lunes, 12 de junio de 2017

La Santísima Trinidad

CATÓLICO INSTRUIDO, NO SERÁ CONFUNDIDO.

"La Santísima Trinidad"


Hoy, el domingo después de Pentecostés, celebramos en nuestra Liturgia la Solemnidad de la Santísima Trinidad, misterio central de nuestra fe, cuyo nombre viene del latín eclesiástico Trinitas: "reunión de tres". 

Nuestra Iglesia expresa su fe trinitaria confesando su existe "un solo verdadero Dios, inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Tres Personas, pero una esencia, una substancia o naturaleza absolutamente simple” (IV Concilio de Letrán). Las tres divinas Personas son un solo Dios porque cada una de ellas es idéntica a la plenitud de la única e indivisible naturaleza divina. Las tres son realmente distintas entre sí, por sus relaciones recíprocas: el Padre engendra al Hijo, el Hijo es engendrado por el Padre, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Inseparables en su única sustancia, las divinas Personas son también inseparables en su obrar: la Trinidad tiene una sola y misma operación. Pero en el único obrar divino, cada Persona se hace presente según el modo que le es propio en la Trinidad.

La Santísima Trinidad es un misterio, pues si bien Dios ha dejado huellas de su ser trinitario en la creación y en el Antiguo Testamento; lo cierto es que la intimidad de su ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón humana e incluso a la fe de Israel, antes de la Encarnación del Hijo de Dios y del envío del Espíritu Santo. Este misterio, que es la fuente de todos los demás misterios, fue revelado por el mismo Jesucristo quien, a través de su propia Persona, de sus palabras y acciones, nos dio a conocer las más profundas verdades acerca de Dios, entre ellas la Santísima Trinidad. Fue Él quien nos enseñó que Dios, siendo uno solo, hay en Él tres Personas iguales, y nos dijo sus nombres (Mt 28, 19). Fue Jesús quien nos reveló que el fin último de toda la economía divina, es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (Jn 17, 21).

"El misterio de la Trinidad es la fuente, el modelo y la meta del misterio de la Iglesia. La comunión de los fieles y de las Iglesias particulares en el Pueblo de Dios, se sustenta en la comunión con la Trinidad" (Lumen Gentium 1; Documento de Aparecida, Brasil, 2007, párrafo 155).

El Papa Francisco nos explica que “Dios es una ‘familia’ de tres Personas que se aman tanto que forman una sola Persona; y esta ‘familia divina’ no está encerrada en sí misma, sino abierta, se comunica a la creación y a la historia y ha entrado en medio de los hombres para llamar a todos a formar parte. El misterio de la Trinidad nos envuelve y nos estimula a vivir en el amor y en el compartir con los demás, seguros de que allí, donde hay amor, está Dios. En la Trinidad reconocemos también el modelo de la Iglesia, en la que estamos llamados a amarnos como Jesús nos ha amado. Y el amor es señal concreta que manifiesta la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y el amor es el distintivo del cristiano, como nos ha dicho Jesús: ‘En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros’”. Por eso, nuestro Sumo Pontífice nos pide que en las relaciones personales de las comunidades eclesiales, hagamos "siempre evidente la imagen de la Iglesia como icono de la Trinidad”. ¡Que así sea!

LUBIA ESPERANZA AMADOR. 
lubia_ea@hotmail.com

martes, 6 de junio de 2017

La falsa paz de espíritu

De las Instrucciones de san Doroteo, abad.

(Instrucción 7, Sobre la acusación de sí mismo, 2-3: PG 88, 1699).

LA FALSA PAZ DE ESPÍRITU


El que se acusa a sí mismo acepta con alegría toda clase de molestias, daños, ultrajes, ignominias y otra aflicción cualquiera que haya de soportar, pues se considera merecedor de todo ello, y en modo alguno pierde la paz. Nada hay más apacible que un hombre de ese temple.

Pero quizás alguien me objetará: «Si un hermano me aflige y yo, examinándome a mí mismo, no encuentro que le haya dado ocasión alguna, ¿por qué tengo que acusarme?» En realidad, el que se examina con diligencia y con temor de Dios nunca se hallará del todo inocente, y se dará cuenta de que ha dado alguna ocasión, ya sea de obra, de palabra o con el pensamiento. Y, si en nada de esto se halla culpable, seguro que en otro tiempo habrá sido motivo de aflicción para aquel hermano, por la misma o por diferente causa; o quizás habrá causado molestia a algún otro hermano. Por esto sufre ahora en justa compensación, o también por otros pecados que haya podido cometer en muchas otras ocasiones.

Otro preguntará por qué deba acusarse si, estando sentado con toda paz y tranquilidad, viene un hermano y lo molesta con alguna palabra desagradable o ignominiosa, y sintiéndose incapaz de aguantarla, cree que tiene razón en alterarse y enfadarse con su hermano; porque, si éste no hubiese venido a molestarlo, él no hubiera pecado.

Este modo de pensar es, en verdad, ridículo y carente de toda razón. En efecto, no es que al decirle aquella palabra haya puesto en él la pasión de la ira, sino que más bien ha puesto al descubierto la pasión de que se hallaba aquejado; con ello le ha proporcionado ocasión de enmendarse, si quiere. Éste tal es semejante a un trigo nítido y brillante que, al ser roto, pone al descubierto la suciedad que contenía.

Así también el que está sentado en paz y tranquilidad, según cree, esconde, sin embargo, en su interior una pasión que él no ve. Viene el hermano, le dice alguna Palabra molesta y, al momento, aquél echa fuera todo el pus y la suciedad escondidos en su interior. Por lo cual, si quiere alcanzar misericordia, mire de enmendarse, purifíquese, procure perfeccionarse, y verá que, más que atribuirle una injuria, lo que tenía que haber hecho era dar gracias a aquel hermano, ya que le ha sido motivo de tan gran provecho. Y, en lo sucesivo, estas pruebas no le causarán tanta aflicción, sino que, cuanto más se vaya perfeccionando, mas leves le parecerán. Pues el alma, cuanto más avanza en la perfección, tanto más fuerte y valerosa se vuelve en orden a soportar las penalidades que le puedan sobrevenir.

(Oficio de Lectura, Martes de la novena semana del Tiempo Ordinario).

domingo, 4 de junio de 2017

Los 5 primeros sábados dedicados a María Santísima

CATÓLICO INSTRUIDO, NO SERÁ CONFUNDIDO


Existen varias devociones a María Santísima, pero una que reúne en sí a varias y que tiene el "plus" de que fue pedida por la propia Madre de Dios y avalada por Jesús, es la devoción de los primeros sábados en reparación por todas las ofensas que se le causan a su Inmaculado Corazón.

En su tercera aparición en Fátima el 13 de julio de 1917, la Santísima Virgen les anunció que vendría una vez más a pedir la Comunión Reparadora de los Primeros Sábados. Años después (en 1925), cuando Lucía ya se encontraba en la Casa de las Religiosas Doroteas, en Pontevedra (España), Nuestra Señora la visitaba nuevamente y también a su lado, sobre una nube luminosa, estaba el Niño Jesús; María Santísima le dijo que su Corazón estaba rodeado de espinas que los hombres ingratos, en cada momento, le clavan con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, le pidió, procura consolarme y di que a todos aquéllos que durante 5 meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen el Rosario y me hagan 15 minutos de compañía meditando sobre los Misterios del Rosario, con el fin de desagraviarme, Yo prometo asistirlos en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para su salvación. 

El propio Señor Jesús reveló a Sor Lucía que han de ser 5 sábados de esta devoción, pues son 5 las clases de ofensas y blasfemias proferidas contra el Inmaculado Corazón de María : 1. Blasfemias contra su Inmaculada Concepción. 2. Contra su virginidad. 3. Contra su Maternidad Divina, rehusando al mismo tiempo recibirla como Madre de los hombres. 4. Contra los que procuran públicamente infundir en los corazones de los niños, la indiferencia, el desprecio y hasta el odio hacia la Madre Inmaculada. 5. Contra los que la ultrajan directamente en sus sagradas imágenes.

La devoción de los primeros sábados ha de realizarse durante 5 meses continuos, que bien pueden ser de junio a octubre en que celebraremos 100 años de la última aparición de María Santísima en Fátima, Portugal. Estos son los 5 requisitos: Hacer una confesión reparadora, es decir, confesarnos debidamente y hacerlo ofreciendo esta confesión en reparación por las ofensas que María Santísima recibe en su Inmaculado Corazón; la confesión puede hacerse el mismo día sábado, unos días antes o después; incluso puede asociarse con otra devoción, como la de los primeros viernes; lo importante es que se esté en gracia para recibir la Comunión; pues el segundo requisito es la Comunión Sacramental que debemos recibir ese sábado y también debe ser con intención reparadora; aunque por causas justas, aprobadas por un sacerdote, puede recibirse al día siguiente, el domingo después del primer sábado, que fue una concesión otorgada por el mismo Jesucristo; pero ha de ser una Comunión Sacramental, no espiritual. El tercer requisito es el rezo del Santo Rosario, (de cinco decenas), lo que comúnmente rezamos en un día y debemos hacerlo también con el espíritu de reparación. El cuarto requisito es meditar por un cuarto de hora uno o más misterios; tomándonos el tiempo para meditar de manera específica, no al tiempo de rezar las decenas; y hacerlo también en el espíritu de reparación. Justamente ese es el quinto requisito: el espíritu de reparación al Inmaculado Corazón de María por las ofensas cometidas contra Ella. 

Además de la promesa de morir en gracia de Dios, son dos los frutos muy grandes y evidentes de esta devoción de los primeros sábados: trabajar por la autorreforma y trabajar por la salvación de los demás. San Juan Pablo II, un gran mariano, estaba convencido de que "Cristo triunfará a través de María Santísima, porque quiere que las victorias de la Iglesia en el Mundo contemporáneo y en el futuro estén unidas a Ella". ¡Que así sea!

LUBIA ESPERANZA AMADOR. 
lubia_ea@hotmail.com

viernes, 2 de junio de 2017

Los que son compañeros de Cristo en el sufrir también lo son en el buen ánimo

De la exhortación al martirio, de Orígenes, presbítero
(Núms. 41-42: PG 11, 618-619)

Si hemos pasado de la muerte a la vida, al pasar de la infidelidad a la fe, no nos extrañemos de que el mundo nos odie. Pues quien no ha pasado aún de la muerte a la vida, sino que permanece en la muerte, no puede amar a quienes salieron de las tinieblas y han entrado, por así decirlo, en esta mansión de la luz edificada con piedras vivas.

Jesús dio su vida por nosotros; demos también nuestra vida, no digo por él, sino por nosotros mismos y, me atrevería a decirlo, por aquellos que van a sentirse alentados por nuestro martirio.

Nos ha llegado, oh cristiano, el tiempo de gloriarnos. Pues dice la Escritura: Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia, la constancia, virtud probada, la virtud, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo; aceptemos, pues, con gran gozo los padecimientos de Cristo, y que se multipliquen en nosotros, si realmente apetecemos un abundante consuelo, como lo obtendrán todos aquellos que lloran. Pero este consuelo seguramente superará a los sufrimientos, ya que, si hubiera una exacta proporción, no estaría escrito: Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, rebosa en proporción nuestro ánimo.

Los que se hacen solidarios de Cristo en sus padecimientos participarán también, de acuerdo con su grado de participación, en sus consuelos. Tal es el pensamiento de Pablo, que afirma con toda confianza: Si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo.

Dice también Dios por el Profeta: En el tiempo de gracia te he respondido, en el día de salvación te he auxiliado. ¿Qué tiempo puede ofrecerse más aceptable que el momento en el que, por nuestra fe en Dios por Cristo, somos escoltados solemnemente al martirio, pero como triunfadores, no como vencidos?

Los mártires de Cristo, con su poder, derrotan a los principados y potestades y triunfan sobre ellos, para que, al ser solidarios de sus sufrimientos, tengan también parte en lo que él consiguió por medio de su fortaleza en los sufrimientos.

Por tanto, el día de salvación no es otro que aquél en que de este modo salís de este mundo.

Pero, os lo ruego: Para no poner en ridículo nuestro ministerio, nunca deis a nadie motivo de escándalo; al contrario, continuamente dad prueba de que sois ministros de Dios con lo mucho que pasáis, diciendo: Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? Tú eres mi confianza.

Oración

Señor, tú has hecho del glorioso testimonio de tus mártires san Marcelino y san Pedro nuestra protección y defensa; concédenos la gracia de seguir su ejemplo y de vernos continuamente sostenidos por su intercesión. Por nuestro Señor Jesucristo.


(Oficio de Lectura, fiesta de San Marcelino y Pedro, mártires, 2 de junio)

jueves, 1 de junio de 2017

Sigo las verdaderas doctrinas de los cristianos

Sigo las verdaderas doctrinas de los cristianos

De las Actas del martirio de san Justino y compañeros
(Caps 1-5: cf. PG 6,1366-1371)

Apresados los santos, fueron conducidos ante el prefecto de Roma, de nombre Rústico. Llegados ante el tribunal, el prefecto Rústico dijo a Justino:
«Ante todo cree en los dioses y obedece a los emperadores».
Justino contestó:
«El hecho de que obedezcamos los preceptos de nuestro Salvador Jesucristo no puede ser objeto ni de acusación ni de detención».
Rústico replicó:
«¿Qué doctrinas profesas?»
Justino dijo:
«Me he esforzado por conocer todas las doctrinas, y sigo las verdaderas doctrinas de los cristianos aunque desagrade a aquellos que son presa de sus errores».
Rústico replicó:
«¿Estas doctrinas te agradan a ti, desgraciado?»
Justino contestó:
«Sí, porque profeso la verdadera doctrina siguiendo a los cristianos».
Rústico preguntó:
«¿Qué doctrinas son ésas?»
Justino contestó:
«Adoramos al Dios de los cristianos, que es uno, y creador y artífice de todo el universo, de las cosas visibles e invisibles; creemos en nuestro Señor Jesucristo como Hijo de Dios, anunciado por los profetas como el que había de venir al género humano, mensajero de salvación y maestro de insignes discípulos. Yo soy un hombre indigno para poder hablar adecuadamente de su infinita divinidad; reconozco que para hablar de él es necesaria la virtud profética, pues fue profetizado, como te dije, que éste de quien he hablado, es el Hijo de Dios. Yo sé que los profetas que vaticinaron su venida a los hombres recibían su inspiración del cielo».
Rústico preguntó:
«¿Luego tú eres cristiano?»
Justino respondió:
«Sí, soy cristiano».
El prefecto dijo a Justino:
«Escucha, tú que te las das de saber y conocer las verdaderas doctrinas; si después de azotado mando que te corten la cabeza, ¿crees que subirás al cielo?»
Justino contestó:
«Espero que entraré en la casa del Señor si soporto todo lo que tú dices; pues sé que a todos los que vivan rectamente les está reservada la recompensa divina hasta el fin de los siglos».
El prefecto Rústico preguntó:
«Así, pues, ¿te imaginas que cuando subas al cielo recibirás la justa recompensa?»
Justino contestó:
«No me lo imagino, sino que lo sé y estoy cierto».
El prefecto Rústico dijo:
Vamos al asunto que nos interesa y nos apremia. Poneos de acuerdo y sacrificad a los dioses».
Justino respondió:
«Nadie, a no ser por un extravío de su razón, pasa de piedad a la impiedad».
Rústico replicó:
«Si no hacéis lo que os mandamos, seréis torturados sin misericordia».
Justino contestó:
Es nuestro deseo más ardiente el sufrir por amor de nuestro Señor Jesucristo, para ser salvados. Este sufrimiento nos dará la salvación y la confianza ante el tribunal de nuestro Señor y Salvador, que será universal y más terrible que éste».
Igualmente, los otros mártires dijeron:
«Haz lo que quieras; somos cristianos y no sacrificaremos a los ídolos».
El prefecto Rústico pronunció la sentencia, diciendo:
«Por no haber querido sacrificar a los dioses ni obedecer la orden del emperador, que sean azotados y conducidos al suplicio, para sufrir la pena capital de acuerdo con las leyes».
Los santos mártires, glorificando a Dios, fueron conducidos al lugar acostumbrado; allí fueron decapitados y consumaron su martirio en la confesión de nuestro Señor Jesucristo.

(Lectura Patrística de san Justino, martir)

Benedicto XVI, sobre los tres Arcángeles

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON LA ORDENACIÓN EPISCOPAL DE SEIS PRESBÍTEROS HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI Basílica de San Pedro ...