la mitad de ellas a los pobres8. Se les llamaba publicanos no en cuanto hombres públicos, sino porque recaudaban los impuestos. Así nos lo expone el santo Evangelio con ocasión de la llamada a la condición de apóstol a uno del cual está escrito: Vio sentado a la mesa de recaudación a cierto hombre llamado Mateo9. De este hombre, llamado cuando estaba en la mesa de recaudación de impuestos, se indica el nombre en otro pasaje: Mateo el publicano10. Así, pues, este Zaqueo, luego que entró en su casa el Señor, al que acogió de la forma más inesperada —tenía gran deseo de verlo; pero, como era de baja estatura, no le era posible lograrlo en medio de la multitud; subió a un árbol y desde allí lo vio pasar; para ver al que por él iba a pender de un madero, él mismo se subió a un madero—; así, pues, una vez que el Señor entró en su casa, lleno de gozo puesto que antes había entrado ya en su corazón, dijo: Doy la mitad de mis bienes. Pero se reservó mucho para sí. Advierte la razón por la que se había reservado la otra mitad: Y si he defraudado a alguien —dijo— le devolveré cuatro veces más11. Se reservó muchas riquezas, no para retenerlas, sino para restituir lo robado. Gran comprador, dio mucho. El que poco antes era rico, de repente se hace pobre. ¿Acaso porque él la compró a tan gran precio, no la compró igualmente el pobre Pedro con las redes y la barquichuela? El precio exigido a cada uno era lo que cada uno tenía. Después de estos, también la compró la viuda. Pagó dos céntimos y la compró. ¿Hay algo de menos valor? Sí, lo hay. Descubro un precio inferior a esos dos céntimos con que es posible adquirir tan gran posesión. Escucha al vendedor mismo, el Señor Jesucristo: Si alguno —dice— da un vaso de agua fría a uno de los míos más pequeños, en verdad os digo que no perderá su recompensa12. ¿Hay cosa de menos valor que un vaso de agua, y esta fría, para no verse obligado uno a comprar leña? No sé si a vuestro juicio puede encontrarse un precio inferior a este. Y, sin embargo, existe. Uno no posee lo que Pedro, ni mucho menos lo que Zaqueo, y ni siquiera halla dos céntimos. ¿Carece en el momento oportuno del agua fría? Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad13. No discutamos más sobre la variedad de precios. Si entendemos y pensamos conforme a la verdad, el precio de esa posesión es la buena voluntad. Con ella compró Pedro, con ella Zaqueo, con ella la viuda y con ella quien dio el vaso de agua fría. Solo con ella se compra, si no se tiene otra cosa fuera de ella.

2. ¿Por qué he dicho esto? ¿Qué me había propuesto? Indicaros que, del pasaje evangélico en que el Señor nos dio una gran esperanza al decir: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abrirá14, debemos aprender qué hemos de pedir. Al habérsenos dado una gran esperanza, debemos saber qué tenemos que pedir. De ahí procede el amonestaros a que cuando oréis no pidáis, ni busquéis, ni llaméis a la puerta por riquezas, como si fueran un gran bien. Quien llama desea entrar. La puerta de entrada es estrecha. ¿Por qué vas cargado con tanto equipaje? Debes, pues, enviarlo delante de ti para poder entrar con facilidad, aligerado de peso, por la puerta estrecha. No pidáis al Señor riquezas como si se tratase de un bien extraordinario. ¿Por qué temes tener poco y no poder comprar tal posesión? ¿No te he dicho que su valor es igual a lo que tú tienes? E incluso si no tuvieras nada, tú serás su precio; en efecto, aunque tengas mucho, no la compras si no te das también tú mismo por ella.

Quizá me repliquéis: «Entonces, ¿qué debemos pedir a Dios? No pidáis tampoco la muerte de vuestros enemigos. Es una petición malvada. Ignoro si serás oído para tu bien cuando te alegras por la muerte de un enemigo. Pues ¿quién no ha de morir? ¿Quién sabe cuándo ha de morir? Te alegras de la muerte de otro. ¿Cómo sabes que no vas a expirar tú también mientras te alegras de ello? Aprende a orar como enemigo de ti mismo; mueran las enemistades mismas. Tu enemigo es un hombre. Hay dos nombres: hombre y enemigo. Viva el hombre, muera el enemigo. ¿No recuerdas cómo Cristo el Señor, con la sola voz desde el cielo, hirió, tiró por tierra y dio muerte a su enemigo Saulo, acérrimo perseguidor de sus miembros?15 No hay duda de que le dio muerte, pues murió como perseguidor y se levantó convertido en predicador. Murió; si no me crees a mí, pregúntaselo a él. Escúchale y léele. Oye su voz en una carta suya: Vivo, pero ya no soy yo quien vive. Vivo —dice—, pero no yo. Luego él murió. ¿Y cómo hablaba? Vive en mí Cristo16. En la medida de tus fuerzas ruega, pues, que muera tu enemigo, pero considera en qué forma. Si muere sin que su alma abandone el cuerpo, tan solo perdiste un enemigo y a la vez conseguiste un amigo. Por tanto, no oréis ni pidáis a Dios la muerte física de vuestros enemigos.

Dirás tú, ¿qué hemos de pedir? ¿Cargos mundanos? Son humo que se esfuma. Estabas más seguro en un puesto humilde. ¿Te dispones a correr riesgos en un cargo elevado? Es cierto que los cargos públicos, como las riquezas, solamente los otorga Dios. Mas, para que despreciaseis las riquezas, llamó vuestra atención sobre las personas a que se otorgan: las otorga a los buenos para que no pienses que son algo malo; las otorga también a los malos para que no creas que son un gran bien. Lo mismo pasa con los cargos públicos: los reciben los dignos, pero también los indignos, para que no los tengan en gran estima los dignos.

Dinos, entonces, ya —insistes— qué tenemos que pedir. No os voy a haceros pasar por muchos acertijos, puesto que he mencionado el testimonio evangélico: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad17. Pedid la buena voluntad misma. ¿Acaso os hacen buenos las riquezas, los cargos públicos y otras cosas similares? Aunque son bienes, son los inferiores, de los que usan bien los buenos y mal los malos. La buena voluntad te hace bueno. Si esto es así, ¿no te avergüenzas de querer poseer cosas buenas y ser tú malo? Tienes muchos bienes: oro, plata, piedras preciosas, hacienda, servidumbre, rebaños de ganado mayor y menor. Avergüénzate de tus bienes; sé también tú bueno. Pues ¿quién más desdichado que tú si, siendo buena tu quinta, tu túnica, tu oveja y hasta tus sandalias, va a ser mala tu alma?

Aprended, pues, a pedir el bien que, por así decir, os bonifica, esto es, el bien que os hace buenos. Si poseéis bienes de los que usan los buenos, pedid el bien con el que seáis buenos. La buena voluntad os hace buenos. Pues sin duda son bienes, pero no bienes que os hagan buenos. Para que veáis que son bienes, se encuentran entre ellos los que mencionó el Señor: el pan, el pez y el huevo18. Para que sepáis que son bienes, el Señor mismo dijo: Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos19. Sois malos y dais cosas buenas. Pedid ser buenos. Pues por esa razón nos amonestó y dijo: Si vosotros siendo malos: para indicar qué debían pedir, a saber: no ser malos, sino buenos.

Sea él, pues, quien nos enseñe qué debemos pedir. Escuchad sus palabras, las que siguen en el mismo pasaje del Evangelio: Si vosotros —dice— siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, y a pesar de ello vais a seguir siendo malos; por tanto, para no permanecer siendo malos, oíd lo que sigue: ¡Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará el Espíritu bueno a los que se lo pidan!20 ¡He aquí el bien que os hace buenos! Es el buen Espíritu de Dios el que produce en los hombres la buena voluntad. El precio de la posesión que se llama vida eterna es Dios mismo.

¿Qué habrá de más valor para nosotros que la vida eterna? ¿Qué habrá —repito— de más valor, una vez que nuestra posesión sea Dios? ¿O acaso he injuriado a Dios, al decir que él será nuestra posesión? No. Si lo he dicho es porque lo he aprendido. He hallado a un santo varón que en su oración decía: Señor, porción de mi herencia21. Ensancha, ¡oh avaro!, el saco de tu codicia y halla algo mayor, algo de más valor, algo mejor que Dios. ¿Qué no tendrás teniéndole a él? Acumula a tu lado cuanto oro y plata te sea posible; excluye a tus vecinos; poséelo ensanchando tu posesión; llega hasta el confín de la tierra. Adquirida la tierra, añade los mares. Sea tuyo todo lo que ves y también lo que, al estar bajo el agua, no ves. Una vez que tengas todo esto, ¿qué tendrás, si no tienes a Dios? Así, pues, si teniendo a Dios el pobre es rico, y no teniéndolo, el rico es un mendigo, no le pidas otra cosa distinta de él. ¿Y qué no te dará cuando él mismo se da? ¿Y qué te dará, si él mismo no se da? Pedid, pues, el Espíritu bueno. Habite en vosotros y seréis buenos. Pues cuantos son conducidos por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios22. ¿Y cómo sigue? Y si sois hijos de Dios, sois también herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo23.

¿Qué sentido tenía desear las riquezas? Entonces, ¿será pobre el heredero de Dios? Serías rico si fueras el heredero de un opulentísimo senador, y ¿serás pobre, siendo heredero de Dios? ¿Serás pobre, siendo coheredero con Cristo? ¿Serás pobre cuando el Padre mismo sea tu herencia? Pide, pues, el Espíritu bueno, porque el pedir el Espíritu bueno procede del Espíritu bueno mismo. Algo posees ya de este Espíritu cuando lo pides, pues si no poseyeras nada de él, nada de él pedirías. Pero como no tienes cuanto necesitas, lo tienes y lo pides, hasta que se cumpla lo escrito: El que sacia de bienes tus deseos24hasta que se cumpla lo consignado en otro lugar: Me saciaré cuando se manifieste tu gloria25. Por tanto, bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia; hambre no de este pan terreno; sed, no de esta agua terrena, no de este vino de la tierra, sino de justicia, porque ellos serán saciados26.

Referencias:

1 Lc 11,10; Cf Mt 7,8
2 Cf Lc 11,5-8
3 Lc 12,15
4 Cf Mt 4,20; Mc 1,18
5 Cf Lc 21,1-4
6 Lc 21,1; Mc 12,41
7 Lc 19,2
8 Cf Lc 19,1-10
9 Mt 9,9
10 Cf Lc 5,27
11 Lc 19,8
12 Mt 10,42
13 Lc 2,14
14 Lc 11,9-10; Mt 7,8
15 Cf Hch 9,1-19; 22,25-16; 26,9-18
16 Ga 2,20
17 Lc 2,14
18 Cf Lc 11,11-12
19 Lc 11,13
20 Lc 11,13
21 Sal 15,5
22 Rm 8,14
23 Rm 8,17
24 Sal 102,5
25 Sal 16,15
26 Mt 5,6

domingo, 27 de agosto de 2017

¿Si soy católico, puedo asistir a "espectáculos" satánicos?

CATÓLICO INSTRUIDO, NO SERÁ CONFUNDIDO

¿Si soy católico, puedo asistir a "espectáculos" satánicos?


Planteémoslo desde la otra perspectiva: Si no fueras católico ¿asistirías a la Santa Misa? Seguramente que no. ¿Recuerdas el primero de los 5 mandamientos de la Santa Madre Iglesia? Hace tiempo nos lo aprendíamos así: "Oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar"; en la actualidad se enseña con más precisión: "Participar" de la Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar; y es que la Misa no sólo se oye, no va uno de espectador, porque no es un espectáculo; sino que es un acto de culto, el mayor de todos, el cual fue instituido por el propio Jesucristo para perpetuar su sacrificio de la Cruz; en la Misa los fieles participamos constituyendo la asamblea que se une a la liturgia del Cielo. No es, pues, simplemente asistir a "oír" o "ver", sino a participar. 

Pues así como en la Santa Misa no permanecemos ajenos al culto que rendimos a Dios Nuestro Señor; en contra parte, asistir a un "espectáculo" satánico, quizá disfrazado de circo, de teatro, de carpa del horror, etc., no nos dejaría ajenos al culto que evidentemente le rinden al enemigo de Dios. No faltará quien crea que esto es una exageración; lamentablemente, como dice el Papa Francisco, a esta generación y a muchas "se les ha hecho creer que el Diablo era un mito, una figura, una idea, la idea del mal; pero el Diablo sí existe y nosotros debemos combatir con él, luchar con las armas de la verdad y la fe". 

La Iglesia Católica siempre ha sostenido la existencia del Demonio. Y así como a nuestros primeros padres los tentó haciéndoles desobedecer a Dios (Gn. 3, 1-5), así como al propio Jesucristo lo tentó (infructuosamente, desde luego) para apartarle de la misión recibida del Padre (Mt 4, 1-11); así también a nosotros sigue tentándonos todo el tiempo, nuestra lucha contra él es un "combate continuo", asegura el Papa. En el Padre Nuestro que Jesús nos enseñó, así lo refiere: "no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal" (Mt 6, 13). En esta petición "el mal" no es algo abstracto, tiene nombre: Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios, de ahí su nombre "Diablo" (diá-bolos) es aquel que se "atraviesa" en el designio de Dios y su obra de Salvación cumplida en Cristo (C.E.C. 2851), el Hijo de Dios que se manifestó, precisamente para deshacer las obras del Diablo" (1Jn 3, 8).

"Al Demonio hay que conocerlo, vencerlo y evitarlo", aseguraba el Padre Gabriele Amorth (q.e.p.d.) quien por varios años fue el exorcista de la Diócesis de Roma. Las posesiones diabólicas existen, en el Evangelio se narra que Jesús y los apóstoles curaban a personas poseídas (Mc. 1, 25ss; y 6, 13); por eso es importante "cerrar puertas y ventanas a Satanás" como ya en una ocasión nos lo ha recomendado el Padre Joel Martínez Mendoza, en esta misma columna, quien también nos dice que el Demonio actúa en dos lugares específicos: nuestra mente y nuestro corazón, ahí nos aniquila. No le demos, pues, oportunidad al enemigo; no acudamos ni por curiosidad, ni por miedo, ni por superstición, ni por ambición, ni por odio, a nada que nos lleve a Satanás; cosas como la ouija, el tarot, la brujería, el espiritismo, la magia (aunque supuestamente sea blanca, pues de todos modos es contraria a la fe católica), los hechizos, la música satánica, los "espectáculos" satánicos, o el culto a pseudo-santos que prometen venganza contra enemigos, etc., no son otra cosa que engaños del Demonio que sólo busca nuestra destrucción y la perdición eterna de nuestra alma. 

En contraparte, pongamos toda nuestra fe en Jesucristo, nuestro Salvador, quien ha venido para que tengamos vida en abundancia (Jn. 10, 10) y ha vencido al mundo (Jn. 16, 33); y confiémonos también bajo el manto protector de nuestra Madre Celestial, sobre quien Satanás jamás tuvo ni tendrá dominio (Gen. 3, 15; Ap. 12, 1-6). Como nos recomienda San Pablo: estemos “ceñidos con el cinturón de la verdad y vistiendo la justicia como coraza” (Ef. 6, 14). ¡Que así sea!

LUBIA ESPERANZA AMADOR. 

sábado, 26 de agosto de 2017

A Kempis - Amado Nervo

A Kempis

Amado Nervo



Ha muchos años que busco el yermo,
ha muchos años que vivo triste,
ha muchos años que estoy enfermo,
¡y es por el libro que tu escribiste!*

¡Oh Kempis, antes de leerte amaba
la luz, las vegas, el mar Océano;
mas tú dijiste que todo acaba,
que todo muere, que todo es vano!

Antes, llevado de mis antojos,
besé los labios que al beso invitan,
las rubias trenzas, los grande ojos,
¡sin acordarme que se marchitan!

Mas como afirman doctores graves,
que tú, maestro, citas y nombras,
que el hombre pasa como las naves,
como las nubes, como las sombras...,

Huyo de todo terreno lazo,
ningún cariño mi mente alegra,
y con tu libro bajo del brazo
voy recorriendo la noche negra...

¡Oh Kempis, Kempis, asceta yermo,
pálido asceta, qué mal me hiciste!
¡Ha muchos años que estoy enfermo,
y es por el libro que tú escribiste!

_________________________________
* El libro al que hace referencia, es la celebre obra de Tomas de Kempis, Imitación de Cristo. Hay actualmente ediciones de la obra.

Benedicto XVI, sobre los tres Arcángeles

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON LA ORDENACIÓN EPISCOPAL DE SEIS PRESBÍTEROS HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI Basílica de San Pedro ...